Opinión | firma invitada

Despacio, sin empujar

Asistimos a un desplazamiento poblacional, en un periodo relativamente corto, como seguramente no se había producido nunca antes

La exitosa película de Rodrigo Sorogoyen As bestas nos plantea una serie de preguntas tanto a nivel personal como colectivo de controvertida actualidad. En la película, una pareja de urbanitas llega a un espacio rural atrasado, a desarrollar su proyecto vital. Algunas expectativas de mejora en ese mundo pasan por la instalación de un parque eólico para lo que debe conseguirse un acuerdo entre los pocos habitantes del lugar. La mejora económica para los lugareños es realmente modesta: comprar un taxi en Orense. El humanista ilustrado se opone y comienza el enfrentamiento con algunos lugareños que termina en un fatal desenlace. La película se acerca, en mi interpretación, a hechos cotidianos que podemos observar en los debates sociales en nuestro país.

Desde una perspectiva, se trata de un conflicto entre los que llegan y los que han estado ahí toda la vida. Así, con la libertad de movimiento en el paraíso europeo, uno se instala donde le apetece... si no es pobre. Sus expectativas y forma de ser pueden chocar con los intereses de los que han vivido ahí siempre. Puede ser que esos intereses se impongan a las tradiciones o sentimientos, identidades, de los nativos porque éstos encuentran un beneficio o también pueden generar rechazo incluso ante las posibles mejoras. Napoleón y los afrancesados eran más avanzados técnica, social, económica y políticamente que los españoles de principios del siglo XIX pero sin embargo a buena parte de nuestros compatriotas no les gustó.

En estos tiempos asistimos a un desplazamiento poblacional, en un periodo relativamente corto, como seguramente no se había producido nunca antes. Y también a un cambio en las ideas y en la cultura de numerosos colectivos que generan desajustes e incomprensiones entre los que están y los que llegan y, dentro de los que ya están, entre lo nuevo y la tradición. Respecto a la primera cuestión tenemos los cambios sociales que está produciendo la inmigración masiva de estos tiempos. En cuanto a la posible divergencia entre tradición y modernidad nos aparece, entre otros, el conflicto entre lo rural y lo urbano o lo relativo al género. Con la inmigración ¿tienen que cambiar los nativos sus costumbres? Diferentes comidas en los colegios, problemas en la atención sanitaria de las mujeres... Yo pensaba que las comidas de vigilia pascual en los colegios ya estaban superadas...

¿Es admisible o incluso aconsejable y positivo que se establezcan comunidades separadas como hacen los ingleses? En mi opinión, es un riesgo y un coste en el largo plazo tener comunidades separadas, que no comparten ciertos valores. Los valores compartidos ayudan a las sociedades a afrontar mejor los retos. En España tenemos pocas situaciones en las que la ciudadanía expresa su compromiso cívico con la comunidad. Eso de la patria y el patriotismo que en otros países sí que se observa, aquí suena extraño. Raro en sectores de la izquierda y nauseabundo en algunos de la derecha. ¿Qué harías por tu país? Suena extraño. Hoy prácticamente sólo los acontecimientos deportivos, las fiestas y determinados tradiciones religiosas y laicas crean sentimiento comunitario. No son poca cosa para una sociedad pero son algo distinto al patriotismo

En estos momentos el proceso de cambio poblacional resulta controvertido Los problemas de integración, de asimilación, de generación de valores comunes y colectividad están ahí, aunque no sean dramáticos. Algunas sociedades que llevan más tiempo en esto, como la francesa, ya se han planteado el problema que llaman del «separatismo», de la existencia de grupos sociales que no se sienten franceses, que no quieren sentirse como tales y que hacen todo lo posible por vivir como sociedades separadas. De ahí el termino separatismo. A mí siempre me ha sonado muy bien ese dicho de «a donde fueres haz lo que vieres».

Esto vale también para aquellos que van a los sitios de fin de semana y se olvidan el resto de los días de los que viven ahí permanentemente. La visión de la naturaleza, del mundo rural de muchos urbanitas de salón constituye un avasallamiento de la situación y las tradiciones de los nativos en muchas ocasiones. Las intenciones pueden ser muy loables pero el despotismo ilustrado de muchos urbanitas y ecologistas de salón es una doctrina a revisar, suponiendo que esa ilustración sea medianamente científica. No me cabe en la cabeza que algunos animalistas sepan tratar mejor a los perros que los pastores con los que viven y trabajan y no los tienen encerrados en pisos de 60 o 150 metros. O que demanden la suelta del lobo mientras se apela a la ganadería extensiva, o del oso. Esta disociación que se produce entre la realidad de unos colectivos y las visiones e ingenierías sociales que unos se crean en sus mentes y en sus egos, debería ser más reflexiva en relación a la situación de determinados colectivos. Los cambios sociales transformadores, los cambios en las ideas o visiones acerca de la sociedad, no son revolucionarios, repentinos. Son lentos, son producto de la reflexión y de reformas pequeñas, constantes y continuadas. Cuando pasado un tiempo se observan las diferencias es cuando vemos que el cambio ha sido revolucionario, que son situaciones comparativamente distintas. Acelerar los ritmos no es muy adecuado, genera conflictos y no da buenos resultados, es más efectivo el reformismo que lo revolucionario, hipotéticamente revolucionario.