Opinión | SALA DE MÁQUINAS

‘Cuba vibra’

La torpe deriva de dirigentes latinoamericanos como Maduro o López Obrador culpando a España del «genocidio» indígena e imputando a nuestro país hechuras de despiadada potencia colonial se desvanece cuando se visitan esos países y se admiran las obras, las audiencias, las universidades, los puertos, las ciudades que hicieron los antepasados españoles de estos líderes criollos de semianalfabeta actualidad. Múltiples elementos comunes, desde el idioma, la arquitectura, el arte, las costumbres y un sinfín de coincidencias hacen que España y Sudamérica permanezcan unidas por los mismos lazos y genes.

Otro de esos elementos de compartida unión es la música.

Podemos comprobarlo estos días en el Teatro Principal de Zaragoza, donde la compañía de danza Lizt Alfonso pone en escena un espectáculo –Cuba vibra– de gran sincretismo y vistosidad, combinando los palos, los bailes, los sones, los cantos de las tres culturas que han hecho de la música cubana lo que es: una explosión española, africana e indígena.

El milagro de la música criolla y de sus bailes hay que rastrearlo muy atrás, cuando La Habana, ya allá por el siglo XVIII, había levantado un faro de buen gusto en pleno Caribe y con esa luz atraído a numerosos artistas. En el siglo XIX, La Habana era una ciudad, con sus teatros y periódicos, industrias y comercios, prácticamente europea, que disfrutaba con la vida social y se complacía en combinar mestizajes y en experimentar con sus herencias musicales.

En esa línea, la compañía Lizt Alfonso adapta la rumba, el mambo, el chachachá, el son o el bolero a sus peculiares características y a esa forma de bailar, de danzar, que se fue atesorando en escuelas y casinos, en salas y cabarets de Santiago y La Habana, y que no era ya puramente española, ni africana, ni de idiosincrasia estrictamente local, sino criolla.

Todo eso, más los secretos de la escuela cubana de ballet, una de las mejores del mundo, confluye en el espectáculo integrador, exquisito en sus detalles y puesta en escena de una compañía, Lizt Alfonso Dance, que utiliza las voces, los cuerpos e instrumentos para cuajar un homenaje a sus ancestros y abrir una ventana a la creación.

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