Opinión | FUERA DE CAMPO

Maltratarás al prójimo como a ti mismo

¿Por qué la gente grita en los vagones? Da igual sean de tranvía o de tren. La cuestión es berrear. Lejos quedó el pudor y el valor anticuario de la intimidad. El temperamento necio es compartir sin filtrar la última confidencia doméstica. Y ahora que llega la caló, se clama con más inri y absurda vehemencia. Sabedlo: Se os oye y escucha, tranquilidad. Conocemos lo que pasará en las próximas horas de vuestras apasionantes vidas, sin necesidad de ser mentalistas ni haber escrutado vuestras modernas redes sociales.

Al menos espero que duerman tranquilos tras balbucear a los cuatro vientos esas rutinas imperfectas que son para pegarse un tiro en la pierna: ¡bang! Prefiero el sonido del disparo al ruido de esa letanía pluscuamperfecta que es no soltar el móvil y bla bla bla, o conversar con el acompañante como si se encontrara en Oregón, proyectando la voz y rompiendo tímpanos a la par que bajando enteros como especie humana. Tampoco quiero que quienes viajen lean o escuchen música clásica; sólo deseo que hagan un crucigrama que incluya la palabra respetar.

Pero el despiece continúa: ¿Por qué no se quitan las mochilas de la espalda, una vez subidos en el tranvía o bus? ¿Fueron sherpas en otra vida? ¿Mastines del Pirineo? ¿Peregrinos del asfalto? ¿Llevan algo oculto o lo que esconden es continuación de su virtuoso cuerpo? ¿O será que así uno hace su sitio y consigue marcar su lugar en el mundo, digo en el susodicho vagón, a costa de maltratar las espaldas de sus congéneres? ¿O el talento no da para más? Cuestión de golpeo.

Y es que además entran, validan y se quedan en la puerta en jugada maestra. Jaque mate. En virtuoso ejercicio de bloqueo para la galería, tapan el aparatito de validar y además impiden el acceso en esos segundos tan rápidos como eternos del cierre de puertas. ¿Lo han ensayado n veces o forma parte de su naturaleza biológica genética? El bloqueador, ¿nace o se hace? ¿Servirá para el rugby o para la Eurocopa también?

Sigamos. La cesión del asiento es todo un clásico de respeto a la edad, la cortesía y el sentido común, pero existe una nueva moda: la pertinencia de hacer convivir sillas de ruedas y carritos de bebé con los de la compra y las combinaciones más surrealistas de una película de Buñuel. ¡Dónde está la cámara, que saludo! Y se acumulan los exhortos de viajeros y viajeras que, indignados, diseñan un nuevo reglamento de uso y disfrute de los sitios, para no bajarse ni a la de tres.

Y rematemos. La lealtad de muchas mascotas, especialmente perros, si han sido mínimamente educados por los humanos de su unidad familiar, dan mucho más y mejor ejemplo que el de otros afanados en mostrar sus déficits de modales en el vagón de los justos. No hay condición social que se resista al asombro. Si los perros hablaran... De momento, invocaremos a Wes Anderson para estos menesteres.

Los que en su tiempo vimos La diligencia de John Ford, Asesinato en el Orient Express de Sidney Lumet o Pánico en el Transiberiano de Eugenio Martín, ¡aprendimos a comportarnos! aunque en el trayecto sucediera de todo y para todo. Lo que nos queda, pues, serán pautas de urbanidad para no maltratar al pródigo prójimo próximo más de lo necesario, un código de conducta, máxima para los amigos, Cesaraugusta para las vecinas, osada para los que viajamos con tarjeta y no tenemos carrozas ni a mitad ni a fin de mes.

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