La opinión de Sergio Pérez

Puche, Pau Sans y la caída en desgracia de Gueye

Gueye cuerpea ante la Ponferradina en La Romareda.

Gueye cuerpea ante la Ponferradina en La Romareda. / JAIME GALINDO

Sergio Pérez

Sergio Pérez

Para ser el propietario de una Sociedad Anónima Deportiva y, por supuesto, para llegar a presidir un club de fútbol en España, hacen falta buenos posibles. Algo así no está al alcance de cualquiera, hay que poseer una cuenta corriente con un buen número de ceros a la derecha y muchas otras cosas en las que ahora no vale la pena detenerse. Al caso, empresarios de alto copete, hombres de negocios habituados a dirigir importantes corporaciones, ejecutivos o conocedores de los caminos que llevan a hacer fortuna, un mundo donde las sumas habitualmente salen, dos más dos son cuatro y, cuando es necesario, cinco.

Al llegar al deporte, y en este punto es en el que ponían el acento varias de las personas que han estado en puestos de dirección o en la propiedad del Real Zaragoza estos últimos años, se encuentran con un universo distinto, con matices muy peculiares, en el que tienen un peso extraordinario variables con un alto componente azaroso, difícilmente controlables de manera total, tan importantes que pueden comprometer el futuro de un club y cuyo dominio jamás alcanza el cien por cien.

Para sobrevivir, el fútbol necesita gestión, buenos balances económicos, responsabilidad y unas cuentas de resultados adecuadas. Sin embargo, esencialmente es una actividad deportiva cuyo objetivo principal es ganar partidos a través de algo tan simple y tan complejo a la vez como que una pelota acabe dentro de la portería rival y no dentro de la propia. Para ello, las Sociedades Anónimas y los clubs tratan de fichar a los trabajadores con las mejores condiciones posibles para tales fines: marcar goles y evitarlos. Este deporte no es una cadena de producción con los tiempos y los resultados medidos. El fútbol tiene un componente caprichoso, que será mayor cuanto mayor sea el desacierto en los fichajes de jugadores y menor cuanto mayor sea el acierto.

Al Real Zaragoza se le ha torcido la temporada porque ha errado de manera capital en contrataciones claves desde el punto de vista estructural, muy especialmente en la del delantero centro estrella, presuntamente llamado a conseguir que dos y dos fueran cuatro pero al final un desastre estratégico, económico y deportivo. Con Gueye la cuenta no ha salido y ha inclinado la balanza y el balance de la temporada hacia el lado negativo. El peso de su ficha es demasiado elevado y su utilidad, demasiado pequeña, nula en la práctica.

El senegalés refleja perfectamente la importancia de atinar en las grandes apuestas. Un acierto catapulta al cielo, un fallo manda al infierno. Gueye ha sido titular solo en cuatro partidos, no suma más que 453 minutos después de 27 jornadas de campeonato y no ha conseguido marcar. Además, será difícil que lo haga. Ha caído en desgracia por sus propios deméritos y su bajísima cualificación. Ante el Alavés, Fran Escribá lo mandó definitivamente al último asiento del furgón de cola, por detrás de Puche y hasta de Pau Sans, la sensación del equipo juvenil, que le dio una lección de cómo aprovechar 20 minutos de juego.

Por delante ha tenido también a Giuliano Simeone, a Iván Azón y a Víctor Mollejo. En la práctica, ahora mismo, el sexto delantero de la plantilla cuando su rol sobre el papel debía ser prioritario. Habían sido tantas las equivocaciones con los puntas en los últimos años que el cupo de infortunios parecía cubierto. No ha sido así. El componente azaroso del fútbol le ha jugado otra mala pasada al Real Zaragoza. Un fallo como el de Gueye condiciona toda una temporada. Nada garantiza el éxito en este juego, lo acerca o lo aleja, pero acertar con el nueve del próximo proyecto debe ser un objetivo ineludible.

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