Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA

Lluvia y emociones

Desde siempre nos hemos tenido que enfrentar a las inclemencias del tiempo meteorológico, por ello, de manera natural, expresamos sentimientos diversos

Acaba de comenzar el verano. Llueve. No hace frío ni calor. La noche tormentosa ha engendrado un día gris con una moderada lluvia. Los campos de cultivo sonríen porque esta agua cae sobre el suelo con la mayor de las dulzuras, acariciando los frutos que esperan ser recogidos y humedeciendo la sequedad que las raíces y las hojas de los árboles frutales vienen sufriendo por las tórridas temperaturas de estos días pasados. Desde mi ventana veo los gorriones y las golondrinas entrando y saliendo del interior de la frondosa higuera; en cambio, las palomas y las cigüeñas surcan los cielos gozando de esta leve lluvia y haciendo piruetas acordes con su contentura. Cuando la lluvia se hace presente ya sea en invierno o en verano, si la precipitación es suave y placentera, aflora en mí un sentimiento de paz y de gozo que inunda lo más íntimo de mi ser; en cambio, cuando la lluvia es torrencial, con una pluviosidad fuerte y agresiva, acompañada de rayos y truenos, el miedo se instala en mi corazón y huyo hacia algún cobijo que me dé seguridad.

Las emociones que experimentamos con la lluvia las tenemos muy arraigadas en nuestro ADN humano, desde siempre nos hemos tenido que enfrentar a las inclemencias del tiempo meteorológico, por ello, de manera natural, expresamos sentimientos diversos, en consonancia con las impresiones que recibimos, con nuestra personalidad y con el contexto en el que habitamos. Quienes viven en plena naturaleza, en los pueblos rurales, sus reacciones psíquicas son diferentes a quienes viven en el asfalto y el hormigón, sus respuestas emocionales pueden ser muy diferentes; cuando habitamos en plena naturaleza, en pueblos pequeños donde se vive del campo, la lluvia es uno de los elementos atmosféricos que mayor excitación provoca, en función del momento vegetativo de los cultivos, del daño o beneficio que se pueda ocasionar. Esta constante preocupación por la lluvia está inscrita de manera indeleble en el alma de los agricultores, prueba de ello es la cantidad inmensa de refranes que están relacionados con la meteorología en el mundo rural y agrario; cuando se habita en lugares urbanos, de grandes avenidas y calles abarrotadas de tráfico, la lluvia genera otros sentimientos más relacionados con las incomodidades del aguacero que inunda las calles y hace inviable el transporte, la gente se enfada y la algarabía es el eco que acompaña a la lluvia.

A mí me gusta más vivir la lluvia en el pueblo, viendo desde el balcón de mi casa cómo el líquido elemento hace acto de presencia, unas veces de manera suave, otras con un visible enfado, acompañada de rayos y truenos que hacen temblar, otras veces, la lluvia arrecia con la fuerza de un viento huracanado, y siempre es un espectáculo escuchar el sonido de las gotas de agua, que es diferente en función de donde caen. Me produce una emoción especial cuando alguna vez sueño con la lluvia y me despierto por la mañana comprobando el ruido de un agradable tintineo, un aguacero que golpea los cristales de mi ventana, es el clásico sueño que se hace realidad. Cuando escampa y paseo por el campo, me satisface contemplar los campos de viñas, cuyas cepas están alineadas en una geometría perfecta, y admiro el color verde de los pámpanos que derraman brillo y tersura; también me deleito viendo los manzanos y los perales que ya muestran el fruto, y la hierba ligeramente mojada cuyo olor mezclado con la tierra lo inspiro profundamente con el deseo de unirme a la madre naturaleza, siendo consciente de que estoy vivo, que siento y gozo con los sentidos del alma. n

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