Opinión | el triángulo

Más de mupis que de banderas

Todavía hoy quedan claras las resistencias que no soportan oír de orgullos para una identidad sexual que no es la suya

El simbolismo tradicional para reivindicar el conservadurismo histórico, dios, patria y rey siempre se respeta. No veo a los defensores de la unidad de la patria innovando sobre el mástil de la bandera o el tejido de la misma, regulado por ley para su uso institucional. No hay empacho ninguno en ondear los estandartes de la monarquía, seas defensor de los derechos dinásticos del duque de Anjou o de la legítima heredera constitucional, Leonor de Borbón. La creatividad se dispara si hay que reivindicar los derechos de los últimos movimientos igualitarios con más calado. El feminismo se dulcifica hacia un rosa más propio de la lucha contra el cáncer que del violeta, que sólo reivindica la equiparación real en la vida de las mujeres y los hombres, brecha salarial, conciliación y en algunos casos el derecho a la vida. Innovadores conceptos para no hablar de violencia machista, equidistancias absurdas entre machismo y feminismo, todo para no reconocer que hay una situación de desigualdad que no es individual sino colectiva por el simple hecho de haber nacido mujer. Eso no implica ni estar tuteladas ni ser un grupo homogéneo sino que estas condiciones son estructurales, aunque algunas afortunadas no lo perciban. La existencia de personas LGTBIQ está normalizada por la mayoría de los heterosexuales, pero quedan claras resistencias que no soportan oír de orgullos para una identidad sexual que no es la suya. Que existan pero en la intimidad o integrados en el imaginario de la supuesta vida normal, sin bodas, ni hijos, ni besos por la calle, sin banderas en las instituciones porque pertenecer a un club no da derecho a ello.

Comparados con una enfermedad o con un club deportivo de tiro al pichón justo en la semana más reivindicativa y de mayor visibilidad, no hace más que incidir en la necesidad de seguir defendiendo la igualdad de sus derechos y lamentablemente, la protección de su integridad física, por el aumento de las agresiones y los discursos del odio. Borrar cuando gobierna la derecha las luchas que se asocian con la izquierda, cuando la defensa de la igualdad, no sólo territorial, sino individual, debiera ser transversal en cualquier ideología democrática.

Ser cicatero en el uso del espacio público para estas reivindicaciones y paralizar una ciudad por el paso de los pasos religiosos por debajo del balcón de Javier Marías, como denunciaba un año sí y otro también, como si todo el mundo compartiera esa devoción es tomar la parte por el todo, pero la parte sólo en una dirección. Por más orgullo hasta que no sea necesario y no haya que elegir entre estandartes o mupis. n