Capítulo VI | Un convoy de ayuda entre blindados de combate

Entramos en la región de Donbás. Aquí la huella del conflicto se acrecienta. Escuchamos explosiones lejanas. Estamos a unos veinte minutos de Bajmut. Las trincheras forman ya parte del paisaje

Conocemos a Misha, héroe de guerra, y a Piolín, líder de batallón. Andrei y David les entregan chocolatinas, un generador de energía y algo de comida

Capítulo VI. Un convoy de ayuda entre blindados de combate

Lara Escudero

Tomamos el camino hacia el este. El paisaje cambia. Se transforma rápido. Asombra el contraste entre regiones. La geomorfología impacta. Son tierras ricas en recursos y belleza, aunque las trincheras antitanques se cuelen ahora en el entorno, como un elemento natural más. La impronta de la guerra se acrecienta en esta zona. Cada kilómetro superado nos acerca más a territorios próximos al frente.

Andrei cambia la playlist. Es momento de escuchar las letras más épicas. Tan solo compartimos ya carretera con blindados de combate. La destrucción se hace más visible. A la derecha, una granja arrasada. Fue un misil. A la izquierda, una cadena de casas sin tejado. Las destrozó la artillería. Algo más adelante, el esqueleto de una tienda de ultramarinos. Fue desmenuzada por un tanque. Seguramente, alguien encontraría la muerte en aquellos instantes. Qué asco, la guerra. Y qué repugnancia, la condición humana. Tantas veces.

Cargamos detrás un generador de energía para una unidad de infantería. Andrei y David lo entregan a su líder, alias Piolín. En pleno encuentro, conocemos que sus posiciones han sido atacadas en primera línea. Hay varios heridos. Se muestra preocupado, pero, aun así, nos atiende con cariño. Llevaba tiempo esperando este cargamento, que además Andrei redondea con unos Redbulls y unos Snickers. Piolín abraza las cajas y sonríe tímidamente. "¡Energía!", grita. Lleva en Donbás seis meses.  Tiene ganas de charlar. Acaba de casarse. Justo hace un mes. Aprovechó unos días de permiso. Echa de menos a Marina, a quien venera. “Pase lo que pase, siempre me apoya”, explica a Andrei, mientras él traduce y yo lo capto con el móvil.  

Ruta hacia Kostiantynivka.

Ruta hacia Kostiantynivka. / Lara Escudero

Todo ha ido bien. Mantenemos rumbo. Hace sol, pero aquí el corazón bombea más fuerte. Huele a gasolina y a cigarrillo. Nos topamos con un nuevo 'checkpoint' para validar credenciales. Las colillas se amontonan en el suelo. Así como las miradas impertérritas de algunos soldados. Otros, ondean sus manos amablemente, despidiéndose con su dedo gordo en alto y gritándonos “good luck”. Cruzarte sonrisas con ellos, aquí, reconforta. E infunde cierto coraje. Algo de lo que los ucranianos pueden sentirse orgullosos.

Reanudamos marcha. Vuelvo a abrocharme la cinta de seguridad. Andrei me echa una de sus miradas de reprobación. Siempre se cabrea por esta manía mía “tan española”, dice. Aquí no se lleva cinturón, precisamente, como medida de seguridad. En cualquier momento quizá debamos salir corriendo. Yo me siento incómoda, pero el pragmatismo de Andrei siempre termina convenciéndome. “No te ates. Puede restarnos tiempo”, alega nervioso, torciéndome el rostro. Niego con la cabeza, pero termino entendiéndolo. Hay que amoldarse a las nuevas circunstancias. Un segundo puede cambiarlo todo.

"Se amontonan las trincheras a ambos lados. El barro. Y las colillas. Se escuchan explosiones lejanas"

Nos adentramos en la ruta que lleva a Kostiantynivka, dejando atrás Kramatorsk. La conducción es menos ágil. Serpenteamos. Sorteamos montículos de arena y erizos antitanque en plena vía. Se amontonan las trincheras a ambos lados. El barro. Y las colillas. Se escuchan explosiones lejanas. Estamos a unos veinte minutos de Bakhmut, donde lucha parte del batallón al que destinaremos otro lote de suministros. No perdemos de vista a David por el retrovisor. Somos un pequeño convoy. Ahora vamos solos. Suena una alerta antiaérea que todo lo eriza. Ambos mascamos con vigor el chicle. Casi en copla. Nos tranquiliza.

Llegamos al punto de encuentro. Una gasolinera. Refugio para militares, lugareños y periodistas. A lo largo del viaje, acampamos en muchas de ellas. Son lugares que también han sido objetivo. Conocemos a Misha, héroe de guerra. Entre sus proezas en batalla, que son muchas, destaca una: él solo consiguió liberar a cincuenta civiles y compañeros soldados tras un grave ataque en Kherson. El presidente va a condecorarle pronto, pero no quiere hablar de ello. Es un hombre con brío. Pronuncia mucho cada movimiento. Y no borra la sonrisa del rostro. Me fijo en su atuendo y en uno de sus parches. Está en castellano. “Hasta la vista, separatista”, gruñe un esqueleto picarón con los dedos haciendo la peineta. El humor negro es nutriente entre ucranianos ahora mismo. Te dan una buena lección de vida.

El humor negro es nutriente entre soldados ucranianos

El humor negro es nutriente entre soldados ucranianos

Descargamos material. Kits de supervivencia, chocolatinas y algo de equipamiento táctico. Andrei decide ofrecerles, además, una caja de fruta. “Debéis comer bien”, insiste. Resuenan detonaciones durante la entrega. No hay tiempo para mucho más. Ha surgido un imprevisto y hemos de arreglar un asuntillo. Después, nos esperan en el área de Sloviansk. Supimos al día siguiente que aquel capricho del destino nos evitó una emboscada de artillería. Dos de los compañeros resultaron heridos.