ANIVERSARIO

María de Ávila, siete décadas de pasión por la danza

El festival de fin de curso de la Escuela de danza María de Ávila se celebrará este sábado en el Palacio de Congresos de Zaragoza. Además de cerrar el curso escolar, la cita conmemorará el setenta aniversario de la emblemática institución aragonesa

La gala fin de curso de la Escuela María de Ávila del año pasado.

La gala fin de curso de la Escuela María de Ávila del año pasado. / JAIME ORIZ

Alba Ortubia

Todo estudiante que se precie concibe los últimos días de junio como una cuenta atrás hacia el ansiado verano. Pero para los alumnos de la Escuela de Danza María de Ávila, las anheladas vacaciones llegan de la mano de la efeméride más destacada de su calendario: su festival de fin de curso.

Este año, la actuación no solo pondrá en valor el trabajo del último curso escolar. La cita del 29 de junio también busca celebrar el setenta aniversario de la emblemática escuela de danza zaragozana. En 1954, la bailarina María de Ávila inauguró su propia academia de ballet en la calle Coso, que posteriormente se trasladaría su ubicación actual en la calle Francisco Vitoria. Original de Barcelona, se trasladó a la capital aragonesa después de casarse en 1949 con el ingeniero zaragozano José María García Gil. Esta decisión le obligó a rechazar un contrato en Nueva York y, finalmente, a abandonar los escenarios. “Ella nunca pensó en abrir una escuela. Fueron sus amigas y mi padre los que se compincharon para animarla a enseñar. Empezó dando clases a las hijas de sus amigos”, recuerda su hija Lola de Ávila.

Fue ella quien tomó las riendas de la escuela tras el fallecimiento de su madre en 2014. Directora asociada del San Francisco Ballet (1993-1999), Lola de Ávila asumió la dirección del centro de manera natural. “Nunca pensé que me fuese a interesar la enseñanza. Empecé poquito a poco y de repente me di cuenta que me llenaba poder transmitir mis experiencias y mi visión sin la limitación de mi cuerpo”, explica de Ávila.

El alumno hace al maestro

“Pero claro, también tienes que tener la suerte de tener los alumnos adecuados, porque el mejor maestro del mundo, sin alumnos no es nadie”, apostilla la profesora. La pléyade de antiguos pupilos de la Escuela María de Ávila confirma la destreza de sus docentes. Víctor Ullate, Carmen de la Figuera, Arantxa Argüelles o Ana Laguna son solo algunos de los nombres propios que se han curtido en la sala de ensayos de la calle Francisco Vitoria.

Pero la celebridad no es cosa del pasado. Cada año, las compañías internacionales se interesan por varios alumnos de la escuela. Este curso, Jorge Vela ha sido uno de los afortunados. El bailarín de 16 años continuará en septiembre su carrera profesional en Milán. “Quizá la parte más dura y más difícil para los bailarines de nuestro país es saber casi con total seguridad que tienen que marcharse”, reconoce Lola de Ávila. La escasa demanda de la danza en España obliga a los profesionales del baile a abandonar su hogar: solo un 2% de los españoles asistió a espectáculos de ballet en el último año, según la última Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales en España publicada en 2022.

El declive de la danza española no merma el interés de cientos de jóvenes españoles por la danza desde muy temprana edad. Ese es el caso de Keila Giménez, bailarina de 17 años que se calzó sus primeras zapatillas de media punta con tal solo 4 años. En la actualidad, entrena cuatro horas al día de lunes a sábado. Para poder compatibilizar los estudios con el baile, cursa bachillerato en horario nocturno. La joven asegura que “la disciplina es lo más importante” y más en las vísperas del festival de fin de curso, cuando los ensayos se intensifican.

Tras tantas horas de dedicación, el estudio se convierte en una segunda casa, y sus docentes, en una familia de acogida. “No aprenderíamos igual sin la familiaridad y el cariño con el que nos enseñan”, opina Irene Ultra, alumna de 16 años. Su maestra, por su parte, incide en la importancia de educar en valores: “No eres más que un trabajador cualquiera. A veces, hay que quitar espuma: el tútú, el escenario… Sí, eso es simplemente el adorno, pero lo que tú eres es un currito, un currante, da igual que limpies las calles o bailes ante el público”, aclara de Ávila.

La magia tras el telón

El escenario quizás no glorifique a quienes lo pisan, pero sí funciona como un catalizador emocional para muchos bailarines. “Actuar me ayuda a expresar mis sentimientos, algo que no me resulta nada fácil”, admite César Dugnani, estudiante de María de Ávila. “Cuando realmente eres libre, es cuando sales al escenario, porque de repente tienes excusa para dejar ir tus emociones. Mientras que, en la vida, siempre estamos conteniéndonos y haciendo lo que creemos que debemos hacer”, confirma su maestra.

Si algo es seguro es que el festival de fin de curso de este sábado pondrá a flor de piel las emociones de los bailarines y los asistentes. Lola de Ávila, en cambio, mantiene la mente fría. Por mucho que afronte el festival "como un año cualquiera, aunque con un poco más de ilusión", es consciente de que el verdadero reto aguarda tras la pausa estival: "Cada año hay que tratar de hacerlo por lo menos igual o mejor, intentar subir escalones en calidad", concluye la profesora.

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