Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA

Amabilidad, comprensión, optimismo

Cuando el corazón está abierto a los afectos y la razón dispuesta a comprender, vemos el mundo con otra mirada

Hace unos días, cuando realizaba mi acostumbrado paseo matutino por las afueras del pueblo, me encontré con un pastor que sacaba las ovejas del redil. En ese momento asistí a un espectáculo de gran tensión, las ovejas que salían del aprisco en tromba y con una velocidad considerable fueron conducidas con gran maestría por varios perros que hicieron su labor de un modo tan elegante que quedé fascinado. Lo hablé con el pastor y me dijo que el trabajo de estos animales es impagable. A raíz de esta conversación salió a la palestra que un buen perro es una excelente compañía para cualquier persona. Es más, me llegó a decir que, según su experiencia, a veces recibe más afecto de estos animales que de los humanos. Total, que de los animales pasamos a hablar de las personas, y en nuestra conversación emergieron tres palabras muy necesarias en la sociedad de hoy, que fui rumiando el resto del camino: amabilidad, comprensión y optimismo.

Mi pertenencia a la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía me ha supuesto un acercamiento hacia aquellas temáticas relativas a la Inteligencia Emocional, gracias a los interesantes congresos que sobre esta materia se vienen realizando en los últimos años. Por eso, mi reflexión acerca de estas tres palabras ha tenido para mí un eco mental cuya resignificación me ha llevado a conexionar estos términos con el corazón o el llamado mundo de los afectos y la inteligencia como ámbito de la razón.

La amabilidad es una acción intencional. Somos amables porque queremos serlo, sale de nuestro interior. Se nota cuando la amabilidad nace del corazón porque es sincera, abierta, sonriente y empática. Cuando una persona habitualmente se comporta con amabilidad con todos es porque su corazón está en paz consigo mismo y con los demás; en cambio, las personas que no son amables arrastran un desencuentro consigo mismas, no se quieren y ese conflicto personal lo reflejan en su relación con los otros. En estos casos solemos decir que la persona está amargada, todo lo critica, todo lo ve mal, nada funciona bien, todo el mundo es odioso. Vivir la amabilidad conlleva de manera consciente la expresión de los afectos hacia el otro, sabiendo que esto le hace bien al prójimo y a uno mismo. Suele ocurrir que cuanto más amable se es, más grande se va haciendo el corazón, que tiene una capacidad ilimitada para amar.

La amabilidad está en sintonía con otro valor importante: la comprensión, que nace de la conjunción entre el amor y la razón. Quien cultiva la amabilidad es capaz de comprender al otro, y lo hace abrazando su situación personal, penetrando de manera inteligente en la profundidad de su ser y considerándole un igual en dignidad. Así, se acepta al otro por la persona que es, no porque sus ideas o conductas puedan ser contrarias a la propia. Con esta argumentación podríamos decir que la amabilidad y la comprensión son dos valores humanos intrínsecamente unidos. Esta conexión se produce gracias a la conjunción del corazón y de la mente.

Cuando el corazón está abierto a los afectos y la razón dispuesta a comprender, vemos el mundo con otra mirada. Por ello, el optimismo es propio de quienes practican la amabilidad y la comprensión; y el pesimismo crónico habita en las mentes y en los corazones cerrados.

Este paseo matutino en el que rumié las palabras amabilidad, comprensión y optimismo me llevó a la conclusión de que en la sociedad de hoy es preciso que el corazón y la mente de la gente esté con puertas y ventanas abiertas, dispuestos a respirar la fragancia de los afectos sinceros, la luz de la razón que nos permite comprender y el optimismo que nos abre la puerta a la esperanza.

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