Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Yasunari Kawabata

La obra póstuma del Premio Nobel japonés Yasunari Kawabata Dientes de león llega al castellano de la mano de Seix Barral.

Se trata de una obra maestra.

Su argumento gira (y el verbo es el más apropiado, dado el carácter circular del libro) en torno a tres personajes: una madre, su hija y el novio de ésta.

La muchacha, Ineko, padece una anomalía psíquica denominada «ceguera de cuerpo», según la cual aquellas personas y objetos que más queridos le resultan se invisibilizan a sus ojos.

La madre, convencida de que ha perdido la razón, consulta a los médicos y decide internarla en un sanatorio mental. El novio, Kuno, se opondrá a ello, tratando por todos los medios de convencer a la madre de que no lo haga, de que no interne a su hija, permitiéndole a él tratar de normalizar su estado y alejarla del lado de la locura. Insistirá, aunque inútilmente, pero se negará a alejarse del hospital donde Ineko acaba de ser ingresada. Merced a sus ruegos, a su desesperada insistencia, logrará que la madre pernocte una noche en el mismo hotel, largas horas de angustia que empleará en tratar de persuadirla de que su hija sólo puede sanar si abandona la institución psiquiátrica, pues allá dentro perderá definitivamente la razón.

Novela maravillosa, de una elegancia exquisita, de una sobriedad ejemplar, fría, exacta y bastante cruel en sus planteamientos, se redime gracias a esa extraordinaria historia de amor que parece flotar entre los miasmas del hospital, sobre las batas blancas de la locura, ora acercándose al faro de los sentimientos, ora alejándose de ellos, hacia el horizonte de una ciencia que no parece aportar tampoco ninguna solución.

Yasuniro Kawabata, el gran maestro japonés, y que también lo sería de Yukio Mishima, llevó una vida muy solitaria. Dedicado exclusivamente a su arte literario, recibiría justamente el Nobel en 1968, legándonos obras como Mil grullas, Lo bello y lo triste, El rumor de la montaña o Historias de la palma de la mano.

Al igual que su discípulo Yukio Mishima, se quitó la vida. Tenía setenta y dos años.

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