Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Pícaros

La Fundación CAI me invita a pronunciar una conferencia sobre los grandes arquetipos de la literatura española y me detengo en uno de mis favoritos: el pícaro. Se trata, sin duda, de uno de nuestros más genuinos y duraderos modelos, un personaje surgido del arroyo, pero con una inteligencia natural para sobrevivir.

El célebre Lazarillo de Tormes puede considerarse su primera aparición literaria y piedra fundacional del género. Publicado en 1554, en forma novelada, como relato biográfico, este libro mágico llegó a los lectores de manera anónima, sin firma alguna. ¿Por qué anónimo? Seguramente porque, debido a su fuerte componente antieclesiástico, el autor prefirió no jugársela con la Inquisición, y ocultar su nombre.

Pero, ¿qué misterioso autor sería aquel? El recientemente fallecido académico Francisco Rico, experto en el Siglo de Oro español, apuntaba como posibles autores a un fraile jerónimo, Juan de Ortega; al ilustre renacentista Diego Hurtado de Mendoza; al religioso Juan de Valdés; al humanista Hernán Núñez de Toledo... Pero realmente nadie sabe quién escribió el Lazarillo. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que su creador escribía muy bien. En cuanto a su origen social o racial, tanto podía ser de alta como de baja estofa, un cristiano viejo, un judío, un musulmán converso, incluso un «marrano»...

Al margen de este misterio por resolver, el rasgo más consecuente del arquetipo del pícaro es el de su fidelidad a sí mismo. En ningún momento Lázaro de Tormes persigue otro objetivo que no sea el de su propia supervivencia. No pretenderá formarse, mejorar su calidad de vida, relacionarse con grandes señores para así mejorar su posición y educación, sino meramente continuar siendo él mismo. Capaz, con todas las dificultades diarias, de llevar algo de comer a su pobre mesa y unas horas más tarde algo de cenar a su vacía despensa. Para ello miente, estafa, se arrodilla o se deja poner los cuernos, si con esa humillación obtiene algún beneficio.

Un antihéroe, en definitiva, que seduce por su ingenio, por su resistencia a la adversidad y por su confianza en su suerte, pero que escandaliza por su amoralidad.

En la España actual seguimos teniendo unos cuantos pícaros. Tantos que podríamos hablar de una nueva edad de oro del género picaresco en nuestro país.

Sobre todo, en política.

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