Opinión | LA COMEDIA HUMANA

Justicia, venganza, ley y derivados

En tiempo de guerra muchas leyes decaen. Un día no puedes matar a un hombre, y otro día, en determinadas circunstancias, ya puedes

Matar no debe de ser fácil para una persona medio normal, medio equilibrada. Para poder matar, al parecer, hay que pasar antes por un cierto acondicionamiento. Parece que ayuda cosificar a la víctima, despojarla de cualquier vestigio de humanidad. Así no se mata a alguien, se mata algo. Lo que se mata no posee ya atributo humano, por tanto, puedo matarlo y encender tranquilamente un cigarrillo, como en el cine; o, incluso, llegado el caso, hacerme una foto con lo matado. En Palestina hay gente, presuntamente normal, vestida de soldado, que asesina mujeres, niños, ancianos, y además lo celebra, porque ha habido ese acondicionamiento y no siente que esté matando a seres humanos. Los asesinatos de Hamás comenzaron el proceso de acondicionamiento: la venganza. El impulso de venganza es poderoso, probablemente uno de los más poderosos. La justicia es otra cosa, interpone una ley y un juez, que juzga el agravio entre la víctima que lo sufre y el sujeto que lo provoca. Así, la ley evita que el propio agraviado aplique la justicia por su mano. Es un ejercicio de contención en el que la razón embrida al instinto para tratar de lograr en la reparación una cierta proporcionalidad. El pacto de respeto por la justicia ha requerido una sofisticada elaboración de siglos, y naturalmente requiere una templanza y una altura moral del que juzga que no siempre se da. Hay jueces corruptos, hay jueces venales. Los ha habido, los hay y los habrá, porque los arcángeles no existen –y cuando aparecen suele ser para empeorar la cosa, para la venganza más que a la justicia.

La idea de la justicia, me parece a mí, es eso: una idea, un desideratum; hay un intento de aproximación a través de las leyes. Pero las leyes van cambiando con los tiempos y las circunstancias sociales, políticas, culturales, etc. Un día divorciarse es delito, al día siguiente de promulgarse la ley ya no lo es. Un día una mujer no tiene derecho a decidir sobre su vida porque es propiedad del padre o del marido. Otro día la misma mujer es (un poco más) dueña legal de su destino. Aquel día, felizmente lejano, un hombre, por tradición, cuna y familia, tenía derecho de propiedad absoluta sobre vidas y haciendas; podía matar a su vasallo, sirviente, violar a sus sirvientas, etc., sin reproche alguno de la ley. Esos días existieron. Ya no existen, las leyes han cambiado, y aquella justicia no puede concebirse ahora. Hay más casos, más cosas. En tiempo de guerra muchas leyes decaen, pierden efecto. Un día no puedes matar a un hombre, por ejemplo, y otro día, declaración de guerra mediante, en determinadas circunstancias (el frente bélico) ya puedes. Incluso puedes ser condecorado según cómo hayas matado. En fin, la ley no es un reflejo absoluto de la justicia, sólo es un esfuerzo permanente por procurarla.

Excepto las leyes divinas, que como sabemos, son inmutables porque las dictó alguno de los cientos de dioses únicos y verdaderos que existen en el mundo. Casi todos ellos buscaron a un buen hombre un buen día, y después de una cita más o menos privada, en la tierra o en algún lugar de la estratosfera, le dijeron que se volviera a la aldea y cumpliera el código que le había escrito, en unas lajas de piedra o donde fuera, depende de la fantasía del sujeto, de lo que hubiera fumado, bebido o comido. O de lo zumbado que estuviera, que vaya usted a saber. Y eso sigue existiendo. Los hechos fundacionales de las leyes religiosas son tan grotescos que hace falta mucho sentido del humor o ningún sentido común para darlos por buenos. Lo de la anunciación de la virgen de los cristianos, un poner: embarazo sin coito, parto sin ruptura del himen, y castidad propia y del marido para los restos. Un misterio, dicen en el negociado teológico correspondiente. Y tanto que lo es. Y lo siguen celebrando, incluso gente con dos doctorados o tres; y hay una legión de teólogos que lo explican, lo creen y lo difunden como indudable. Ahora ya no te queman en la hoguera si te surgen reparos racionales, algo es algo, pero tampoco enredes demasiado con estas cosas por si acaso. Los fanatismos han asesinado más que las bombas a lo largo de la historia, y la especie humana produce fanatismos como trajes Prêt-à-porter; conque la producción mundial de idiotas está garantizada; antes era una sospecha, ahora, con las llamadas redes sociales, la sospecha se ha confirmado y ha superado todos los cálculos más pesimistas. El cosmos está formado en un noventa y cinco por ciento por un misterio que llaman materia oscura. En esta pulga cósmica que habitamos, una infinitésima mota de polvo en el universo, unos cuantos pasados de rosca no hacen mas que inventarse dioses, y luego nos dicen que son sus dioses los que han inventado el universo, este misterio. Y además, a su imagen y semejanza. Imaginar un dios que sea como nosotros y disponerse después a adorarlo y a morir (los demás, sobre todo) y matar (a los demás sobre todo) por él, suena a un mal sueño de algún orate. Pero mira los Alvises y su ralea, no te sorprendas tanto.

Con todas estas cosas, más la estupidez humana, que no conoce otro límite que el descanso eterno, nuestra especie sigue produciendo crímenes y criminales en todas las escalas, desde el particular que agarra un cuchillo y mata todo lo que puede, hasta las guerras santas, donde cada Netanyahu, o como se llame el de Hamás, o cualquier otro tarado da rienda suelta a su cretinismo acorazado por sus huestes y por sus leyes divinas. Y ahí andamos.

Ah, y con la Eurocopa, claro. A ver qué nos dice don Unai en la siguiente comparecencia, que nos ilumina mucho. Coño, les das un balón, se forran, y se vuelven todos como si hubieran leído El arte de la prudencia, de Gracián, que seguro que no, con lo que tienen que entrenar ni tiempo tendrán de leer algo.