EL CRECIMIENTO DE LA CAPITAL ARAGONESA

El Casco Histórico, el barrio donde Zaragoza ‘nació’ de un rayo de sol

Una conjunción astronómica dio forma a la Cesaraugusta romana, cuyo entorno atesora, dos milenios después, gran parte del patrimonio de la ciudad e incontables historias

La plaza del Pilar, con la basílica del mismo nombre, el ayuntamiento, la Lonja y la catedral del Salvador (la Seo).

La plaza del Pilar, con la basílica del mismo nombre, el ayuntamiento, la Lonja y la catedral del Salvador (la Seo). / Laura Trives

Para dibujar la Cesaraugusta romana bastó con un solsticio de invierno y los rayos del sol. La proyección de estos últimos fue la que delineó el conocido como Decumano Máximo -ahora, las calles Mayor, Espoz y Mina y Manifestación- con cuya perpendicular, el Cardo Máximo (la calle Don Jaime, más o menos), se creó la cruz que marcaría los límites de la ciudad. Por eso, todos los años se puede observar un curioso fenómeno a finales de diciembre, cuando el astro rey se alinea con el antiguo trazado del Decumano y tiñe de dorado las vías que hoy marcan su camino. De esta manera, y más de 2.000 años después, se puede decir que Zaragoza es hija del sol y, en el entorno aproximado que levantaron esos romanos, sigue en pie el Casco Histórico, su barrio más antiguo.

De regreso a aquellos tiempos, porque hablar de esta zona es hablar de la historia de Zaragoza, el historiador Daniel Aquillué precisa que Cesaraugusta fue fundada por Augusto con veteranos de tres legiones. De esa época son visibles no pocos restos en el barrio, como el Teatro Romano, de la época Flavia y con capacidad para 6.000 personas. También, como explica el experto, el foro, que aunque «fue destruido en 1991 en las obras del parquin de la plaza del Pilar», en su museo bajo la plaza de la Seo «aún se ven algunos vestigios».

A esa antigua ciudad romana que todavía se puede imaginar por sus restos le siguió la visigoda y, a ella, la andalusí, para continuar el recorrido con la cristiana bajomedieval. De aquella Saraqusta andalusí, que «debió ser impresionante», Aquillué ve en la iglesia de San Gil, el Arco del Deán y la Seo del Salvador «los principales elementos» que se conservan en el Casco.

