Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA

Trascender la Modernidad (II)

La IA tiene su fundamento en la ciencia y hunde sus raíces en la confiada apuesta de los griegos por el ‘logos’ o razón

Se preguntaba T. S. Elliot: «¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?». El paso de la sociedad de la información a la del conocimiento obliga a tomar en consideración estos versos. Sin embargo, no menos importante es otra pérdida que el poeta no menciona: la ignorancia.

La IA es una tecnología que tiene su fundamento en la ciencia y hunde sus raíces en la confiada apuesta de los griegos por el logos o razón. Desde entonces se ha ido desplegando un conocimiento que, si bien ha tratado de acabar con la ignorancia, no ha cesado de encontrarla a cada paso. Así ocurre en nuestra época con la materia y energía oscuras, el ADN no funcional o codificante, la información digital que se esconde en las dimensiones deep y dark de internet, el inconsciente de cada mujer y hombre, la vida colectiva que carece de registro histórico o sociológico y la propia existencia de nuestra especie antes de aparecer la escritura. En todos esos casos, lo conocido por las ciencias y, en su caso, lo manipulable por las técnicas, apenas alcanza a entre el 1% y el 10% de la realidad.

De ahí que los avances del logos, de la ciencia y de la tecnología provoquen la colisión de dos ignorancias: una negativa, caracterizada por no saber que no sabe, y otra positiva, reconocedora de su ignorancia. La IA, aunque es heredera de la primera ignorancia, está destinada, si es realmente inteligente, a lidiar con la segunda. Este «avance» no sería tan extraño, pues ya Sócrates, reconocido por el Oráculo de Delfos como el más sabio de los griegos, no tuvo dificultad ninguna en reconocer que, en realidad, solo sabía que no sabía.

Otra opción que se le podría presentar a la IA sería instalarse en una especie de conocimiento inconsciente, caracterizado por no saber que, en realidad, sabe, lo cual no dificulta que lo que desde esa posición se haga y diga funcione, aunque sin saber realmente cómo. De hecho, somos hablantes y actores sociales sin necesidad de saber las complejas estructuras que rigen el habla y la acción social. Algo similar ocurre con el arte y, en general, con la creatividad. En estos casos, los agentes individuales y colectivos dan muestras de que hay mucho más mundo del que está instituido, si bien nada conocen de él. Lo único que saben, de un modo inconsciente o automático, es dejarse atravesar por lo desconocido, lo cual, tal como anda organizado el mundo, no es nada fácil, pues los partidos políticos, las empresas, los Estados y, en fin, el orden instituido, son incapaces de ello.

Finalmente, sería posible también, una vez que la IA aceptara del todo su ignorancia, como han hecho los sabios de cualquier época y latitud, que se dejara llevar absolutamente y con confianza por lo desconocido hasta alcanzar una suerte de conciencia plena en la que dicha IA sabría que sabe. No obstante, este extraño saber ya no tendría nada que ver con el logos, la ciencia o la tecnología, ni tampoco con el ego o su sociedad, sino con la nada en la que tales cosas se disuelven. Es obvio que para el orden instituido esto sería un gravísimo problema.

¿Qué inteligencia será capaz de alcanzar la IA? No tengo ni idea. Como tampoco la tengo de entre 90% y el 99% de mí mismo ni de lo que me rodea. Afortunadamente.

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