Opinión | DELANTE DE TUS NARICES

Después de Babel y hasta el traductor automático

El libro Contra Babel. Ensayo sobre el valor de las lenguas, que el filósofo Manuel Toscano ha publicado en la exquisita editorial Athenaica, tiene tres virtudes evidentes: la claridad, la exactitud y la profundidad. Analiza la importancia de las lenguas como medio de comunicación, patrimonio cultural y seña de identidad. Plantea los debates centrales sobre filosofía, derecho y diversidad. Incluye referencias muy interesantes, resume con eficacia tesis y posiciones, escoge ejemplos memorables. Las discusiones sobre las lenguas en España aparecen, pero no son el tema central; el ensayo evita el tono panfletario. Toscano expone con ecuanimidad las posturas y es cortés y firme en la defensa de lo que Pablo de Lora ha denominado un «liberalismo sensato», que defiende el pluralismo de valores, protege los derechos individuales y es realista (sobre la composición lingüística de una población, sobre la necesidad de la Administración de relacionarse con los ciudadanos). Otra virtud del libro es la refutación de ideas falsas que se han instalado en el debate. Entre ellas están la analogía tramposa entre la diversidad lingüística y la biológica, la intuición profusamente desmentida de que cada lengua encierra una cosmovisión intransferible, la imagen mental del «último hablante» de una lengua o la proposición de que «las lenguas están para entenderse»: a veces las usas para que no te entiendan. Se hablan 7.138 lenguas en el mundo, pero unas 200 lenguas concentran el 90% de los hablantes. También refuta el tópico narcisista de que España es un país con gran diversidad lingüística: Papúa Nueva Guinea tiene 839 lenguas distintas para una población de nueve millones de personas. La sensación de extinción es comprensible, pero el catalán, el gallego o el vasco no corren peligro; la situación del aragonés es más crítica. Europa es el territorio con menor diversidad lingüística del mundo, lo que resulta congruente: el principal enemigo de la diversidad lingüística es el progreso, con la alfabetización, la imprenta, la educación universal, los medios de comunicación de masas, el mayor contacto de personas e intercambios materiales. (Las lenguas «minorizadas» tienen que regularizarse y eso también reduce la diversidad.) Algunas ideas tienen consecuencias indeseables: el concepto de la dignidad de las lenguas puede implicar que está bien imponerlas para salvarlas, al margen de lo que piensen sus hablantes. Pero los derechos son de los individuos (a expresarse en su lengua, por ejemplo), no de las lenguas. Otras veces se adopta un marco nacionalista, como en el caso de la categoría de la «lengua propia», que lleva al absurdo de que alguien diga: «no hablo mi lengua propia». Pero ya veremos lo que pasa cuando todos vayamos con traductores automáticos. Cuando veía películas en DVD mi tía se ponía las escenas románticas en francés, que ya se sabe que es la lengua del amor.

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