Para dibujar la Cesaraugusta romana bastó con un solsticio de invierno y los rayos del sol. La proyección de estos últimos fue la que delineó el conocido como Decumano Máximo -ahora, las calles Mayor, Espoz y Mina y Manifestación- con cuya perpendicular, el Cardo Máximo (la calle Don Jaime, más o menos), se creó la cruz que marcaría los límites de la ciudad. Por eso, todos los años se puede observar un curioso fenómeno a finales de diciembre, cuando el astro rey se alinea con el antiguo trazado del Decumano y tiñe de dorado las vías que hoy marcan su camino. De esta manera, y más de 2.000 años después, se puede decir que Zaragoza es hija del sol y, en el entorno aproximado que levantaron esos romanos, sigue en pie el Casco Histórico, su barrio más antiguo. De regreso a aquellos tiempos, porque hablar de esta zona es hablar de la historia de Zaragoza, el historiador Daniel Aquillué precisa que Cesaraugusta fue fundada por Augusto con veteranos de tres legiones. De esa época son visibles no pocos restos en el barrio, como el Teatro Romano, de la época Flavia y con capacidad para 6.000 personas. También, como explica el experto, el foro, que aunque «fue destruido en 1991 en las obras del parquin de la plaza del Pilar», en su museo bajo la plaza de la Seo «aún se ven algunos vestigios».  A esa antigua ciudad romana que todavía se puede imaginar por sus restos le siguió la visigoda y, a ella, la andalusí, para continuar el recorrido con la cristiana bajomedieval.  De aquella Saraqusta andalusí, que «debió ser impresionante», Aquillué ve en la iglesia de San Gil, el Arco del Deán y la Seo del Salvador «los principales elementos» que se conservan en el Casco. Avanzando en este recorrido, apunta que los cambios más importantes ya llegaron «con las numerosas destrucciones del siglo XX». «Antes, en la segunda mitad del siglo XIX,  se abrió la calle Alfonso, como típica vía burguesa». Sin embargo, fue con la apertura de la plaza del Pilar, en las décadas de los 40 y 50, «cuando más se transformó todo», subraya. «La plaza se hizo para exaltaciones fascistas de la dictadura franquista, arrasando con importantes casas y palacetes de época de los siglos XV al XIX. Un destrozo sin paliativos», se lamenta este historiador. Es justo en esa plaza donde se levanta, probablemente, el monumento de Zaragoza más reconocible en el exterior, la basílica del Pilar. «Inicialmente hubo un pequeño templo en estilo románico y luego, otro mudéjar», relata. «El actual Pilar comenzó a construirse en la segunda mitad del siglo XVII, en época de los Austria y la Contrarreforma y entonces no tenía torres», continúa Aquillué.  «En el siglo XVIII comenzó a levantarse la torre de Santiago, pero se dejó inacabada hasta el siglo XIX, cuando se levantó la segunda torre. Las otras dos, que miran al río, son del siglo XX», precisa. Del templo, cuenta que en su momento «competía con la Seo del Salvador, llegando sus clérigos a las manos incluso, hasta que fueron unificados en un único cabildo en 1676». Más allá del Pilar y la Seo, Aquillué destaca edificios que siguen en pie en el Casco, como la Casa de los Condes de Argillo, donde se ubica el Museo Pablo Gargallo, o el Torreón Fortea. «Otras han desaparecido bajo la piqueta y la especulación; por ejemplo, en la antigua calle del Pilar estaba la Casa del Marqués de Ayerbe, donde se alojó Isabel II en 1840». Y en 1775 llegaría al mundo José de Palafox en otra casa, la de los Marqueses de Lazán, que se situaba en la calle que ahora da nombre el capitán general de Los Sitios. Palafox no es el único ilustre del barrio, pues en el Casco residieron figuras como las del revolucionario cubano José Martí, en la calle Manifestación, o el premio Nobel Santiago Ramón y Cajal, muy cerca, en la calle Méndez Núñez. Ya de vuelta al presente, también hay ilustres del Casco Histórico de pura cepa. Una de ellas es Corita Viamonte, que nació en el número 21 de la calle Contamina. «En el Casco he nacido, vivo y moriré porque es mi casa. Yo he querido triunfar en mi tierra, que es lo difícil en esta Zaragoza. Me ha costado 73 años, pero lo he conseguido», afirma la cantante en el Gran Café, donde antes estaba la joyería Aladrén y muy cerca de su casa. En una de las mesas de este icónico local, recuerda un barrio que ha cambiado sustancialmente, empezando por la vía donde llegó al mundo. «Ha sido una de las calles más emblemáticas de Zaragoza», destaca. De ella trae del recuerdo negocios como la antigua cordelería, la encuadernación Zaurín o la casa de fotografía Silva. También, bares como La Mina o El Cantarico y personajes como Juanito El Chino, «un charlatán muy famoso en Zaragoza», o el sastre del Teatro Principal, Salvador Borrell, «que es el que vistió los cabezudos de 1964 e hizo uno de los telones del teatro», precisa. Un poco más allá, en la calle Torre Nueva, recuerda Muebles Azcón, cuyos dueños  «eran los tíos de Jorge Azcón», afirma sobre el actual presidente del Ejecutivo aragonés, al que conoció allí cuando era niño. El Sepu, con sus famosas escaleras mecánicas, también era otro de sus lugares con carisma. «Íbamos todos los críos a subir la escalera», rememora. Otro de esos lugares que ya no están y que recuerda con cariño es el Teatro Fuenclara, donde hizo su debut.  «Tenía año y medio y me dejó mi abuela en el camerino. Estaban mis padres cantando una zarzuela y salí al escenario. Ese fue mi primer aplauso», cuenta sobre esa primera vez en las tablas, en un teatro que era «maravilloso», que más tarde se convirtió en el cine Fuenclara y, posteriormente, en el Arlequín. La Semana Santa de la plaza del Justicia y el cura de la iglesia de San Cayetano, el padre Juan María Barceló, también tiene espacio en sus recuerdos. «Qué fiestas se montaba. Ponía una hilera de fuegos artificiales y enganchaba a los de los bares para que cogieran al santo y le dieran una vuelta por la plaza», relata Corita. «Un privilegio» Y, cómo no, en su memoria guarda espacio para El Plata, cuyos entresijos conoce «de memoria», y El Tubo, la zona de tapas por excelencia de la ciudad. Bares como el Texas, Tobajas o La Oreja de Oro, «que era donde iba muchas veces José Oto a cantar la jota», surgen en la conversación. Hablando de bares, otro vecino del Casco es el reconocido bartender Borja Insa, cuyo establecimiento, Moonlight Experience, también se ubica en el barrio. Para él, vivir y trabajar en esta zona «es un privilegio». «Es salir a la puerta de mi bar y ya estar en la plaza del Pilar; es un auténtico sueño», afirma sobre un barrio que es «como un pequeño pueblo, ya que se conoce a todo el mundo», en el que solo echa en falta más zonas verdes.

