Opinión | SALA DE MÁQUINAS

¿Cine?

Casi todos los autores, al menos a los que nos gusta experimentar, tenemos en el cajón algún ejercicio relacionado con la transgresión o el absurdo. Una novelita que mezcla voces interiores, superponiéndolas y dificultando extraordinariamente su diferenciación; un relato cuyo final no se comprende racionalmente; una colección de sueños armados sobre diversas claves de presunta coherencia... Ejercicios, en suma, destinados a poner en práctica nuevos caminos narrativos, con vistas –¿quién sabe?–, a encontrar alguna nueva ruta de comunicación con el público.

Porque de eso –¿o no?– es de lo que se trata: contar una historia inteligible, bien con una pluma, bien con una cámara.

Sin embargo, el cineasta Yorgos Lanthimos no tiene presente este principio. Su nueva película, Kind of Kindness, resulta de todo punto incomprensible. No para la mayoría de los sesudos críticos cinematográficos, quienes, aún no entendiendo una palabra (es imposible hacerlo) la han puesto por las nubes en un peligroso ejercicio de hipocresía intelectual, porque recomendar a la gente ir a ver esta película a una sala comercial sería discutible incluso desde el punto de vista deontológico. Otra cosa es que se advierta al espectador de que tiene la oportunidad de ver algo sin pies ni revés argumental, pero en cuyas escenas y episodios el canibalismo, la necrofagia, la locura, las autolesiones, las psicopatías, las bilocaciones, las dominaciones, las visiones y macabros sueños, la dependencia del alcohol y las drogas, la tendencia a practicar el sadismo y la violencia conjugan un fresco donde el mal se encuentra en su salsa y el diablo más a gusto que nunca. No así el espectador, me temo, cuyas caras, en medio de la penumbra de la sala en la que cometí el error de pagar entrada oscilaban del asco a la risa, de la obvia repugnancia a la reprimida protesta.

Sugerir, como hacen estos acomplejados críticos, que Lanthimos es un genio mucho más allá de las actuales corrientes del cine es como valorar en diez millones de euros el cuadro recién acabado de pintar por un chimpancé. Otra cosa sería que, sin exagerar ni mentir, se propusiera al público interesado en descubrir nuevas vanguardias asistir a un pase de Kind of kindness en el marco de una programación adecuada.

A ver si con la próxima película tengo más suerte...

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