Real Zaragoza

Los pecados de Escribá

Una gestión ineficaz y la escasez de soluciones durante los partidos, la falta de personalidad del equipo y un fútbol medroso han lastrado a un técnico incapaz de explotar los recursos de su plantilla

Escribá traslada una barrera portátil durante una sesión de entrenamiento.

Escribá traslada una barrera portátil durante una sesión de entrenamiento. / ÁNGEL DE CASTRO

Jorge Oto

Jorge Oto

Unos números de descenso consecuencia de una caída en picado tras una victoria en doce partidos han sentenciado a Escribá, al que el Real Zaragoza busca sustituto desde el sonrojo mayúsculo sufrido el pasado sábado en el derbi ante el Huesca. La nefasta dinámica y la involución del equipo aragonés han sido evidentes, con un apagón futbolístico con efímeros ratos de luz desprendida por el conjunto blanquillo, por ejemplo, en los partidos ante Oviedo y Sporting. 

En constante involución

Cuatro derrotas y dos empates en los seis últimos partidos disputados en La Romareda suponen un lastre demasiado pesado para cualquier entrenador. También para Escribá, al que se le ha otorgado más crédito del habitual gracias a las cinco victorias seguidas con las que el Zaragoza comenzó el campeonato y la cuestionable convicción de la entidad de que era posible regresar a aquella senda cuando la tozuda realidad mostraba un equipo radicalmente opuesto a aquel. A Escribá se le ha caído el equipo de arriba abajo, de la cabeza a los pies. Por delante y por detrás. Y la respuesta del técnico ha sido desconcertante y envuelta en decisiones surrealistas como jugarse el pescuezo con un banquillo plagado de jugadores titulares para apostar por otros (como Bermejo) cuya relación actual con La Romareda atraviesa por su peor momento. El riesgo era alto y evidente.

Se diría que Cartagena, donde el Zaragoza firmó, con mucha fortuna, su quinto triunfo seguido, fue el principio del fin. Desde entonces, Escribá ha sido incapaz de reconducir un rumbo extraviado a raíz de las fatídicas lesiones de Nieto y, sobre todo, Francho. Comenzaba entonces una caída que se iría haciendo cada vez más pronunciada sin que el entrenador, que ha utilizado ya a 28 futbolistas, fuera capaz de frenarla. Poco a poco, la titularidad fue perdiendo inquilinos habituales hasta el punto de que, ante el Huesca, solo Jair, Francho y Azón repitieron respecto a aquel once que se recitaba de memoria.

Sistema fallido y estilo con corsé

Escribá se resistió demasiado a renunciar a su 4-4-2 de cabecera, a pesar de la desubicación de pilares básicos o la ausencia de efectivos determinantes sin los que el sistema perdía demasiado sentido. Cuando cambió, más por obligación que por convencimiento, el resultado tampoco fue mucho mejor. Con un delanter solo, con dos o con uno y medio (Mesa en la mediapunta), el Zaragoza llegaba poco porque generaba poco, salvo contadas excepciones que invitaron a pensar en una reacción que nunca acabó de consumarse. 

Al Zaragoza le falta atrevimiento y le sobra corsé, sobre todo en el aspecto anímico. Da la sensación de que el equipo juega con miedo, con el freno de mano puesto como consecuencia de unas instrucciones en las que una de las premisas básicas parece ser que no pasen cosas. Será por la obsesión por no encajar goles o por evitar los continuos y graves errores individuales que tan poco han ayudado a Escribá, pero el caso es que el miedo del futbolista al fallo y la querencia por el pase atrás, en largo o hacia los costados para renunciar casi por completo al juego por dentro, al pase interior o al atrevimiento han sumido al equipo en la indefinición, la cobardía y el miedo.

Y eso, claro se ha traducido en una alarmante fragilidad anímica para sobreponerse a cualquier adversidad, ya sea en forma de lesiones de jugadores impotantes o, principalmente, de un marcador adverso. El primer golpe bastaba para que el Zaragoza besara una lona en la que también quedaba tendido cuando se ponía por delante incluso con dos goles de ventaja como ante el Eibar. 

Fallos señalados y poca autocrítica

La acumulación de errores graves y decisivos ha sido tan hiriente que Escribá ha hecho constantes referencias a ellos públicamente. Y eso, evidentemente, es peligroso en un vestuario donde no se suele encajar bien el señalamiento público a los jugadores por parte del entrenador, lo que, además, conlleva una ausencia de autocrítica en una sala de prensa en al que Escribá ha pregonado a los cuatro vientos su absoluta convicción de que todo iba a acabar bien sin argumentos que justificaran semejante optimismo más allá de que el equipo lo bordó hace tres meses. 

Una plantilla sin explotar

Durante el verano, Juan Carlos Cordero fue el zaragocista más venerado y alabado. Los acertados fichajes y la profunda remodelación de la plantilla acometida por el director deportivo recogían halagos de propios y extraños hasta situar al Zaragoza entre los favoritos a todo. Sin embargo, y tras una enorme puesta en escena, la caída del equipo ha puesto en duda todo. También la calidad real de aquella plantilla que muchas voces situaban entre las mejores de la categoría. O si ha sido Escribá el que no ha sido capaz de gestionarla de forma adecuada hasta provocar que pierda brillo y valor.

El principal déficit alcanza, otra vez, a la zona de ataque, donde Bakis, Enrich o Vallejo parecen otros. De hecho, solo el último de ellos ha marcado (un solo gol), el segundo está entre los jugadores de campo con menos minutos y el turco es, seguramente, la gran decepción de un curso en el que debía ser la referencia ofensiva. 

Si, de nuevo, los delanteros están en el punto de mira, quizá un sistema inadecuado, el estilo de juego o la mala gestión desde el banquillo también estén relacionados con un bajo rendimiento que tiene, eso sí, en los propios jugadores a los máximos responsables. En un equipo sin velocidad arriba y en el que la profundidad es casi exclusiva de los laterales, los delanteros casi siempre serán los grandes damnificados.