Opinión | el artículo del día

El olor de los tilos

La percepción que recibo en mi cerebro tiene la virtualidad de iluminar y hacer brillar muchos recuerdos

Cada año, hacia el final de la primavera, el paseo de Independencia de Zaragoza se inunda del olor de los tilos. Para mí es una delicia inspirar la fragancia de esta flor que trasciende mis sentidos y me transporta al etéreo mundo de las sensaciones. La percepción que recibo en mi cerebro tiene la virtualidad de iluminar y hacer brillar muchos recuerdos y experiencias vividas en ese itinerario que va desde la plaza de España hasta la plaza Basilio Paraíso. Uno de los recuerdos más gratos que me suscita este aroma es la feria del libro, que durante muchos años se ha celebrado en este paseo.

Mi amor a los libros, como le ocurre a otras muchas personas, me llevaba a visitar las casetas, a ver si encontraba algo interesante, a escuchar algunas presentaciones de escritores famosos y observar cómo los lectores hacían cola con su libro en la mano, sus ojos radiantes y sus labios dibujando una leve sonrisa, con el anhelo de estrechar la mano del autor o autora del libro y ver escrito en una de sus páginas una dedicatoria y una firma que era la metáfora viva de una incendiaria emoción.

Recuerdo que, en aquellos años, entonces era muy joven, mi paseo por la feria, de caseta en caseta estaba teñido de dos deseos: por un lado, encontrar el libro de literatura que pudiera llenarme de asombro por la maravilla de su estilo literario, para lo cual tenía la costumbre de leer dos páginas del libro que elegía, siempre leía la primera página y otra al azar, así, a primera vista, podía percibir una escritura cuya sintaxis me parecía complicada o alambicada, me fijaba en el tipo de frases, cortas, largas, muy subordinadas, observaba la puntuación, las adjetivaciones, en fin, intentaba buscar el estilo narrativo más atractivo a mi gusto; el otro deseo era ver y oír hablar al autor o autora, observar sus gestos y constatar su semblante y su estilo narrativo.

En realidad, por aquellos años, mis deseos de ser escritor, de escribir el mejor libro de literatura y de emocionar a la gente me ilusionaba, pero para escribir hacía falta tiempo, y en mi caso, no disponía de él. Por eso, solo escribía poemas sueltos, y cuentos breves. En ellos ponía a funcionar toda mi inteligencia y mi corazón. Hoy guardo unos cuantos poemarios y un conjunto de cuentos en mi ordenador. Por eso, cuando hace unos días pasé por el paseo de Independencia y me llegó el olor de los tilos, recordé esta experiencia, sentí las mismas emociones y se despertó en mí la necesidad de revisar mis escritos inéditos.

Seguro que muchos lectores de este artículo han tenido también la experiencia de unir olores a determinadas experiencias, y comprobarán como me pasa a mí, que siempre que les llega un aroma determinado, les lleva a rememorar alguna vivencia. Si la experiencia fue desagradable, es posible que la persona que la vivió le produzca rechazo y se aleje mentalmente de la percepción olorosa que le llega; pero si la experiencia fue agradable como es el caso que les cuento, entonces el olor, la fragancia, el aroma que se percibe se desea inspirarlo hasta hacerlo llegar a los últimos reductos celulares de nuestro cuerpo, pues en mi caso esa fragancia resignifica la emoción vivida y me insta a volver a vivirla.

Por eso, este año, cuando he vuelto a inspirar el olor de los tilos en mi caminar por este paseo de Independencia de Zaragoza, me ha hecho revivir mi deseo de convertirme en un escritor que sea capaz de suscitar emociones en las personas que me lean, con la convicción de que cada palabra, cada frase, cada pensamiento salen de un alma enamorada para que lleguen a otra alma a quien hay que enamorar.

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