Comprender, tolerar, perdonar

El problema de los conflictos sociales y políticos está en el interior de cada hombre y de cada mujer

Rafael Sánchez Sánchez

Rafael Sánchez Sánchez

Tengo un amigo que me dio a leer una historia real y conmovedora que escribió hace unos años. Ahí cuenta que él y su hermano gemelo eran hijos de una mujer cuyo padre biológico no quiso reconocerlos. Estamos hablando de mediados de la década de 1950. Entonces, una mujer ante estas situaciones era culpable de su embarazo. No podía ni debía eximirse de ninguna responsabilidad, ni siquiera denunciando que el sujeto en cuestión la había forzado, como fue el caso. Hoy a esto se le llama violación, agresión sexual. Esta madre de la que hablo, que ya era viuda y tenía una niña pequeña de su matrimonio, se encontró de repente con tres hijos, una minusvalía física y con el deshonor y la deshonra familiar y social, que tanto dolor y sufrimiento le infringió. Con este panorama tuvo que enfrentarse a una sociedad donde no era fácil salir a flote, sin embargo, su fuerza interior y su profesión de costurera le sirvieron para sacar adelante a su familia.

En esta historia impresiona cómo la madre cuenta a sus hijos la ausencia de su padre, lo hace con un cuidado exquisito, evitando sembrar en el corazón de sus niños la semilla maledicente y hostil del odio. Conforme van creciendo les va dosificando la información, hasta que llega el momento en que conocen con pelos y señales todo lo ocurrido. Con el paso de los años, las circunstancias de la vida hacen que el autor de esta historia conozca a su padre, un señor ya mayor, con tres hijos y con nietos. La idea de conocerse surgió cuando la hija mayor de su padre biológico decidió concertar un encuentro en Madrid, después de haberse enterado que ella tenía dos hermanos gemelos que desconocía. Este amigo cuenta la impresión que le causó conocer a su progenitor y a sus hermanos. En ningún momento del encuentro hubo necesidad de pedir explicaciones por lo ocurrido. Aquella escena la vivió con una naturalidad fuera de lo común, en su corazón solo experimentaba una sensación placentera, la de quien, habiendo sido víctima de una injusticia, tenía en su poder la elección de respetar, y ese fue el exponente que le dio una paz interior que le permitió comprender, tolerar y perdonar. Traigo a colación esta historia, muy resumida, para resaltar la figura de una mujer con una fuerza, inteligencia y sabiduría mayúsculas, que sin tener estudios supo afrontar una vida basada en el trabajo y en el amor a sus hijos, con la convicción de que la comprensión, la tolerancia y el perdón son el antídoto contra el odio.

En nuestra España de hoy bien podría cundir el ejemplo de esta humilde mujer y sus hijos, que vivieron la pobreza más absoluta y el desprecio de una sociedad lacerante. El problema de los conflictos familiares, sociales y políticos no está en el abstracto mundo de las organizaciones, está en el interior de cada hombre y de cada mujer, que con su libertad decide optar por un camino cuyo destino es la búsqueda del bien o del mal. Hoy estamos construyendo un país cuyos actores políticos, sociales, económicos y mediáticos están poniendo obstáculos a la comprensión humana, practican un egocentrismo y etnocentrismo generador de xenofobias, impiden que se interiorice la tolerancia y excluyen el perdón.

Ante estas afirmaciones habrá quien piense que esto de comprender, tolerar y perdonar no es el camino, que ante los desmanes solo cabe hacer justicia, y que cada cual pague por el mal que ha hecho. Sí, estoy de acuerdo que la justicia humana debe ejercerse, pero ningún proceso se cierra si en el interior de la persona se alberga la venganza o el odio. Comprender es descubrir el sentido profundo de algo, tener buena voluntad hacia algo o alguien. No podemos reducir la complejidad de las cosas o de las personas a lo simple, ni lo multidimensional a una de sus partes, no puedo etiquetar a un ser humano por una fechoría. La tolerancia no es ejercitar un relativismo indiferente, tolerar es soportar y sufrir que otro piense o defienda ideas contrarias a las propias, es respetar la dignidad de quien no actúa o piensa como yo. Perdonar es poner a trabajar mi corazón y mi inteligencia para librar a la persona del mal que me ha hecho.

No es fácil acometer este proceso, pero no es imposible. La utopía solo se consigue cuando nos ponemos a trabajar. Y si no lo ves viable, apreciado lector, puedes preguntar a este amigo que me dio a leer esta conmovedora historia. Además, a este amigo ya lo conoces porque soy yo mismo.

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