Opinión | SALA DE MÁQUINAS
Jim Morrison
El cementerio parisino de Père Lachais sigue recibiendo al año innumerables visitantes en peregrinación a la tumba de Jim Morrison. El líder de los Doors descansa allí desde el 3 de julio de 1971, cuando fue encontrado muerto en la bañera de su apartamento de París, después de una década abusando del alcohol y de las drogas. En el momento de su fin ya era un ídolo del rock. El tiempo no ha hecho sino agigantar su leyenda. No cesan de aparecer reediciones de sus discos, películas y documentales, de celebrarse efemérides, homenajes...
De los más recientes, el magnífico libro de Iván Reguera: El estado de Florida contra James Douglas Morrison (Editorial Alrevés).
En sus intensas, bien documentadas y mejor escritas páginas se nos desvelan muchos de los misterios, contradicciones e instantes determinantes de una figura incorporada al patrimonio universal de la música popular y al movimiento contracultural norteamericano como uno de sus grandes iconos.
Y, sin embargo, leyendo a Reguera se llega a la conclusión de que Morrison no pretendía alcanzar ninguna de esas cimas, ni convertirse en mito alguno, sino tan solo escribir en paz, publicar sus poemas y cantar sus canciones en un clima de amistad, diversión, tragos y amores compartidos.
De Miami a Los Ángeles, la cronología de este muy recomendable ensayo biográfico nos presenta a un Morrison de infancia desgraciada y turbulenta juventud, desarraigado desde muy joven y sin apenas contactos familiares debido a su frontal enemistad con su padre, un patriótico militar que llegaría a ser almirante de la marina norteamericana y a capitanear el primer portaviones nuclear. Para Mr. Morrison suponía una vergüenza que su hijo se pasara el día con melenudos y drogadictos protestando contra una guerra de Vietnam que él estaba obligado a ganar, y renunció a Jim.
Una visión intensa de los orígenes y mundos de Morrison; de sus fuentes intelectuales y estéticas; del origen y triunfo de los Doors y del rápido e imparable descenso a los infiernos de un genio que sedujo a toda una generación, pero que solo quería estar solo.
Un libro libre, salvaje y triste como el propio Jimbo.
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