Opinión | EL TRIÁNGULO

Verano de reflexión

Según un estudio de la Universidad de Zaragoza, un 11,7% de los más de mil adolescentes entrevistados ha intentado quitarse la vida en el último año

Lunes de vacaciones, merecidas o no, allá cada cual, comienza esa temporada del año donde no está mal visto tumbarse a la bartola, descansar y no pensar en nada. Ya llegará septiembre con sus rutinas y la tristeza generalizada que aquí solo aligera el Pilar. Sin ánimo de amargarle a nadie su asueto, siento decirles que algunos problemas no pueden mantenerse pausados ni un solo día. Algunos tan acuciantes que deberían convertirse en una prioridad inmediata para todos los gobiernos y, en cambio, no pasan de titulares esporádicos. Tiempos de comunicación líquida.

Un estudio de la Universidad de Zaragoza sobre el riesgo de suicidio en entornos escolares durante el curso que acaba de terminar recoge que el 11,7% de los más de mil adolescentes entrevistados ha intentado quitarse la vida en el último año. Los jóvenes son estudiantes de secundaria de Aragón y lo que han explicado pone los pelos de punta. Tres de cada diez han sentido que la vida no valía la pena. Las mujeres y los que se identifican con el colectivo LGTBIQ+ tienen más prevalencia de pensamientos suicidas, según esta estadística.

Cuando uno crece, madura y descubre que la vida es más complicada de lo que parece con 15 años, mira para atrás y se pregunta por qué nadie cuenta que esa felicidad primigenia jamás regresará. Ley de vida. Sin embargo, cuando uno se da cuenta de que hay muchos adolescentes que padecen auténticos infiernos en lugar de dibujarse esa sonrisa que provocan las primeras veces, duda de la efectividad de este sistema creado para satisfacer materialmente hasta el infinito y frustrar emocionalmente hasta límites insospechados. La ausencia de problemas de primera necesidad y la irrupción de las redes sociales han provocado que miles de adolescentes puedan viajar a donde quieran y llevar un móvil de 800 euros en el bolsillo, pero no puedan aislarse de los insultos de compañeros de instituto ni siquiera fuera de clase. En el año 2024 no pueden expresar libremente su sexualidad ante el miedo por una posible agresión ni disfrutar de una victoria deportiva porque el color de su piel no coincide con el que muchos entienden debería ser el del españolito de bien.

Aun habrá quien se pregunte qué les pasa a los jóvenes. Nada nuevo ni sorprendente. A las dificultades de su época, ahora relacionadas con las nuevas tecnologías y el acceso a una vivienda, se suman la incomprensión y la intolerancia innatas al comportamiento social general que no acabamos de erradicar. Seguimos luchando por la igualdad, contra el machismo, el racismo y la homofobia. Como lo hicieron nuestros abuelos y, probablemente, lo hagan nuestros hijos.

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