La 18ª jornada de Segunda

Con V de Velázquez. La crónica del Real Zaragoza-Leganés (1-0)

El técnico resucita a un Zaragoza que supera al líder y vuelve a ganar dos meses después

ESTADIO DE LA ROMAREDA, PARTIDO DE FUTBOL DE SEGUNDA DIVISION, REAL ZARAGOZA - LEGANES.

ESTADIO DE LA ROMAREDA, PARTIDO DE FUTBOL DE SEGUNDA DIVISION, REAL ZARAGOZA - LEGANES. / JAIME GALINDO

Jorge Oto

Jorge Oto

Quería Velázquez un Real Zaragoza más competitivo, que abandonara de una vez el bloqueo y la desconfianza para recuperar la sonrisa y la ilusión. Pregonaba el técnico a los cuatro vientos la necesidad de adquirir cuanto antes identidad y carácter como requisitos esenciales para volver a creer. Energía, solidaridad, intensidad y fe para acabar con ese Zaragoza insoportablemente indolente y pusilánime tan frágil en cuerpo y alma como vulnerable. El mensaje ha calado. Dos meses después, el Zaragoza vuelve a cantar victoria. Con V, de Velázquez.

El triunfo fue justo y necesario. El Leganés, que llegaba instalado en el liderato tras acumular ocho jornadas sin perder, hincó la rodilla ante un equipo aragonés que dejó atrás otras tantas sin ganar y que fue superior de principio a fin a un rival que apenas vio de cerca a Rebollo en todo el partido.

El cambio fue radical. El Zaragoza fue otro desde la pizarra, en la que Velázquez dibujó una formación edificada sobre tres centrales por primera vez en todo el curso. La decisión fue un acierto extraordinario porque Mouriño aportó salida y velocidad a la contundencia de Jair y la anticipación de Francés. Pero a quien mejor le sentó la variación fue a Gámez, que fue un avión como carrilero derecho. Valera, en el otro lado, también mejoró de lo lindo sus últimas actuaciones.

Con Francho, Moya y Marc en el centro y con Mesa haciendo pareja con el falso nueve Mollejo, el Zaragoza no tardó demasiado en cogerle el punto a la nueva disposición táctica ante un sorprendido Leganés que se rascaba la cabeza una y otra vez buscando cómo solventar el jeroglífico. De lo que estaba seguro Borja Jiménez es de recurrir a la presión alta para dificultar la salida a los centrales zaragocistas y de buscar la espalda con balones largos. Un clásico.

Dos minutos tardó Gámez en dejar patente que se encontraba como pez en el agua y en anunciar que el Zaragoza iba a tener más profundidad en 90 minutos que en toda la temporada. Su primera internada se quedó a medias por un mal centro, pero vendrían más. Muchas más.

Moya, en su mejor partido como zaragocista, mandó una falta directa fuera poco antes de encontrar a Mesa y que el canario rozara el gol con un disparo a la media vuelta que se perdió por poco. El Zaragoza, solidario y agresivo como hace demasiado tiempo, carburaba ante un Leganés que solo llegaba a balón parado a través de la zurda de Dani Raba. Rebollo, mucho mejor con las manos que con los pies, aguantó bien el tipo.

El Zaragoza estaba cómodo. Incluso más sin balón que con él, pero, en todo caso, era mejor en todo al rival y a su infumable versión de las últimas semanas. A base de energía, intensidad, agresividad y orden, mantenía al Leganés bien lejos y sus rápidas transiciones eran una amenaza para Conde. En una de ellas, Moya conectó con Francho y este con Mesa, que se quitó a un rival de encima con un giro de cintura para habilitar a Mollejo, al que se le adelantó un defensa cuando se disponía a ajusticiar al meta. Pero el balón fue a parar de nuevo a Mesa, que, todo calidad, batió al meta para desatar la algarabía en una Romareda ávida de locura.

El tanto premiaba la mejoría de un Zaragoza contagiado por el espíritu guerrero de Mollejo y la disciplina táctica impuesta desde el banquillo. Ni un error grave ni un agujero atrás y apenas pequeños desajustes para el desquiciamiento colectivo de un Leganés incapaz de encontrar la salida al laberinto.

Lo intentó Jiménez con un triple cambio que apostaba por la velocidad y el desequilibrio de Djouahra, Ureña y Cissé. El plan era abrir a un Zaragoza en el que Velázquez, en cambio, apenas movía una pieza. Grau relevaba a un Mesa agotado para dotar de más consistencia a una medular en la que Marc y Francho aguantaban como jabatos. Y el valenciano, al que el técnico también ha sido capaz de dotar de una agresividad prácticamente inédita desde que llegó, ayudó.

El partido transcurría sin mayores sobresaltos para un Zaragoza que parecía tenerlo todo controlado para desesperación de un Leganés más esperanzado en explotar un error ajeno que en sus propias virtudes. Los aragoneses resistían pero asumía que iba a sufrir para proteger semejante tesoro. Y así fue. Raba, el mejor de los visitantes, puso el corazón en la boca a La Romareda con un centro envenenado que iba directo a la bota de Cissé, pero Mouriño, en una providencial intervención, desbarató la ocasión y secó el sudor frío. Dos meses después, volvió el Moverse, maños, moverse. El Zaragoza sabe ganar. Hay tiempo para todo.