Salud mental

Un traje a medida para vencer el fracaso del proceso adolescente en Aragón

El centro Aspade abrió sus puertas en Zaragoza durante la pandemia y ha ayudado a una treintena de jóvenes con problemas de autolesiones a evitar más ingresos en el hospital y a reconectar con su vida 

Carmen Pérez y Elisabeth Palacios, en el centro Aspade.

Carmen Pérez y Elisabeth Palacios, en el centro Aspade. / ANDREEA VORNICU

Eva García

Eva García

Evitar «ingresos de puertas giratorias» en los que a los chavales se les hospitaliza, se les medica y vuelven a su entorno al que se les pide que «se reincorporen como si no hubiera pasado nada». Pero eso es muchas veces imposible cuando un adolescente tiene que ser hospitalizado en una unidad de salud mental. Esto lo saben bien en el centro Aspade para jóvenes que Elisabeth palacios y Alejandro Klein crearon durante la pandemia.

Casi todos los chavales que han tratado han tenido ideaciones suicidas, autolesiones, han dejado de comer, se han cortado, dañado o quemado porque «es un cuerpo que no aceptan», también «ingresos a repetición» por problemas con su transición de género o porque «han quedado aislados de sus familias por el ordenador», explica Palacios. Asegura la psiquiatra infantojuvenil que son chavales que «han fracasado a la hora de realizar el proceso adolescentes. Con la crisis puberal cambia el cuerpo» y la relación con él, al «dejar esa identidad infantil y construir una nueva de adulto en un mundo como este», explica, en una sociedad escasa en oportunidades económicas y culturales

Esto en ocasiones genera problemas ya que los adolescentes son «altamente vulnerables» y a eso se añadió «la pandemia, que fue una situación dramática», ya que les pilló en una época en la que tienes que crear vínculos con otros y en este caso no se pudo llevar a cabo por el confinamiento.

Apuestan por la despatologización porque «esa es una losa para toda la vida»

Para evitar estas situaciones y acompañar a los jóvenes en un «recorrido cuyo objetivo es que puedan continuar con sus vidas» nació Aspade, que actualmente  cuenta, además de con los dos coordinadores, con una decena de psicólogos, psicopedagogos y acompañantes terapeuticos. Esta semana han hecho balance de sus dos años de historia en un acto en el Centro Joaquín Roncal de Zaragoza y presentaron su nueva sede, que acaban de estrenar (en Madre Vedruna, 18). Con Elisabeth Palacios y Alejandro Klein están Carmela Porquet, Gonzalo Barrera, Xabier Espeleta, María Fadrique, Cynthia González, Ruth Saralegui, Carlota Estarreado, Asier Colmenares, Raquel Maza (psicólogos), Aída Enríquez (psicopedagoga) y Carla Fernández, Ana Sancho, Carmen Pérez (acompañantes terapéuticos).

En este tiempo han hecho ese recorrido una treintena de adolescentes, que «no han vuelto a tener ingresos hospitalarios», asegura Palacios. En estos momentos, están acompañando a una docena de chavales de 13 a 20 años, pero también ayudan a un grupo de mayores que «quedaron anclados ante la imposibilidad de hacer ese cambio adolescente y vienen después de varias decepciones y frustraciones». 

En Aspade, intentan «hacer un traje a medida para ayudarles a reconectarse con las actividades escolares» y evitar esos ingresos ingresos reincidentes porque «dañan la autoestima» y tras ellos llevan implícitos la intervención farmacológica y en ocasiones la psicoterapia privada, afirma Palacios.

Ninguno de los jóvenes que ha pasado por Aspade «ha vuelto a ser ingresado»

El recorrido que realizan desde Aspade con cada adolescentes implica un estudio de la situación personal y de los vínculos personales para ese traje a medida en lo que se prima es «lo más sano que tiene, que son los intereses personales». En grupos pequeños, porque «también suelen tener problemas para relacionarse», realizan talleres lúdicos, psicodramáticos, de meditación, baile, cuidados personales etc» porque se busca «dónde se ha quedado uno varado y hacemos encaje de bolillos» para reconducir la situación. Todo ello a través de relaciones que funcionan como espejo, de tiempo de relación con otros jóvenes, así como acompañarles en experiencias grupales que les permitan comenzar a sentirse adultos.

Uno de los aspectos que tratan es la «despatologización porque no es una enfermedad sino una dificultad de la evolución», asevera, al tiempo que añade que cuando se habla de «patología es una losa para toda la vida».

También se trabaja con los padres que cuando llegan «están despistados», también «desbordados» porque no saben como enfrentarse a la situación y al mismo tiempo, como muchos han vivido fracasos llegan con «desesperanza».

Algunos de los trabajadores del centro Aspade, en su nueva sede, en la calle Madre Vedruna.

Algunos de los trabajadores del centro Aspade, en su nueva sede, en la calle Madre Vedruna. / ANDREEA VORNICU

Aspade abrió sus puertas en pandemia por «la ola importante de chicos con dificultad para cursar su adolescencia» y porque en muchas comunidades, tampoco en Aragón «había unidades intermedias» por lo que se convirtieron en un lugar entre la terapia individual y el ingreso». Hasta ellos llegan derivados de centros educativos, que han detectado el problema, y también sanitarios.

Una de las novedades que tienen implantada es la figura del acompañante terapéutico (hay 3), que sostiene a la persona ante fracasos. Una de ellas es Carmen Pérez, que en ese traje a medida trata de «adaptarse a las necesidades del joven», asegura, ya que lo que hace es darle «apoyo emocional a lo largo de esa no terapia, es un complemento, un apoyo en el día a día» para que no se sienta a solo en situaciones diarias, como «ir al instituto o venir a Aspade», cuenta. Eso le permite crear un vínculo que luego se puede redirigir hacia el resto de la terapia . Es como «un yo auxiliar» que le permite avanzar «solo con estar ahí», con ese vínculo creado para lograr «hacia la reconstrucción de esa identidad dañada».