Opinión | LA RÚBRICA

‘Labostivos’

Esperamos el verano con ganas de desconectar, pero sería más lógico enchufarnos a la vida gracias al descanso. Nos sentimos más conectados a los deberes habituales que al disfrute del ocio. Huimos agobiados de la rutina del trabajo y terminamos aterrorizados porque no sabemos qué hacer. Acusamos la falta de oxígeno vital durante el curso, al mismo tiempo que aborrecemos una soledad que asociamos al aburrimiento. Entre el estrés de preparar unas vacaciones, la ansiedad de pensar en la vuelta y la tensión de la inactividad durante la fiesta, no sabemos si vamos a relajarnos o seguimos en la Quebrantahuesos diaria. Nos incomodan los niños, ya aparcados durante el curso, por lo que ahora nos toca pagar su mantenimiento con el impuesto colonial o familiar. Luego, estos peques crecen y los echamos de menos tras dejar el nido vacío lleno de orfandad. La falta de trabajo convierte el descanso en delito social. La escasez de dinero, currando, asimila los días festivos con los laborales. Son los labostivos, esos fines de semana en los que mucha gente hace como que tiene fiesta mientras, el resto de los días, hacen como que cobran de sobra.

Algo no funciona cuando nos sentimos raros holgazaneando. Un perezoso es un filósofo de la nada. Dejar la mente en blanco ayuda al equilibrio emocional. Pero si dibujamos el cuerpo de esa misma tonalidad, nos acusan de vagos y malsonantes. El código penal católico condena ese pecado capital, a pesar de que Dios sólo ha movido el culo seis días desde su eternidad. Es curioso que sus sacerdotes sólo trabajen los domingos, bebiendo, comiendo y hablando, obligando a sus fieles a gastar parte de su tiempo libre en acompañarlos a sus aquelarres. La persona que no hace nada porque quiere, sabe lo que quiere y disfruta de esa nada. ¿A que me ha quedado una monada? Ocupamos las vacaciones en disimular la dificultad de llenar el tiempo. Como diría Rajoy, hacemos cosas, vamos a sitios y, sobre todo, estamos con gente. Nos agrupamos en la calle, la piscina, la playa, el monte o el centro comercial fresquito. Buscamos compartir el hedonismo idílico de un escenario de ensueño que desearíamos se perpetuara. Pero ¿seríamos felices en un entorno paradisíaco?

En 1968, el etólogo estadounidense John B. Calhoun diseñó un experimento con ratas en el que los roedores vivían de lujo con todas sus necesidades cubiertas y sin depredadores a la vista. Se le conoce como «Universo 25». Allí no faltaba la comida y bebida y tenían todo el tiempo del mundo para reproducirse. Lo que inspiraría, años más tarde, la canción de ese mismo título que hizo famosa Manolo Otero. «Hoy tengo tiempo/tengo todo el tiempo del mundo/para pensar en nosotros/para pensar en ti y en mí». Perdón, que me despisto con mis bailes de adolescente. El caso es que los habitantes crecieron en la abundancia y se reprodujeron en la lujuria. Hasta un momento en el que se observaron comportamientos perturbadores no achacables al incremento de población, ya que el espacio era todavía más que suficiente. Los problemas se debían a que muchos individuos habían dejado de tener un papel en esa peculiar sociedad. No había roles para todos. Muchos se mostraban apáticos y dejaban de moverse e interactuar porque no se sentían útiles. El investigador denominó a este fenómeno «drenaje conductual». Este hundimiento fracturó el equilibrio del hábitat. Surgieron conductas agresivas, las hembras descuidaban a las crías, la población no se reproducía y, finalmente, esa sociedad artificial colapsó con la muerte de todos sus habitantes. El estudio pretendía analizar la influencia del hacinamiento, con la superpoblación, como amenaza para el planeta. Es tentador, pero poco riguroso, extrapolar a los humanos lo sucedido en este caso. Sin duda, los comportamientos en épocas de vacaciones muestran una distorsión conductual que, unida a las aglomeraciones, explicaría ciertos salvajismos que van desde la batalla por la okupación de toallas en Salou hasta la invasión de la pradera de Ordesa. Pero no todo son malas noticias. En pleno desenfreno de las ratas en tan peculiar laboratorio, un grupo, al que llamaron «los guapos», se dedicó a disfrutar de la higiene, alimentarse y dormir. Fueron felices hasta el fin de sus días. Ahí lo dejo.

Nos vendrá bien la descompresión sin el fragor de las urnas porque hay lejanías que nos acercan. Tras las elecciones, conviene un reencuentro con la nada sin abandono del compromiso. Eso sí, no sé qué voy a hacer sin escribir este verano. ¿Ser guapo?

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