Opinión | el artículo del día

Trascender la Modernidad (I)

Tras las últimas elecciones europeas el presidente húngaro V. Orban habló de la necesidad de volver a los valores cristianos. Hace 6 años, el presidente francés E. Macron también propuso a un auditorio repleto de obispos recuperar el vínculo entre la iglesia y el estado. Pero es que el 2001, tras el ataque a las Torres Gemelas, J. Chirac y S. Berlusconi ya habían concluido que estaba en juego la Cristiandad y sugirieron incorporar su defensa al proyecto europeo. ¿Por qué un proyecto tan decididamente laico, como es la Modernidad, es puesto en cuestión por tan significados líderes europeos? Quizás porque, como tantas veces ocurre en los grandes cambios, las palabras encargadas de encauzarlos no sirven para explicarlos.

Decía G. Simondon que cualquier clase de sistema, incluida la sociedad, se hace a sí mism@ dejando de lado ciertas partes constitutivas de la realidad, las cuales, para el punto de vista recién instituido, tendrán un carácter indeterminado. Sin embargo, esa realidad sobrante se resistirá a quedar al margen e incluso forzará la creación de un nuevo sistema en el que quede explícitamente integrada. Aun así, este cambio también dejará de lado una nueva indeterminación, la cual, con el tiempo, forzará la creación de un nuevo sistema. Y así, sucesivamente.

En el caso de la sociedad moderna, lo que se dejó de lado fue la espiritualidad, que tiene un carácter indefinido porque va más allá de lo que se suele admitir como espiritual. Además, esa realidad ha estado entre nosotros sin que hayamos sido capaces de reconocerla del todo. En efecto, cierto montante de espiritualidad ha cargado en ideologías como el nacionalismo o el comunismo y ha alimentado la confianza ciega en la ciencia o la democracia de un modo parecido a como los monoteísmos imponen un credo y lo vuelven absoluto. Igualmente, lo espiritual anda detrás del encumbramiento de ciertos personajes populares o de muchas marcas comerciales otorgando al conjunto resultante un carácter entre politeísta y totémico. Hay también un amplio abanico de experiencias que buscan el crecimiento personal, la expansión de la conciencia o el trato con lo sobrenatural de un modo similar a como lo hace el animismo. Lo mismo ocurre con infinidad de congregaciones colectivas, más o menos efervescentes, gracias a la música o las drogas, en las que las gentes en general y cada sujeto en particular se sienten absolutamente unidos y trascendidos.

Todo ello, en su conjunto, forma parte del indeterminado magma espiritual que, si bien la Modernidad quiso dejar de lado, no ha podido impedir que, de un modo inadvertido, impregne la práctica totalidad de la vida colectiva. Algunos líderes de la derecha europea no ven esa difusa y multiforme espiritualidad, pero sienten la necesidad de convocarla recuperando los códigos monoteístas de la Tradición, todo ello para hacer frente a lo que perciben como una crisis de nuestra civilización frente al ascenso de otras. Por su parte, las izquierdas, convencidas de que el desorden de nuestra época solo tiene que ver con las condiciones materiales de la existencia, subordinan lo que entienden por espiritualidad al Progreso material.

Lo espiritual va más allá de lo que las derechas e izquierdas entienden. Según los antiguos, es la quinta esencia de la realidad, junto con el agua, el fuego, el aire y la tierra. Igualmente sugieren que lo que está arriba, en los cielos, y abajo, en nuestro planeta, es lo mismo. También aseguran que entre lo que hay fuera de cada sujeto o colectivo y lo que creemos dentro no hay tampoco diferencia alguna. Finalmente, niegan que el tiempo y el espacio sean categorías que le hagan justicia ¿No creen que sería necesario recordar a los antiguos para dar un mejor impulso al actual cambio civilizacional?

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