Opinión | Arenas movedizas

Tú a Taylor Swift y yo a ACDC

Varias generaciones del abecedario, de la X a la Z, se citan en sendos espectáculos multitudinarios. Cuando algunos pensaban que eran los unos los que podrían acudir con pañales, resulta que son los otros quienes proponen utilizar la prenda absorbente

Taylor Swift.

Taylor Swift. / MIGUEL A. LOPES

La sociología, o los medios de comunicación, o editores literarios con visión de futuro, o escritores norteamericanos con prescripción de Prozac, dividen a la humanidad en generaciones de acuerdo a su fecha de nacimiento. Los ‘baby boomers’, nacidos entre 1946 y 1964; la Generación X (de 1965 a 1979); los ‘milennials o Generación Y (entre 1980 y 1999); la Generación Z, nacidos a partir de 2000. Deberán idear otra nomenclatura porque la secuencia de letras ha tocado a su fin como quien llega al borde de un abismo o cruza la línea de meta. Y luego qué, luego qué ocurre. Luego no hay prisa. El círculo entre la primera y la última generación comienza a cerrarse como extremos que se tocan. Taylor Swift y AC/DC juntos en el mismo país, el mismo día y la misma hora, con varias generaciones escenificando idéntico ritual de forma simultánea (o, en principio, simultáneamente), como las uvas de Nochevieja. ‘Milennials’ en Madrid, ‘boomers’ en Sevilla.

En casa también nos hemos partido como si viviéramos en un cuento de Borges, en un jardín de senderos que se bifurcan, "una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos". Tú al Bernabéu y yo a La Cartuja. ‘Milennials’ y zetas en uno; ‘boomers’ y equis en el otro. En teoría. Es solo teoría, pues en ambos se entrecruza público de una y otra generación, o de cualquiera de ellas, o de todas ellas, la que vivió el tardofranquismo y la Transición y la muerte de Bon Scott y la Movida o el nacimiento del indie y leyeron a Stefan Zweig y abrazaron a Los Planetas y ‘Matrix y ‘Dune y, como muchas de sus madres, querían ser Carrie Bradshaw y después Shakira, y después Dua Lipa y Chanel, y después, cómo no, Taylor Swift. La música, el arte, el divertimento en general (no son más que eso las bellas artes, un divertimento) componen una endogamia de madres e hijas, padres e hijos, primos y hermanos, jóvenes, adultos y pensionistas seguidores de Angus Young y fans de la de Pensilvania.

Hay gente que ha pernoctado durante días junto al Bernabéu. Nada nuevo. Lo mismo ocurre con Taylor Swift que con Bob Dylan. Gente que pernocta en una silla de playa, gente que se lleva una baraja (siempre hay alguien con una baraja, los naipes son un elemento ‘boomer’, como el tute o la brisca), gente que entiende el supermercado como quien se conjura para tomar una colina. Gente que hace acopio de pañales para no tener que aventurarse hasta los aseos y conservar la primera fila. Así lo hemos leído. "Lo vi en un vídeo de una chica americana que dijo que ella se puso pañal cuando fue al concierto, y pensé que no era mala idea (…) Para mí fue la mejor decisión que pude haber tomado", cuenta una chica que asistió al concierto de Taylor Swift en Estocolmo. La mejor decisión en un jardín de senderos que se bifurcan. El sendero hacia el aseo o el de mearse en el pañal.

El pañal es la gran paradoja de este jardín borgiano. Jamás había pensado en este asunto urinario, pero de haberme encontrado en la tesitura de apostar lo habría encontrado más propio de los ‘boomers’ que del público adolescente y de muchas edades de Taylor. La última vez que vi a AC/DC también fue en Sevilla. En el tren, un convoy casi fletado exprofeso y trufado de camisetas de la banda tras las que también se ocultaban seguidores que venían de Estocolmo, en aquel AVE, decía, camino del infierno, no me pareció reconocer a nadie aquejado de incontinencia y precisara del absorbente. Al leer los prolegómenos del concierto del Bernabéu he caído en la cuenta de que existe otra generación sin letra que nos agrupa a todos, esa que aúna y divide a partes iguales, a los que se embuten en un pañal por decisión propia, a los que aguantan hasta el último cañonazo y a los que llegados al final de uno u otro sendero acaban haciéndoselo encima. Disfrutemos del entreacto, primero un sendero, luego el otro, para eso estamos aquí. Nacemos con un pañal y morimos con otro. El pañal es el principio y el fin. Era el principio y era el fin. Ahora es también el mientras tanto.