La 13ª jornada de Segunda

Susto o muerte. La crónica del Burgos-Real Zaragoza (1-1)

El miedo a ganar vuelve a arrebatar dos puntos al Zaragoza en el descuento en otra noche de brujas

Borge pugna con Appin por un balón.

Borge pugna con Appin por un balón. / CARLOS GIL-ROIG

Jorge Oto

Jorge Oto

La noche de brujas se cierne desde hace tiempo sobre un Real Zaragoza maldito con más miedo que alma. De nuevo, como en Gijón, el equipo aragonés echó a perder en el descuento un partido que tenía ganado y que permitió empatar a su rival con un desajuste defensivo impropio de un aspirante a cualquier otra cosa que no sea instalarse en esa mediocridad en la que acumula una década. Por tercera semana consecutiva, el Zaragoza dejó escapar una ventaja que se había ganado a base de pico y pala pero que desperdició por su propia incapacidad para gestionar el miedo a ganar. Pudo sentenciar antes, sí, pero no lo hizo y permitió a su oponente seguir vivo hasta el final a base de dar continuos pasos atrás que volvieron a costar caro. Seis puntos sobre 24. Una ruina.

Escribá sorprendió dejando fuera del once a Poussin y apostando por Rebollo para formar parte de una zaga a la que volvió Francés para demostrar una vez más que privar al equipo de su presencia más allá de las obligadas ausencias por ir con la selección es un lujo que el Zaragoza no se puede permitir. También regresó Bakis, que mantiene su enemistad con el gol. Y el tercer retorno fue el de un viejo conocido: el 4-4-2 de cabecera de Escribá sustentando sobre un doble pivote integrado por dos jugadores de perfil muy similar: Marc y Grau, incompatibles si no están escalonados.

El Burgos, sobre el mismo dibujo aunque con Curro con libertad absoluta para recorrer el campo a su antojo, encaró mejor el choque intentando explotar la llegada desde los costados consciente de la fragilidad de su oponente en esas zonas. Appin, en una carrera ganada a Grau, dio el primer susto a Rebollo, que sacó el pie con determinación para ahuyentar el peligro.

El tanteo duró mucho. Córdoba no encontró el balón tras un buen centro de Curro poco antes de que Mollejo, el mejor zaragocista de la primera parte, avisara a Caro con un cabezazo a centro de Valera que el meta local desbarató con menos apuros que los que padeció Rebollo para desviar un envenenado centro de Matos. El toque del portero, por fortuna, se encontró con la pierna de Jair en lugar de la de un atacante del Burgos.

El Zaragoza no estaba cómodo. Más repliegue que presión alta, más basculación que balón y con escasa amenaza arriba hasta que Mollejo inició y terminó una jugada que pasó por Lecoeuche hasta encontrar a Azón, cuyo doble remate se estrelló en Córdoba antes de acabar en la bota izquierda del manchego, que encontró la red. El tanto se antojaba excesivo para los méritos de los aragoneses y dejaba tocado a un Burgos con serios problemas para penetrar en una línea defensiva visitante en la que Francés hacía raya.

Bakis rozó el segundo nada más salir del vestuario pero el cabezazo del turco tras un centro medido de Valera fue a parar al poste derecho de Caro, que ya había presentado bandera blanca. 

Bolo movió el banquillo y apostó al ataque dando entrada a Fer Niño y el Burgos dio un paso adelante. Ojeda aportó demasiado efecto a un disparo que se perdió no demasiado lejos del palo izquierdo de un atento Rebollo poco antes de que Bakis volviera a maldecir su suerte tras ver cómo Caro neutralizaba un disparo desde la frontal tan fuerte como centrado. El Zaragoza estaba más cómodo. El balón era del Burgos, pero no el control.

Escribá sorprendió dando entrada a Vaquero (Moya se quedó en el banquillo con molestias musculares) para reforzar la medular. El técnico ordenó un 4-1-4-1 del que desapareció Mollejo a pesar de ser el mejor del partido. Bakis se marchaba al banquillo con cara de pocos amigos y un cabreo de narices.

La seguridad de Rebollo al detener un intento de Córdoba advertía al Zaragoza del excesivo riesgo que corría si no era capaz de sentenciar el duelo. El Burgos, experto en crear problemas a los rivales a balón parado, se lanzó a la yugular de una presa cada vez más asustada y de nuevo lastrada por las imprecisiones de un Bermejo empeñado en aportar entre poco y nada. 

Los fantasmas tomaban posesión en El Plantío mientras Milla Alvéndiz la liaba al ver falta de Vallejo en un resbalón de Curro que había dejado el balón a Enrich solo ante Caro. Escribá, envuelto en sudores fríos, llamó a filas a Lluís López para ayudar a achicar agua. Todo el orden defensivo del Zaragoza se había convertido en un pánico que desprendía un hedor agudo que acentuó el ímpetu de un Burgos que, en segunda jugada y tras saque de banda, castigó el pavor de un equipo aragonés muerto de miedo.