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Carlos, el príncipe de Viana

El príncipe don Carlos de Viana, por José Moreno Carbonero (1881), Museo del Prado.

El príncipe don Carlos de Viana, por José Moreno Carbonero (1881), Museo del Prado. / SERGIO Martínez Gil HISTORIADOR Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Carlos de Viana tuvo una historia en buena medida trágica, no sólo por su temprana muerte, sino por esa aura de príncipe renacentista y amante de la cultura y el arte, y que además se enfrentó a su propio padre, pues consideraba que este le estaba usurpando sus legítimos derechos al trono de Navarra. Todo ello contribuyó a que en el siglo XIX se recuperara su figura, siendo objeto de varias pinturas históricas con ese espíritu propio del Romanticismo. Ejemplo de ello es el maravilloso cuadro que en 1881 pintó el malagueño José Moreno Carbonero y que nos muestra a un príncipe de Viana pensativo, probablemente ya enfermo y apesadumbrado, pero siempre rodeado de libros.

Carlos de Viana nació el 29 de mayo del año 1421 en la localidad castellana de Peñafiel, y era hijo de la reina Blanca I de Navarra y de Juan de Trastámara, quien gracias a este matrimonio también se había convertido en el rey Juan II de Navarra. Juan era uno de esos hermanos a los que la historiografía acabó por apodar como «los infantes de Aragón», hijos de Fernando I de Trastámara, el monarca elegido en el año 1412 en el Compromiso de Caspe para ocupar el trono aragonés.

Carlos fue su primogénito varón, lo que lo convertía en el heredero al trono navarro y como tal fue jurado, recibiendo el título de príncipe de Viana que era a Navarra lo mismo que el de príncipe de Asturias para Castilla (o España en la actualidad), príncipe de Gerona para la Corona de Aragón, o príncipe de Gales para Inglaterra. Recibió una educación muy completa, y desde joven mostró un gran gusto por la Filosofía, la música y las artes.

Pero el año clave para su historia llegó en mayo de 1441, cuando su madre, la reina Blanca I, falleció. Según los capítulos matrimoniales que Juan II había firmado con Blanca, en caso de que ella muriera antes que su esposo, que era un rey consorte, este dejaba de ser automáticamente rey de Navarra, pasando el trono a los hijos que hubieran tenido y que en este caso era Carlos de Viana. Sin embargo, llegado ese momento Juan II tenía unos planes muy diferentes y se agarró como una lapa a una disposición que había puesto su fallecida esposa en la última versión de su testamento.

En ella, aunque seguía reconociendo que los derechos sucesorios iban a su hijo Carlos, rogaba a este que no tomara el título de rey sin antes conseguir el beneplácito de su padre para guardar el honor de este. Esta disposición, pensada probablemente por Blanca I para que padre e hijo mantuvieran buenas relaciones (parece que algo se olía), sólo sirvió para lo contrario, pues Carlos estimaba que el único rey era él mientras que Juan II se agarraba a sus supuestos derechos como si no hubiera un mañana. Y cuando estas cosas ocurren, la formación de diferentes bandos apoyando a cada uno de los pretendientes hacía presagiar el estallido de una guerra civil.

Fernando el Católico y Germana de Foix.

Fernando el Católico, que acabó heredando el trono en lugar de su hermano Carlos. / EL PERIÓDICO

En Navarra ya estaban complicadas las cosas con la existencia de dos bandos nobiliares enfrentados y que acabaran tomando parte en este conflicto sucesorio: los beaumonteses, que acabaron apoyando a Carlos de Viana, y los agramonteses, quienes formaron parte del bando de Juan II. La guerra civil estaba servida y comenzó de forma abierta en el año 1451, pero el conflicto entre padre e hijo no quedó suscrito sólo a tierras navarras. Carlos consiguió apoyos puntuales en el rey Enrique IV de Castilla, en parte de la nobleza catalana (también enfrentada a Juan II), e incluso trató de lograr una alianza con Francia. También acudió a su tío, el por entonces rey Alfonso V de Aragón, quien estaba en su corte de Nápoles.

La década de 1450 pasó por diferentes periodos de luchas entre Carlos y Juan II, con algunas batallas e incluso la caída como prisionero del príncipe, alternado con momentos de aparente reconciliación, aunque más de cara a la galería que reales. Esos años de luchas pasaron factura a la ya de por sí mala salud del príncipe, quien veía que su padre estaba dispuesto a relegarle de la primogenitura en favor de otro hijo que había tenido con su segunda esposa, Juana Enríquez, y que acabaría por convertirse en el rey Fernando II el Católico. Desde luego, su padre no contaba con él para hacerle su heredero en Aragón una vez que en 1458 Juan II heredó dicho trono de su hermano mayor, Alfonso V el Magnánimo, que había muerto en Nápoles sin hijos legítimos. Finalmente, Carlos de Viana murió el 23 de septiembre de 1461 en Barcelona. Una muerte temprana que siempre ha estado rodeada de rumores de envenenamiento, incluso por su propio padre o por su madrastra, deseosa de asegurar la sucesión al trono de su hijo Fernando. Probablemente son acusaciones sin fundamento alguno, pero siempre quedará cierta duda en una de las relaciones más tormentosas que conocemos en la realeza.

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