Opinión | SALÓN DORADO

Adiós

Éste es mi último artículo. Comencé a escribir esta columna en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN en enero de 2001, por invitación del entonces director Miguel Ángel Liso. Desde aquella fecha, y salvo dos años que anduve en exclusiva en proyectos de investigación en la Universidad, no he faltado una sola semana, salvo vacaciones, a esta cita. He procurado mantener una línea independiente y crítica y observar la realidad desde una perspectiva abierta y libre. Nunca recibí de los responsables del periódico la menor insinuación sobre qué debía o cómo debía escribir; no lo hubiera admitido. Han sido más de veinte años opinando de política y cultura, en los que habré errado y me habré equivocado numerosas veces, pero tratando de no insultar (si se me ha escapado algún improperio será como referencia descriptiva, no como calificación argumental) y procurando ser respetuoso, incluso con personajes e ideas que ni merecían ni merecen el menor respeto. Incluso he soportado con paciencia jobiana (del santo Job, que no joviana del planeta Júpiter), críticas expresadas por cobardes que se ocultan en el anonimato de las redes sociales bajo seudónimos y perfiles estrambóticos.

En estos más de veinte años, y tras gobiernos del PP, del PSOE y de PSOE-Podemos-Sumar, España es un país mejor en derechos sociales (gracias a las leyes del gobierno de Rodríguez Zapatero), pero con mayores desigualdades económicas, con una Administración poco transparente, y con una clase política (la de la élite, que muchos políticos –sobre todo en los ayuntamientos– se lo trabajan a base de bien y se desviven por el bienestar de sus vecinos), que ha devenido en una verdadera casta de privilegiados aforados casi impunes, cada día más inculta, más egoísta, más sectaria, más maleducada, menos preparada y menos sensible a los problemas de la gente. Oír de la boca de algunos próceres de la casta las palabras «cultura y educación», o escuchar que han leído un libro, es una verdadera entelequia. Tampoco la vieja Europa, otrora referencia democrática para aquella España sumida en la criminal dictadura franquista, se salva de esta deriva hacia la estulticia.

La democracia, la libertad y la igualdad siguen siendo una aspiración para los que aún creen que un mundo mejor es posible, pero la realidad es tozuda, y los gobiernos invierten mucho más en armas y en guerras que en paz y en vida. Pese a todo, habrá que seguir luchando para que los derechos y las libertades conseguidos no se pierdan. Hasta siempre, amigos. Salud y República.

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