Capítulo II | Odesa llora a sus héroes de guerra

La ‘Perla del Mar Negro’ fue la primera parada antes de partir hacia Donbás. Anita y Andrei gestionan desde aquí su organización para conseguir suministros a los soldados

La guerra habita la calle. También la resistencia. La bandera nacional, vestida en graffiti, prorrumpe espontánea en cualquier rincón como himno de libertad. La alegoría urbana es identidad y, ahora, un arma defensiva más.

Capítulo II. Odessa llora a sus héroes de guerra

Lara Escudero

Son las ocho y pico de la mañana en Ucrania. El sol luce genuino. Ni una sola nube emborrona el paisaje. Las ventanillas de la parte derecha del bus parecen regalar las mejores vistas, aunque mi lado también es privilegiado. Observo cada detalle. Vuelvo a pelearme por centésima vez con el asiento. El maldito habitáculo se queda ya demasiado pequeño.

Sigo sin pegar ojo, pero no he querido perderme nada. Vaya. No hay tregua. Mis párpados se rebelan. Las pestañas desdibujan la imagen hasta que la oscuridad vuelve a atraparlo todo. Me dejo llevar por la música. El pase de canciones en mi mp3 es aleatorio. De pronto, suena 'What a wonderful world', de Louis Amstrong. Qué antitética banda sonora de bienvenida a un país en guerra, pienso. Duermo un rato.

Me despierto de un sobresalto al echar en falta el traqueteo y el motor del autocar. Parece que el conductor se apiada de sus pasajeros y nos da un respiro. Tras pasar varios 'checkpoints', paramos en una gasolinera. Lugares que, después, se convertirán en refugio. Necesito agua. Abro el frigorífico del modesto establecimiento y selecciono una botella, tras un lapso de inútil análisis. “Es agua con gas”, dice Tanya, al momento, salvándome la vida, una vez más. Detesto el agua con gas. Me ofrece la correcta.  

Graffiti con frase célebre: "Buque de guerra ruso, vete a la mierda".

Graffiti con frase célebre: "Buque de guerra ruso, vete a la mierda".

 En el mostrador, nos atiende una entrañable anciana que aparenta una edad de tres cifras. “Dyakuyu”, le digo. Es lo único que he aprendido en ucraniano. Significa gracias. La mujer sonríe. Percibo tras su arrugado rostro signos de tristeza y esperanza. A partes iguales. Le pido a Tanya que traduzca. “Noto que eres extranjera, pero conoces una palabra grande”, expone la ancianilla. La charla dura nada, pero ella consigue proyectar en una sola frase el sentimiento que todo lo resumiría: "Sólo quiero la paz para mi gente y para el mundo". Pronuncia estas palabras mientras brota de sus hondos ojos azules una lágrima. Le acaricio las manos y le pregunto su nombre: "Larissa". Curioso. Como yo.

Horas más tarde y unos cuantos 'checkpoints' más después, entramos a Odesa, 'la Perla del Mar Negro'. Ciudad estratégica en Ucrania. Su puerto es el más importante del país. Durante los primeros meses del conflicto, sufrió duros ataques. Es un enclave prioritario para Rusia. Un año después, Odesa aguanta y trata de reconciliarse con la normalidad, aunque sea en tiempos de guerra.

"Su arquitectura es maravilla, pese a albergar la huella del conflicto. Los erizos antitanques comparten acera con semáforos"

Andrei me recoge. Su apariencia llama la atención. Es inmenso. Me abraza y me levanta del suelo con un brazo, bramando cierta onomatopeya digna de pirata. “Pensaba que eras más alta. Eres un minion”. La tontería daría para mucho en nuestra aventura por Donbás. Anita llega después. Su pelo es rojo fuego. El encuentro es precioso. Desde el primer instante, nos sentimos familia. Me llevan a comer Borsch. Una riquísima sopa tradicional, que, por lo visto, tan solo un ucraniano es capaz de cocinar. No tenemos la remolacha buena, dicen.

Paseamos por la ciudad. Su arquitectura es maravilla, pese a albergar la huella del conflicto. Los erizos antitanques comparten acera con semáforos, y barricadas de cemento y hierro protegen ahora los rincones más simbólicos. Restaurantes. Tiendas y sex-shops están a pleno rendimiento. Y hay algo fascinante: el street art. Los graffitis. Ese controvertido atrezzo urbano que, en un país en guerra, llega a elevarse a aplaudida obra de arte.

Erizos antitanque en plena calle.

Erizos antitanque en plena calle.

Los matices callejeros son apreciables a simple vista. Carteles de reclutamiento con escenas bélicas. Propaganda de guerra. Épica. Pura explosión emocional. Cada ángulo. Cada rincón es decorado con la bandera nacional, pintada a mano alzada, y se reviste de frases de resistencia, ahora célebres. “Buque de guerra ruso, vete a la mierda”, escupe una, haciendo referencia a la hazaña en 'Isla de las Serpientes'. Les invito a que indaguen sobre ello.

Nos adentramos en el parque Taras Shevchenko. El literato. Sus rincones, frente al icónico puerto, son símbolo e historia. Alguna mina puede aún esconderse entre sus jardines. Lo dicen los carteles. A cada paso, encontramos áncoras expuestas y otras reliquias náuticas. Odesa mantiene una fuerte tradición marinera y militar desde hace siglos. El monumento al marinero desconocido fue erigido en memoria de los caídos durante la Segunda Guerra Mundial.

A los pies del obelisco de veintiún metros de altura, arde su llama eterna. Fuego. Lágrimas calientes. Flores frescas. Un paseo de la fama recorre sus lápidas.  Al lado, reposan sus ciudades - emblema. Descansan junto a aquellas que un día fueron soviéticas y, después, rusas. Ahora, sus nombres están cubiertos con bolsas de basura. No tienen cabida en Ucrania. Desde aquí, Odesa vela y llora a sus héroes de guerra. Los del hoy y los del ayer.