Sala de máquinas

Un olímpico ridículo

Juan Bolea

Juan Bolea

Ese político regional y muy flojico gestor que es Pere Aragonès acaba de tirar definitivamente la toalla en la pelea por organizar unos Juegos Olímpicos de Invierno.

Merced a la torpe estrategia del president de la Generalitat, Barcelona y Cataluña han perdido cualquier posibilidad de organizar unas Olimpiadas blancas en su territorio. Un patético comunicado del govern catalán acaba de expresar su renuncia, achacando la derrota no a la torpeza de sus dirigentes, como sería la causa real, sino al cambio climático y a la escasa previsión de nieve en el futuro.

De este furtivo modo, retirándose vergonzosamente de la carrera olímpica y arrojando a la papelera la frustrada candidatura «Barcelona Pirineus 2030», los socios de Esquerra y Junts desperdician el dineral gastado en promoción, dañan el prestigio de las estaciones catalanas y rinden un flaco favor al deporte de invierno español

¿Se puede hacer más el ridículo? Difícilmente.

Otro gallo habría cantado de haberse hecho las cosas mejor. Si, desde un principio, se hubiese contado con Aragón y con las estaciones aragonesas en pie de igualdad, una candidatura conjunta habría tenido muchas posibilidades de derrotar en 2030 a los Alpes franceses. Lo mismo en 2034 a Salt Lake City (la sede que está sonando), incluso en 2038 a Suiza (la candidata por ahora mejor colocada). Pero la oferta de Aragonès al entonces presidente Javier Lambán reducía la participación de Aragón a las pruebas de menor relieve y proyección. Baqueira y Barcelona organizarían las competiciones de máximo brillo, quedando para las estaciones oscenses y para Zaragoza las de menor rango.

Aquellas draconianas condiciones esgrimidas por Esquerra con el solapado apoyo del ministro de Deportes, el socialista catalán Iceta, y del propio presidente Pedro Sánchez, amén del entusiástico empujón del director del Comité Olímpico Español, Alejandro Blanco, ya no podían ser más inasumibles, por abusivas e injustas, para unas instituciones aragonesas que, estupefactas frente a semejantes planteamientos, se negaron a colaborar en dicha operación. Menos deportiva, realmente, que política, porque el proyecto olímpico para el invierno del 2030 no era más que otra de las «monedas de cambio» entre una Moncloa posibilista y una Generalitat en permanente exigencia de inversiones.

Al final, nadie gana y todos perdemos. Debe ser la estrategia indepe…