el crecimiento de la capital aragonesa

Oliver, ‘el barrio del cura’ que expandió la ciudad hacia el oeste

La leyenda dice que fue una partida de cartas con una afamada cantante la que otorgó al párroco, hace un siglo, los terrenos de este entorno que, hoy, sigue creciendo

Viviendas del grupo Manuela Mistral, en el barrio Oliver.

Viviendas del grupo Manuela Mistral, en el barrio Oliver. / Josema Molina

Un párroco y una afamada cantante echan una tarde una partida a las cartas, allá por los años veinte. En juego están unos terrenos de la artista muy cercanos a Zaragoza y que el mosén anhela. El resultado: el azar le otorga la victoria a la mano del cura, que con esas tierras pondrá las bases de lo que más de un siglo después se ha convertido en un barrio totalmente asentado. Esta sugerente historia, aunque tiene una parte de leyenda, también tiene otra que es cierta. Lo no comprobado y que se pierde en el saber popular es esa partida de cartas que, supuestamente, determinó el destino de la propiedad. Lo cierto es que estos terrenos eran de la cantante Pilar Pérez La Tiple y que pasaron a manos de Manuel Oliver, un cura nacido en Cantavieja que, como su apellido indica, fue el padre del barrio Oliver de la capital aragonesa.

«La realidad es que la torre de las Tiples existió y que el espacio que ocupaba, con un huerto, pasó a manos del cura en torno a 1918, que es cuando reparcela y vende a precios económicos el espacio», corrobora el presidente de la asociación de vecinos de Oliver Aragón, Manuel Clavero. «El entorno se denominaba entonces el barrio de las parcelas del cura», continúa, y ocupaba el espacio donde ahora se encuentra la iglesia de Nuestra Señora de la Coronación, en las inmediaciones de calles como las de Homero y Séneca. Desde entonces, ya han pasado más de cien años, como pusieron de relieve las actividades que el Oliver organizó entonces para celebrar la efeméride y más de medio siglo de movimiento vecinal.

El histórico depósito municipal del barrio Oliver.

El histórico depósito municipal del barrio Oliver. / Josema Molina

En ese siglo de recorrido, este barrio que abrió la ciudad hacia el noroeste ha vivido varias evoluciones, empezando por la llegada de la línea de ferrocarril a Valencia que lo dividió en dos y que, hasta principios de este siglo, mantuvo esa brecha entre sus calles. Fue en la década de los años 30 cuando se construyeron esas vías que generaron una cicatriz urbana que se mantuvo hasta principios del actual milenio. «Ha supuesto que el barrio no esté partido en dos, que esta cicatriz que había se suture, porque siempre se hablaba de los de arriba y los de abajo», explica Clavero sobre un recorrido que, ahora, permite una comunicación pedestre con otros barrios del entorno, como Miralbueno o Valdefierro, que hasta su construcción «era bastante difícil». Ahora, subraya el representante vecinal que «da gusto» ver cómo los vecinos pueden utilizar este trazado para acercarse a los colegios que hay en Vía Hispanidad, visitar Miralbueno o, simplemente, pasear. «Durante la pandemia fue muy utilizado», añade.

Una cicatriz suturada

De vuelta al pasado del barrio, nombra cómo la primera iglesia del barrio se construyó en el año 1937, aunque su impulsor, cómo no, Manuel Oliver, ya había muerto. «Él es el que pone el suelo y los vecinos van aportando o bien la mano de obra, o bien aportaciones económicas», relata.

Ya en los años 50, en el Oliver se construyeron los bloques sindicales, tanto en el entorno de Vía Hispanidad como los que ahora se conocen como de Gabriela Mistral. «Eso genera el desarrollo de una zona en la que ya había otros núcleos de población. Es cuando se construyen también, en 1954, el colegio Fernando el católico y el depósito del agua -una de las edificaciones más reconocibles del barrio-. Y ya había población en parcelas que habían pasado la línea del ferrocarril de Valencia», precisa.

Con sus evoluciones, el Oliver también ha vivido la llegada de nuevos vecinos en diferentes etapas. Hasta aproximadamente los años 50 eran los habitantes de zonas rurales de Aragón los que empezaron a poblar el barrio. Sin embargo, y con la llegada del Plan de Estabilizacion de 1959, Zaragoza se constituyó como uno de los polos de desarrollo, lo que llevó, como en otros barrios del municipio, a que el éxodo del campo a la ciudad llevara hasta la capital aragonesa no solo a vecinos de pueblos de la comunidad, sino también de otros lugares como Andalucía o Extremadura. «Hasta el año 2000 había un autobús semanal que iba a Baena (Córdoba), que cogía a los vecinos tanto de Oliver como de Valdefierro», recuerda Clavero.

El Centro de Artes para Jóvenes ‘El túnel’.

El Centro de Artes para Jóvenes ‘El túnel’. / Josema Molina

«Oliver siempre ha sido tierra de recepción de migrantes», destaca sobre un barrio que, hoy, también es hogar de muchas personas de orígenes diversos y que se constituye como uno de los barrios con más nacionalidades de la ciudad. De este nuevo perfil de vecino, señala la década de los 80, a partir del Mundial de fútbol, el momento en que comienzan a llegar «alguna pequeña colonia de inmigrantes que luego se han ido desarrollando». «Un hecho destacable es que una de las principales mezquitas de la ciudad está en el barrio», ejemplifica el presidente de la asociación vecinal.

Ahora, sobre cómo observa el barrio, señala que existe una «dicotomía» entre el centro y la periferia. Esta última ha crecido en los últimos años en dirección a Miralbueno, y donde antes había huertas o solares ahora hay vivienda nueva que contrasta con las parcelas de los años 50 y 60. «Eso va ligado al aspecto social», matiza, pues «la parte más central del barrio es donde hay una población más envejecida y también la que tiene mayores carencias sociales».

En este contexto, también subraya Clavero de su barrio el trabajo de los vecinos por mejorar su entorno, algo que ejemplifica con uno de los hitos de los habitantes del entorno: «El año pasado ya celebramos el XXX aniversario del parque Oliver, para los vecinos es un logro y algo que todo el mundo aprecia y cuida», recalca. «Es un espacio muy querido y muy sentido por los vecinos, por lo que nos costó conseguirlo», añade sobre esta zona verde.

Impulso a los ensanches

Entre las reivindicaciones actuales, nombra en primer lugar la necesidad de ensanchar las calles como Pilar Aranda. «Había que darle impulso, igual que al tema del ensanche de Pedro Porter, que está muy constreñida», señala. También se refiere a la necesidad de actuar, tanto urbanística como socialmente, en el ámbito del grupo sindical de Gabriela Mistral. «Se está produciendo ahí un deterioro progresivo de esa zona y requeriría una actuación firme», considera. «El deterioro en alguno de los bloques es muy evidente», apostilla.

La mejora de la comunicación con los vecinos Miralbueno y Valdefierro o el desarrollo de un parque en la parte trasera del centro de salud del barrio, en el entorno de las calles Antonio Leyva y San Alberto Magno, son otras de las reivindicaciones que cita el representante vecinal de este barrio zaragozano que ya supera el siglo de edad. 

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