Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA

Democracia y valores

El sufragio universal no es el único factor que nos permite afirmar que tenemos una democracia plena

Estamos viviendo un clima de polarización y crispación continua en el ámbito de la política. El elevado tono y las voces de algarabía que los políticos están propalando unos contra otros es muestra evidente de los tiempos convulsos que asolan a nuestra sociedad. Esta forma de hacer política puede tener efectos deletéreos para nuestra democracia. Aunque si lo pensamos bien, tal vez podríamos decir que en realidad nuestra democracia se encuentra en una situación claramente mejorable. El sufragio universal, ese derecho a votar que ejercemos para elegir a los gobiernos no es el único factor que nos permite afirmar que tenemos una democracia plena. Hay personas que se les llena la boca diciendo que son demócratas, pero en su vida real los valores de la democracia están muy alejados de su comportamiento.

Necesitamos una educación política basada en los valores que aporta la democracia. Todos estamos involucrados en organizaciones sociales que nos permiten aprender dichos valores si ponemos el empeño correspondiente. En las organizaciones sociales en las que estamos inmersos, desde la familia, la escuela, la empresa, el sindicato, el partido político o cualquier tipo de asociación es necesario vivir una serie de valores que nos permiten vivir en comunidad de manera armónica. Es en estos escenarios donde nos socializamos y crecemos como personas. El funcionamiento de la vida social está muy normativizado, disponemos de leyes escritas que nos dicen cómo debemos actuar frente a muchas situaciones de la vida, pero también hay muchas formas de comportamiento necesarias que no están escritas ni legisladas, pero que son un factor de gran importancia en el desarrollo social. Me refiero a muchos valores que son consustanciales con el concepto de democracia y que muchas personas no los vivimos.

Para vivir la democracia de una manera plena y coherente con los ideales de humanización necesitamos una generosidad individual y colectiva capaz de asumir los valores que protegen y dignifican a las personas. El funesto error de creerse en posesión de la verdad absoluta, instalarse en los radicalismos y dogmatismos, imponiendo a los demás el propio pensamiento lleva a la pérdida de la credibilidad social, la desconfianza en las instituciones y el desprecio de la política. Suscitar el miedo como arma política para derrotar al adversario ideológico es un insulto a la inteligencia de la gente, es un error de quienes desean hacer adeptos ciegos para que militen religiosamente en los partidos políticos que se convierten en máquinas del poder, con un líder-dios al que se aclama y adora, es convertir la política en otra religión, con dogmas y creencias absolutas, donde no cabe discrepar, porque de lo contrario es entrar en el infierno de la reprobación y de la indiferencia.

Tengo la certeza de que nuestra sociedad, de manera abrumadora, ejerce la ciudadanía con un buen talante, pero atravesamos tiempos convulsos alentados por los partidos políticos que con sus estrategias electorales infectan la vida social. Por ello, me permito sugerir la necesidad de que, en la familia, en la escuela y en todas las organizaciones sociales, se potencie la educación en valores. Que las relaciones humanas puedan sustentarse en el respeto, la tolerancia, el diálogo, el consenso, la libertad de expresión, la solidaridad, la comunicación, etcétera. En definitiva, educar el carácter cívico desde una perspectiva integral, que afecte a la totalidad de la persona en sus dimensiones humanas, sociales y éticas, que sea capaz de promover y conseguir una ciudadanía activa, participativa, libre, crítica, justa y responsable.

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