Para dibujar la Cesaraugusta romana bastó con un solsticio de invierno y los rayos del sol. La proyección de estos últimos fue la que delineó el conocido como Decumano Máximo -ahora, las calles Mayor, Espoz y Mina y Manifestación- con cuya perpendicular, el Cardo Máximo (la calle Don Jaime, más o menos), se creó la cruz que marcaría los límites de la ciudad. Por eso, todos los años se puede observar un curioso fenómeno a finales de diciembre, cuando el astro rey se alinea con el antiguo trazado del Decumano y tiñe de dorado las vías que hoy marcan su camino. De esta manera, y más de 2.000 años después, se puede decir que Zaragoza es hija del sol y, en el entorno aproximado que levantaron esos romanos, sigue en pie el Casco Histórico, su barrio más antiguo. De regreso a aquellos tiempos, porque hablar de esta zona es hablar de la historia de Zaragoza, el historiador Daniel Aquillué precisa que Cesaraugusta fue fundada por Augusto con veteranos de tres legiones. De esa época son visibles no pocos restos en el barrio, como el Teatro Romano, de la época Flavia y con capacidad para 6.000 personas. También, como explica el experto, el foro, que aunque «fue destruido en 1991 en las obras del parquin de la plaza del Pilar», en su museo bajo la plaza de la Seo «aún se ven algunos vestigios». A esa antigua ciudad romana que todavía se puede imaginar por sus restos le siguió la visigoda y, a ella, la andalusí, para continuar el recorrido con la cristiana bajomedieval. De aquella Saraqusta andalusí, que «debió ser impresionante», Aquillué ve en la iglesia de San Gil, el Arco del Deán y la Seo del Salvador «los principales elementos» que se conservan en el Casco. Avanzando en este recorrido, apunta que los cambios más importantes ya llegaron «con las numerosas destrucciones del siglo XX». «Antes, en la segunda mitad del siglo XIX, se abrió la calle Alfonso, como típica vía burguesa». Sin embargo, fue con la apertura de la plaza del Pilar, en las décadas de los 40 y 50, «cuando más se transformó todo», subraya. «La plaza se hizo para exaltaciones fascistas de la dictadura franquista, arrasando con importantes casas y palacetes de época de los siglos XV al XIX. Un destrozo sin paliativos», se lamenta este historiador. Es justo en esa plaza donde se levanta, probablemente, el monumento de Zaragoza más reconocible en el exterior, la basílica del Pilar. «Inicialmente hubo un pequeño templo en estilo románico y luego, otro mudéjar», relata. «El actual Pilar comenzó a construirse en la segunda mitad del siglo XVII, en época de los Austria y la Contrarreforma y entonces no tenía torres», continúa Aquillué. «En el siglo XVIII comenzó a levantarse la torre de Santiago, pero se dejó inacabada hasta el siglo XIX, cuando se levantó la segunda torre. Las otras dos, que miran al río, son del siglo XX», precisa. Del templo, cuenta que en su momento «competía con la Seo del Salvador, llegando sus clérigos a las manos incluso, hasta que fueron unificados en un único cabildo en 1676». Más allá del Pilar y la Seo, Aquillué destaca edificios que siguen en pie en el Casco, como la Casa de los Condes de Argillo, donde se ubica el Museo Pablo Gargallo, o el Torreón Fortea. «Otras han desaparecido bajo la piqueta y la especulación; por ejemplo, en la antigua calle del Pilar estaba la Casa del Marqués de Ayerbe, donde se alojó Isabel II en 1840». Y en 1775 llegaría al mundo José de Palafox en otra casa, la de los Marqueses de Lazán, que se situaba en la calle que ahora da nombre el capitán general de Los Sitios. Palafox no es el único ilustre del barrio, pues en el Casco residieron figuras como las del revolucionario cubano José Martí, en la calle Manifestación, o el premio Nobel Santiago Ramón y Cajal, muy cerca, en la calle Méndez Núñez. Ya de vuelta al presente, también hay ilustres del Casco Histórico de pura cepa. Una de ellas es Corita Viamonte, que nació en el número 21 de la calle Contamina. «En el Casco he nacido, vivo y moriré porque es mi casa. Yo he querido triunfar en mi tierra, que es lo difícil en esta Zaragoza. Me ha costado 73 años, pero lo he conseguido», afirma la cantante en el Gran Café, donde antes estaba la joyería Aladrén y muy cerca de su casa. En una de las mesas de este icónico local, recuerda un barrio que ha cambiado sustancialmente, empezando por la vía donde llegó al mundo. «Ha sido una de las calles más emblemáticas de Zaragoza», destaca. De ella trae del recuerdo negocios como la antigua cordelería, la encuadernación Zaurín o la casa de fotografía Silva. También, bares como La Mina o El Cantarico y personajes como Juanito El Chino, «un charlatán muy famoso en Zaragoza», o el sastre del Teatro Principal, Salvador Borrell, «que es el que vistió los cabezudos de 1964 e hizo uno de los telones del teatro», precisa. Un poco más allá, en la calle Torre Nueva, recuerda Muebles Azcón, cuyos dueños «eran los tíos de Jorge Azcón», afirma sobre el actual presidente del Ejecutivo aragonés, al que conoció allí cuando era niño. El Sepu, con sus famosas escaleras mecánicas, también era otro de sus lugares con carisma. «Íbamos todos los críos a subir la escalera», rememora. Otro de esos lugares que ya no están y que recuerda con cariño es el Teatro Fuenclara, donde hizo su debut. «Tenía año y medio y me dejó mi abuela en el camerino. Estaban mis padres cantando una zarzuela y salí al escenario. Ese fue mi primer aplauso», cuenta sobre esa primera vez en las tablas, en un teatro que era «maravilloso», que más tarde se convirtió en el cine Fuenclara y, posteriormente, en el Arlequín. La Semana Santa de la plaza del Justicia y el cura de la iglesia de San Cayetano, el padre Juan María Barceló, también tiene espacio en sus recuerdos. «Qué fiestas se montaba. Ponía una hilera de fuegos artificiales y enganchaba a los de los bares para que cogieran al santo y le dieran una vuelta por la plaza», relata Corita. «Un privilegio» Y, cómo no, en su memoria guarda espacio para El Plata, cuyos entresijos conoce «de memoria», y El Tubo, la zona de tapas por excelencia de la ciudad. Bares como el Texas, Tobajas o La Oreja de Oro, «que era donde iba muchas veces José Oto a cantar la jota», surgen en la conversación. Hablando de bares, otro vecino del Casco es el reconocido bartender Borja Insa, cuyo establecimiento, Moonlight Experience, también se ubica en el barrio. Para él, vivir y trabajar en esta zona «es un privilegio». «Es salir a la puerta de mi bar y ya estar en la plaza del Pilar; es un auténtico sueño», afirma sobre un barrio que es «como un pequeño pueblo, ya que se conoce a todo el mundo», en el que solo echa en falta más zonas verdes. / Laura Trives

