Santa Ilustración

Hernán Ruiz

Hernán Ruiz

Queda hoy alguna certeza? Muchas, pero pequeñas, parciales, efímeros agarraderos afectivos. Si hasta la verdad científica está cuestionada por antivacunas, terraplanistas, negacionistas del cambio climático y demás fauna esotérica... La trituradora posmoderna, con el exponente de la digitalización participativa, ha dejado arrasado el huerto de las creencias contemporáneas. Y en ese caos de fandoms, paradójicamente, hacen su agosto los vendedores de verdades absolutas y remedios fáciles. De ahí el auge de los populismos de todo cuño, el imperio de la ultraderecha y su reaccionaria guerra cultural. No he sido nunca muy partidario de aferrarme a verdades, pero en estos tiempos de carcoma y zozobra hay constructos filosóficos que resultan prácticos y a los que conviene abonarse. Una de esas escasas amarras hoy necesarias son las ideas políticas alumbradas en la Ilustración. Cuando se levantan las banderas nacionalistas, neofascistas o populistas tenemos que correr a refugiarnos en los derechos del hombre, la ciudadanía o el sufragio universal. Esos axiomas ilustrados, que los posmodernos quisieron relativizar, en medio del temporal actual son los puertos más seguros.

Vaya deriva filosófica…, podrán pensar; sin embargo, esto tiene sus aplicaciones muy prácticas en el día a día de nuestra política. El empeño de la Derecha (así meto a todas, incluidas la mediática, económica, judicial y eclesiástica) en imponer el sagrado derecho de la Nación española –otro constructo– por encima de la aritmética parlamentaria es un atentado a esa herencia de la democracia liberal dieciochesca. La nación ilustrada era el conjunto de los ciudadanos y su voluntad manifestada en las urnas. Priorizar el derecho esencial de la nación, vinculado a una idea romántica o etnicista del volk (pueblo), es una receta reaccionaria que ha escrito las peores páginas de la Historia. ¡Larga vida a la Ilustración política!

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