Capítulo V | Viaje a Donbás: un cargamento de medicinas, fruta y esperanzas

Iniciamos la ruta hacia el este de Ucrania. Recorreremos unos 2.000 kilómetros para llevar suministros a un hospital y a distintos batallones cuyas unidades luchan en el frente

Andrei reproduce ‘canciones de resistencia’ durante el viaje, que entremezclan sonidos de batalla y frases de Zelenski con música folklore. Es su ritual de guerra

Capítulo V. Viaje a Donbás

Lara Escudero

Las horas previas a un viaje a Donbás son agitadas para todos. Han de ultimarse demasiados detalles. Andrei está inquieto, aunque no lo exprese verbalmente. Ellos también se juegan la vida en cada trayecto. Antes de partir, hemos de comprar un último cargamento de fruta. Nos acompañan David y Paul, dos estadounidenses con ADN filantrópico. Urgen a cambiar la dieta de los soldados y, desde hace tiempo, les consiguen alimentos más saludables.

Entramos por el garaje. Llegamos a un espacio de apariencia clandestina, subterránea, donde se ubican pequeños almacenes dispuestos en hilera, que dispensan todo tipo de frutas y verduras a granel. Es un oasis de aromas y colores. Rojos vivos. Verdes fluorescentes. Andrei capitanea esta campaña en busca de productos frescos. Nos señala 'la boutique de la fruit' a la que debemos entrar. Sergii nos espera en la puerta y abraza a Andrei al verle. Él también colabora regularmente, como otro importante eslabón más de la red de voluntarios.

Detecto que Andrei cambia de idioma. Llevo poco aquí, pero empiezo a entrenar el oído. Hablan en ruso. Como mucha gente aquí. Esta lengua forma parte también del día a día en Ucrania y la comparten de manera natural. Mientras tanto, David, selecciona varias cajas de piezas exquisitas.

Andrei y David compran un cargamento de fruta para entregar a un hospital.

Andrei y David compran un cargamento de fruta para entregar a un hospital.

Él es benefactor de la fundación de Andrei. Lleva años viniendo a Ucrania por negocios. Tiene 'ese no sé qué' superlativo tan típico de los republicanos americanos. Ese airecillo cargante de fascinación propia que emana sin pudor de su 'great America'. Pero es un bonachón. David conducirá la furgo durante todo el camino. Andrei y yo iremos en otro coche, que después entregaremos a unos oficiales en el área de Dontesk. Partimos a las 9:00.

Andrei me toca el hombro. “Te presento a tus inseparables”, dice sujetando un teléfono satélite y a los que serán mi casco y mi chaleco antibalas, con el distintivo de prensa. Me los prueba y emite ese sonido nasal tan suyo en forma de risa. “Pareces un champiñón. Un minion en un champiñón”. Compartimos carcajada. Ha tenido guasa, el tío. Pero sí. Me veo rara con este uniforme de guerra. El chaleco pesa nada menos que diez kilos.

"El sistema sanitario ucraniano colapsa por la guerra. Requieren medicamentos. Equipamiento"

Haremos 2.000 kilómetros en apenas tres días. Si todo va bien. Muchas paradas. Muchas personas que esperan su ayuda. Los trayectos dan para mucho. Para observar. Para escuchar. Para entender. Andrei hace de guía y analista geopolítico. Me explica la historia de cada rincón. El antes. El durante. El después de la guerra. Los porqués de todo.

La música se convierte en aliada. Para Andrei, casi ritual de guerra. Reproduce desgarradoras canciones con preciosas melodías folklóricas que narran el dolor del conflicto. También otras, de notas potentes, que sirven para infundir coraje a Ucrania. Canciones de resistencia. Resulta curioso cómo entremezclan la música con sonidos reales de guerra, extraídos de batallas. También discursos de Zelenski. Andrei adora cantar, desgañitándose la voz si hace falta. Le ayuda a liberar la pena y la rabia. Sus graves y agudos se fusionan, en perfecta armonía, con el paisaje.

No hay iluminación en carretera y los carteles están tintados para cegar a las tropas rusas.

No hay iluminación en carretera y los carteles están tintados para cegar a las tropas rusas.

Atravesamos la autopista hasta llegar a Mykolaiv. Esta urbe, muy próxima a la ya recuperada Kherson, ha sufrido intensos ataques, padeciendo una grave crisis de suministro de agua potable. Sus astilleros y sus puertos siempre fueron nodo estratégico para la industria naval ucraniana.

No es posible despegar la mirada de todo lo que nos rodea. Desearía atravesar el cristal de la ventanilla para conocer las historias de las gentes que se cruzan en nuestro camino. Pero debemos llegar al hospital a tiempo. Las entregas se convierten siempre en encuentros de agradecimiento y reflexión. De intercambio de miradas, suspiros de nostalgia y aflicción, pero también de esperanzas. Descargamos material. Los auxiliares acercan una camilla para transportarlo al interior. "Dyakuyu", "dyakuyu", no dejan de repetir. Gracias.

"La luz de las estrellas se coordina con las largas del coche para guiarnos"

Tomamos nota de nuevas necesidades, para la próxima visita. El sistema sanitario ucraniano colapsa por la guerra. Requieren medicamentos. Equipamiento. Brotan lágrimas silenciosas. Cuánto dolor. Cuánta impotencia. Sus rostros desnudan el anhelo por la paz.

Nos adentramos, poco a poco, en la oscuridad. No hay iluminación en carretera. Se acorta la distancia entre nosotros y la región de Donbás. La conducción se torna intranquila, algo revuelta, pero calma mirar al cielo por aquí. Tan limpio. Un impecable manto de estrellas. Su luz se coordina con las largas del coche para guiarnos. No hay señales de tráfico. Están tintadas para cegar a las tropas rusas.