Avanzando en este recorrido, apunta que los cambios más importantes ya llegaron «con las numerosas destrucciones del siglo XX». «Antes, en la segunda mitad del siglo XIX, se abrió la calle Alfonso, como típica vía burguesa». Sin embargo, fue con la apertura de la plaza del Pilar, en las décadas de los 40 y 50, «cuando más se transformó todo», subraya. «La plaza se hizo para exaltaciones fascistas de la dictadura franquista, arrasando con importantes casas y palacetes de época de los siglos XV al XIX. Un destrozo sin paliativos», se lamenta este historiador. Es justo en esa plaza donde se levanta, probablemente, el monumento de Zaragoza más reconocible en el exterior, la basílica del Pilar. «Inicialmente hubo un pequeño templo en estilo románico y luego, otro mudéjar», relata. «El actual Pilar comenzó a construirse en la segunda mitad del siglo XVII, en época de los Austria y la Contrarreforma y entonces no tenía torres», continúa Aquillué.

"En el Casco he nacido, vivo y moriré porque es mi casa"

Corita Viamonte

— Cupletista

«En el siglo XVIII comenzó a levantarse la torre de Santiago, pero se dejó inacabada hasta el siglo XIX, cuando se levantó la segunda torre. Las otras dos, que miran al río, son del siglo XX», precisa. Del templo, cuenta que en su momento «competía con la Seo del Salvador, llegando sus clérigos a las manos incluso, hasta que fueron unificados en un único cabildo en 1676».

