Opinión | editorial

Nicaragua, base operativa de Rusia

Rusia ha elegido Nicaragua para desencadenar desde allí una guerra híbrida contra Estados Unidos mediante la gestión de flujos de migrantes que pretenden llegar allí desde lugares tan alejados del escenario como Oriente Próximo y la India, y más cercanos como Cuba y Haití. El propósito es tensionar el debate político y la campaña electoral de la elección presidencial del próximo 5 de noviembre, donde la inmigración ocupa un lugar central en la carrera que disputan Joe Biden y Donald Trump. El régimen del presidente Daniel Ortega se presta gustoso a tal estrategia desde por lo menos 2018, cuando Rusia desempeñó un papel determinante en la represión de las protestas de la oposición en Managua y otras ciudades nicaragüenses.

Los inmigrantes que transitan por esa red de tráfico de seres humanos deben afrontar un dispendio que supera los 4.000 dólares, vivir una auténtica odisea con vuelos y escalas por medio mundo, soportar a fuerzas de seguridad cómplices con organizaciones mafiosas y jugarse la vida cuando llegan a la frontera de México con Estados Unidos, última y peligrosa etapa de su viaje. Porque si Nicaragua es el hub de acogida de los flujos migratorios, que recibe vuelos con origen en Kingston, La Habana y otros aeropuertos caribeños, México es la plataforma donde se concentra el grueso de la inteligencia rusa para inmiscuirse en los asuntos internos de Estados Unidos mediante la presencia desproporcionada de funcionarios acreditados en su embajada.

Nada es demasiado nuevo en la utilización de las migraciones como arma híbrida de guerra. A ella recurrió Rusia durante la fase más sanguinaria de la guerra civil en Siria, fue útil para desencadenar la crisis de refugiados que se vivió en Europa en 2015 y lo fue también para tensionar la relación en la frontera de Polonia con Bielorrusia en los prolegómenos de la invasión de Ucrania. No hay confrontación política, electoral o no, en la que la inmigración no ocupe uno de los centros del debate ideológico, y es uno de los temas predilectos de Trump para desacreditar la política de fronteras de Biden, que, por lo demás, no ha sido muy diferente de la que el candidato republicano puso en marcha durante sus cuatro años en la Casa Blanca. Se concentra al sur del río Grande un conglomerado de pobreza fácilmente utilizable a poco que se preste un Gobierno -el de Nicaragua- a ofrecer el país como base de operaciones.

Para Daniel Ortega es un asunto vital, con el objetivo de perpetuarse en el poder, disponer de un aliado externo y poderoso como Vladímir Putin. Para Claudia Sheinbaum, presidenta electa de México, el tránsito de migrantes por su país, teledirigido desde Moscú, entraña un gran reto, implica revisar los tratos que el presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador, cerró con Rusia. Para otros países centroamericanos, singularmente Honduras y Guatemala, tierras de paso obligadas de la inmigración, la estrategia de Rusia hipoteca la de por sí compleja situación de un fenómeno que tiende a crecer, según vaticinan los think tank especializados, y por lo tanto más fácilmente manipulable por potencias como Rusia, que utilizan la multiplicación de las oleadas de quienes huyen de las guerras y de la pobreza para alimentar las proclamas de cualquier movimiento con capacidad de desestabilizar a las democracias occidentales, y cuya victoria desean.

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