Opinión | EDITORIAL

Más que una victoria de la extrema derecha

La aseveración de que la extrema derecha ha ganado las elecciones legislativas en Francia, con más del 33% de los votos, es tan cierta como incompleta. El Reagrupamiento Nacional (RN), que lidera Marine Le Pen, suele ser caracterizado, con razón, como un partido extremista tanto por sus orígenes -el Frente Nacional (FN), fundado por el padre de la actual dirigente, que llegó a considerar las cámaras de gas «un detalle de la historia»-, como por algunas de las posiciones xenófobas, ultranacionalistas y cercanas a Vladímir Putin que sostiene la hija del fundador del FN. Sin embargo, esta etiqueta de extrema derecha, que sirve para caracterizar la trayectoria del RN, resulta poco útil para entender el comportamiento del electorado y el alcance de unos comicios que marcaran un antes y un después en la historia política de la V República francesa, independientemente de lo que ocurra el próximo domingo.

Cuando uno de cada tres ciudadanos coge la papeleta de un partido político, como sucedió el domingo con el RN, puede que las etiquetas no dejen ver el bosque que explica su fulgurante éxito. En este caso, la profunda crisis que vive Francia, y el consiguiente derrumbe del frágil edificio político construido por un presidente cegado por sus veleidades geopolíticas e insensible a las manifestaciones de malestar provocadas por el coste de la vida, la inseguridad y la gestión de las periferias urbanas. La votación del domingo constituyó un plebiscito letal sobre la figura de Macron, víctima de una soberbia cuyo último acto fue la convocatoria suicida de elecciones anticipadas. El boquete dejado por el partido de Macron ha constituido una oportunidad para Marine Le Pen, que ha atraído millones de ciudadanos desencantados que de ningún modo pueden ser calificados, todos ellos, como extremistas. Convencido de que la baraka que le había acompañado hasta ahora seguiría de su lado, Macron tampoco previó que la izquierda iba a unirse en un Frente que ha recogido parte de este descontento.

Los graves problemas económicos y sociales que tiene Francia, o su pérdida de peso internacional, en particular en África, no se resuelven ni con la demagogia del RN ni con propuestas de frentes populares a la vieja usanza que recuerdan los años treinta. Como en la mayoría de los países europeos, la polarización política no es el camino para hacer frente a los desafíos que tiene un país cuyas cuentas públicas revelan la profundidad de los desajustes a los que debe dar respuesta. Tras estas elecciones, puede que no sea fácil escapar a esta lógica frentista. Puede que muchos franceses respondan a la llamada republicana a cerrar el paso a la extrema derecha porque tienen motivos para considerar una amenaza la llegada a primer ministro de Jordan Bardella, el candidato del RN. Puede incluso que el parlamento que resulte de la segunda vuelta sea inmanejable. En todo caso, mientras Francia no aborde con humildad, eficiencia y amplios consensos los problemas de fondo que explican el avance inexorable del partido de Marine Le Pen, estos seguirán ahí, abocando el país a una crisis sin precedentes.

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