Isabel II de España: la caída de una reina

Isabel II en 1852, por Franz Xaver Winterhalter, 
Palacio Real de Madrid.

Isabel II en 1852, por Franz Xaver Winterhalter, Palacio Real de Madrid. / SERGIO Martínez Gil HISTORIADOR Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Este 30 de septiembre se cumplen 155 años de la marcha de la reina Isabel II de España al exilio tras el triunfo de la Revolución Gloriosa que dio inicio al periodo conocido como el Sexenio Democrático. ¿Qué pasó para que el régimen isabelino colapsara en menos de dos semanas?

Isabel II era hija de Fernando VII el Felón y de su cuarta esposa, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, y había nacido en Madrid el 10 de octubre de 1830. Por fin el monarca veía cumplidas sus ansias por conseguir un heredero a su trono, aunque al ser una mujer tuvo que impulsar la Pragmática Sanción para asegurarse que su hija heredera el reino dado que el Reglamento de sucesión de 1713 establecido por Felipe V de Borbón primaba siempre a los herederos varones. Debido a esta pragmática de Fernando VII, el hermano de este, el infante Carlos María Isidro de Borbón, que ya hacía tiempo que se veía tocando la corona, quedó relegado a un segundo puesto que nunca aceptó, iniciando nada más morir su hermano un llamamiento a sus leales que provocó el estallido de la Primera Guerra Carlista (1833-1840).

En ese conflicto la madre de Isabel buscó el apoyo de los liberales más moderados para poder garantizar su propia regencia y el trono de la ya reina, aunque en minoría de edad, Isabel II, luchando frente a los partidarios de su cuñado que buscaban el mantenimiento del Antiguo Régimen feudal y el poder absoluto del monarca. Así fue como empezó la revolución en España, de forma progresiva, y la construcción del Estado liberal que es la base sobre la que se sustenta en muchos sentidos el país actual.

No fue hasta 1843 cuando Isabel II fue declarada mayor de edad mientras los gobiernos, casi todos de tendencia moderada, se fueron sucediendo uno tras otro, y los sectores más progresistas sólo tenían opción de alcanzar el poder por medio de pronunciamientos militares. Así hasta que llegamos a la década de 1860, momento en el que los sectores moderados estaban en una importante crisis interna mientras la monarquía se veía envuelta en un creciente descredito por diferentes casos de corrupción y también por los amantes que se decía que tenía la reina Isabel II (curiosamente a los reyes nunca se les criticaba por sus escarceos amorosos).

A todo esto se le sumaron dos crisis muy importantes. En 1866 estalló la primera crisis financiera de la historia del capitalismo en España, aunque los primeros síntomas aparecieron ya hacia 1862 debido a que la importantísima industria textil catalana empezó a sufrir la escasez y la subida de precios del algodón, el cual había dejado de llegar desde Estados Unidos por culpa de la Guerra de Secesión (1861-1865). Esta crisis fue arrastrando a otros sectores y provocó falta de capital y quiebras, con lo que comenzó a aumentar el paro. Para más inri, entre 1867 y 1868 se produjo una grave crisis de subsistencia debido a las malas cosechas de los años anteriores, lo que provocó la escasez de comida y la subida de precios con el consiguiente descontento generalizado.

Mientras tanto, los sectores progresistas y demócratas habían firmado en la ciudad belga de Ostende un pacto en agosto de 1866 con el objetivo de derribar el régimen de Isabel II como única vía para regenerar España. Y así es como llegamos a finales del verano de 1868, con la reina Isabel de vacaciones en San Sebastián. Durante los años anteriores la reina había ido perdiendo apoyos a la vez que se fue creando el caldo de cultivo para un golpe de Estado, pero en esta ocasión no para cambiar al gobierno de turno, como se llevaba haciendo durante todo su reinado, sino también para derrocarla a ella como reina. El estallido llegó el 18 de septiembre de 1868 en Cádiz, cuando el almirante Juan Bautista Topete comienza la sublevación con su célebre manifiesto del “¡Viva España con honra!”. A este se fueron sumando otros militares en alza, como por ejemplo Juan Prim o Francisco Serrano, todo mientras la reina continuaba sus vacaciones en el norte.

El general De la Concha preparaba mientras tanto en Madrid un ejército para enfrentarse a los sublevados, y por fin aconsejaba a la reina que regresara a la capital pues con ello quizás se podrían lograr mayores apoyos a su causa. Sin embargo, el 28 de septiembre las fuerzas gubernamentales y las de los sublevados se enfrentaron en la Batalla de Alcolea, cerca de Córdoba, con triunfo de los segundos. Cuando la noticia llegó a Madrid, se produjo un levantamiento en la ciudad mientras el general De la Concha pedía esta vez a la reina, ya con las maletas hechas, que era mejor que no acudiera a la capital y que se quedara en San Sebastián. En realidad, su reinado estaba ya sentenciado, y ante la falta de apoyos, el 30 de septiembre Isabel II ponía rumbo hacia Francia, donde sería acogida en el exilio por el emperador Napoleón III y donde acabaría muriendo en el año 1904 con el sobrenombre de la reina de los Tristes Destinos.

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