Opinión | CON LA VENIA

‘Auctoritas potestasprudentia’

Con estas nuevas clases políticas hay que tener un trato cuidadoso, les sobra inteligencia para resolver problemas leves y les falta en exceso para los graves

España es un país que, fuera de las dos recientes excepciones que fueron las revoluciones industriales del País Vasco y Cataluña del siglo XIX acontecidas en paralelo a las del resto de Europa, ha sido básicamente agrario. Una sociedad que fue consolidando el derecho hereditario donde la pieza esencial era la atribución del patrimonial familiar al primogénito, al hereu, y cuya finalidad era evitar la proliferación de minifundios insostenibles en términos económicos. Dentro de ese marco socioeconómico, espacio bien delimitado y rigurosamente aplicado, el segundo de los hijos recibía enseñanza en la carrera de las armas dentro del castillo y finalmente el tercero tenía derecho a percibir los recursos económicos precisos para adquirir los estudios necesarios para el ejercicio de la clerecía. En derredor de estos núcleos feudales florecían toda clase de oficios y cofradías, que fueron a lo largo de los siglos configurando una nueva clase social y dominante: la burguesía. Con ella, nuevas estructuras urbanas: la aldea, el pueblo, la villa y pronto, la ciudad.

A lo largo de ese proceso, el papel de las mujeres fue muchas veces más dramático que especialmente brillante porque, fuera de las excepciones obvias, sus salidas profesionales no alcanzaban mucho más allá del matrimonio, el oficio de ama de casa, pulidora de metales, obrera a mitad de sueldo, tendera, tabernera o el de prostituta en todas sus variantes, del portal al rosal que cantara Serrat. La Pardo Bazán o Rosalía De Castro son dos ejemplos notables de tal excepcionalidad. La creciente burguesía propició por vez primera el paulatino rechazo del poder absolutista y el arraigo del concepto de libertad e igualdad .

En tiempos recientes, el reparto de funciones y tareas se verifica a través de mecanismos más complejos pero, en todo caso, con un reparto muy semejante, fácil de constatar en la estructura de las grandes familias para las que el objetivo es el mismo: el incremento y conservación del patrimonio familiar. Para ello, es preciso que en la periferia del núcleo familiar existan personas o instituciones que consoliden el prestigio social de la familia y de sus integrantes. La familia encuentra con soltura aliados entre diversos ámbitos sociales desde los cuales puede incrementar su prestigioso social. Así ocurre entre miembros de las profesiones liberales, con los jueces y los altos funcionarios, entre otros ámbitos. Propiciar en ellos la emergencia de líderes es actividad tradicional que hoy mantiene, pese a profundos cambios sociales una cierta vigencia .

Con estas nuevas clases políticas hay que tener un trato y un análisis muy cuidadoso puesto que, en términos generales, les sobra inteligencia cuando se trata de resolver problemas leves y les falta en exceso cuando se trata de problemas graves. De ahí que un nuevo y verdadero líder debería tener en cuenta que, a la hora de la verdad, sólo a él mismo debe confiarse (y no tanto a sus colaboradores) para resolver el conflicto de que se trate. Maquiavelo aludió en no pocas ocasiones a la necesaria cautela en el ejercicio del poder. «Cauto en el creer y en el obrar, proceder con moderación prudencia y humanidad, que la excesiva confianza no lo haga a uno incauto y la excesiva desconfianza no lo haga insoportable». Pocas veces se reconoce en sus teorías la importancia que atribuye a la prudencia en el ejercicio del poder pues su vertiente más pragmática y cínica tiene más adeptos por razones obvias. No menos importante es analizar el entorno del líder donde se encuentran con frecuencia dos clases o tipos de colaboradores: por un lado, los que tienen como valor y trabajo esencial todo lo relativo a la conservación e incremento del prestigio, y, por otro los que tienen como función esencial mantener en alza la posición política y social del proyecto. Son dos tipos de servidores imprescindibles para garantizar su buena marcha. A este objetivo se deben dedicar los mayores esfuerzos que permita la inteligencia colectiva, siendo conscientes todos sus integrantes de que su éxito o su fracaso dependerá de mantener un grado tolerable de potestas, de auctoritas, y prudentia en la proporción correcta.

Suscríbete para seguir leyendo