Más allá del Pilar y la Seo, Aquillué destaca edificios que siguen en pie en el Casco, como la Casa de los Condes de Argillo, donde se ubica el Museo Pablo Gargallo, o el Torreón Fortea. «Otras han desaparecido bajo la piqueta y la especulación; por ejemplo, en la antigua calle del Pilar estaba la Casa del Marqués de Ayerbe, donde se alojó Isabel II en 1840». Y en 1775 llegaría al mundo José de Palafox en otra casa, la de los Marqueses de Lazán, que se situaba en la calle que ahora da nombre el capitán general de Los Sitios.

Restos de las murallas romanas y medievales de Zaragoza.

Restos de las murallas romanas y medievales de Zaragoza. / Laura Trives

Palafox no es el único ilustre del barrio, pues en el Casco residieron figuras como las del revolucionario cubano José Martí, en la calle Manifestación, o el premio Nobel Santiago Ramón y Cajal, muy cerca, en la calle Méndez Núñez. Ya de vuelta al presente, también hay ilustres del Casco Histórico de pura cepa. Una de ellas es Corita Viamonte, que nació en el número 21 de la calle Contamina. «En el Casco he nacido, vivo y moriré porque es mi casa. Yo he querido triunfar en mi tierra, que es lo difícil en esta Zaragoza. Me ha costado 73 años, pero lo he conseguido», afirma la cantante en el Gran Café, donde antes estaba la joyería Aladrén y muy cerca de su casa.

En una de las mesas de este icónico local, recuerda un barrio que ha cambiado sustancialmente, empezando por la vía donde llegó al mundo. «Ha sido una de las calles más emblemáticas de Zaragoza», destaca. De ella trae del recuerdo negocios como la antigua cordelería, la encuadernación Zaurín o la casa de fotografía Silva. También, bares como La Mina o El Cantarico y personajes como Juanito El Chino, «un charlatán muy famoso en Zaragoza», o el sastre del Teatro Principal, Salvador Borrell, «que es el que vistió los cabezudos de 1964 e hizo uno de los telones del teatro», precisa.

La plaza San Felipe, donde el joven de la estutua mira la desaparecida Torre Nueva.

La plaza San Felipe, donde el joven de la estutua mira la desaparecida Torre Nueva. / Laura Trives

Un poco más allá, en la calle Torre Nueva, recuerda Muebles Azcón, cuyos dueños «eran los tíos de Jorge Azcón», afirma sobre el actual presidente del Ejecutivo aragonés, al que conoció allí cuando era niño. El Sepu, con sus famosas escaleras mecánicas, también era otro de sus lugares con carisma. «Íbamos todos los críos a subir la escalera», rememora. Otro de esos lugares que ya no están y que recuerda con cariño es el Teatro Fuenclara, donde hizo su debut.

«Tenía año y medio y me dejó mi abuela en el camerino. Estaban mis padres cantando una zarzuela y salí al escenario. Ese fue mi primer aplauso», cuenta sobre esa primera vez en las tablas, en un teatro que era «maravilloso», que más tarde se convirtió en el cine Fuenclara y, posteriormente, en el Arlequín. La Semana Santa de la plaza del Justicia y el cura de la iglesia de San Cayetano, el padre Juan María Barceló, también tiene espacio en sus recuerdos. «Qué fiestas se montaba. Ponía una hilera de fuegos artificiales y enganchaba a los de los bares para que cogieran al santo y le dieran una vuelta por la plaza», relata Corita.

«Un privilegio»

Y, cómo no, en su memoria guarda espacio para El Plata, cuyos entresijos conoce «de memoria», y El Tubo, la zona de tapas por excelencia de la ciudad. Bares como el Texas, Tobajas o La Oreja de Oro, «que era donde iba muchas veces José Oto a cantar la jota», surgen en la conversación.

Hablando de bares, otro vecino del Casco es el reconocido bartender Borja Insa, cuyo establecimiento, Moonlight Experience, también se ubica en el barrio. Para él, vivir y trabajar en esta zona «es un privilegio». «Es salir a la puerta de mi bar y ya estar en la plaza del Pilar; es un auténtico sueño», afirma sobre un barrio que es «como un pequeño pueblo, ya que se conoce a todo el mundo», en el que solo echa en falta más zonas verdes. 

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