Gestionar los ríos en plena crisis climática

El Periódico de Aragón

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España es el país con más embalses de Europa y también el que contabiliza más demoliciones de estructuras hídricas , aunque la mayoría son de pequeñas represas, azudes o compuertas que interrumpen los cursos fluviales y que ya han perdido su función original. Obstáculos artificiales que ya no tienen ninguna utilidad ni para suministrar energía eléctrica a colonias industriales ya desaparecidas, ni para alimentar redes de riego locales, ni para abastecer de agua potable a las localidades cercanas. Sin embargo, la vigencia de concesiones administrativas y la dificultad de hacer que quienes las explotaron se hagan cargo del coste de desmantelarlas hace que el ritmo sea lento.

Este tipo de proyectos, con consenso sobre su interés ambiental y alentados desde la Comisión Europea, son los que han dado pábulo a bulos como el de que el Gobierno central contempla el derribo de «256 presas y embalses», en un plan que se denuncia como un atentado contra el sector agrario español. Los conspiranoicos más radicales llegan a relacionarlo con el deseo de fomentar las importaciones agrícolas desde Marruecos. Se trata de uno más de los intentos de desinformación que pretenden enfrentar protección del medio ambiente e intereses de un campo español, cuando la extrema derecha quiere convertirlo en un granero de votos con el negacionismo ecológico como instrumento. O una manifestación de pura y simple ignorancia, interesada o no, sobre las dinámicas naturales de los ríos, como cuando se cuestiona que viertan agua al mar (que es tanto como cuestionar sencillamente su mera existencia).

La supresión de estos obstáculos no pone en peligro el suministro de agua (su rendimiento está entre extinto e irrelevante) pero sí contribuye a la regeneración de los ecosistemas fluviales. Un objetivo que, más allá de su impacto en la biodiversidad, algo que por sí solo ya estaría justificado, forma parte de la nueva cultura del agua. Un nuevo enfoque pasa por regenerar y reutilizar un recurso que cada vez será más escaso, restituyendo la salud de los ecosistemas fluviales y la capacidad de recarga de los acuíferos.

Precisamente la crisis de recursos hídricos en la que estamos inmersos, y que seguirá siendo estructural en el futuro, hace que ninguna Administración se esté planteando la demolición de los grandes embalses que permiten almacenar el agua en los episodios de lluvia que en el futuro pueden ser cada vez más escasos, irregulares e imprevisibles. Esos centenares de presas son necesarias tanto para el suministro de agua de boca como para el regadío o la generación de electricidad limpia.

Es innegable el impacto en el medio ambiente que han tenido estas grandes infraestructuras, y las consecuencias traumáticas que supusieron para las comunidades locales que debieron desplazarse para facilitar su construcción. Pero ni la gestión del agua en tiempos de escasez puede fiarse solo a los recursos que almacenan los grandes embalses, como estamos viendo, ni estamos, o estaremos, en condiciones de prescindir de ellos. Cuando además el uso de sistemas de bombeo entre embalses se plantea como un método para almacenar energía eléctrica procedente de fuentes renovables se hace evidente que en el horizonte no está la demolición de grandes embalses en España, sino más bien lo contrario.