Opinión | EDITORIAL

México elige a una mujer

La elección de Claudia Sheinbaum es un cambio trascendental en la cultura política de México, logrado además con un número de votos nunca antes alcanzado por un candidato a la presidencia y respaldado por una mayoría que supera los dos tercios en la Cámara de Diputados. La sucesora de Andrés Manuel López Obrador dispondrá del margen de maniobra necesario para afrontar las reformas más acuciantes del Estado, incluida la constitucional, que requieren de una mayoría cualificada, pero su libertad de movimientos irá más allá porque el conglomerado de formaciones de distinto signo que acompañó al Partido Revolucionario Institucional (PRI) para disputar la presidencia a la aspirante del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) quedó a 30 puntos de la ganadora. Una señal inequívoca de la paulatina descomposición del sistema de partidos que caracterizó México con la hegemonía del PRI como permanente vencedor.

Ni el desafío del narcotráfico al Estado del que se deriva un problema gigantesco de inseguridad ni la desigualdad creciente han dañado las expectativas electorales de Sheinbaum. Arropada en su campaña por el discurso nacionalista de López Obrador, los logros de algunos programas sociales y la promesa de otros, más su prestigio académico y su fama de gestora eficiente labrada en el gobierno de la megaurbe de México D.F., hay en su victoria un deseo de continuidad en el enfoque que Morena ha dado a la presidencia. Pero también de cambio o mejora en aquello que el presidente saliente no osó tocar o lo hizo de forma inadecuada, en especial la violencia, con una media en 2023 de 21 homicidios por 100.000 habitantes.

En la carpeta de asuntos pendientes que hereda de López Obrador hay otros dos que son especialmente reseñables: la articulación de la transición energética y el manejo de los flujos migratorios, tanto de los que tienen su origen en Centroamérica como de los que parten directamente de México. El primero obliga a un cambio de mentalidad en un gran productor de petróleo, cuya nacionalización en los años 30 constituye aún hoy un rasgo de la identidad nacional; el segundo afecta directamente a la relación cotidiana con Estados Unidos, que no ha dejado de levantar un muro de separación en la frontera. La exportación de petróleo es uno de los sostenes de las arcas del Estado; la migración es una angustiosa crisis humanitaria que no deja de crecer.

Más allá de esos problemas de sobra conocidos, el gran reto de Claudia Sheinbaum –lo ha sido para López Obrador– es neutralizar la red de intereses creados tejida durante decenios por la partitocracia anquilosada del PRI en todas las escalas de la Administración y de los negocios. Se destaca en Shinbaum su determinación en combatir tal situación cuando ha estado en sus manos hacerlo, pero es preciso reconocer que se trata de un fenómeno de clientelismo tan arraigado como extendido. Un entramado opaco que no es ajeno a algunas de las 37 muertes de candidatos a diferentes puestos registradas durante la campaña; un sistema paralelo al de la política oficial que requiere aunar complicidades para combatirlo sin demoras porque condiciona el futuro de una nación donde el 45% de sus habitantes tiene menos de 30 años y la economía informal ocupa a más de 30 millones de personas.

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