Opinión | fuera de campo

‘Shocks’ de una humanidad en peligro

Vivimos tiempos de espectadores distraídos, como los que aludía Walter Benjamin bajo el efecto narcotizante del mercantilismo cultural. Al aterrizar en el cine, el experto añadía que se trataba de una cuestión de shock, porque el séptimo arte consigue conectar con el universo emocional y sentimental del voyeur. Lo decía Benjamin tras haber asistido al impacto de las dos terribles guerras para la memoria.

Heredero de un cine dramático, molesto y del subconsciente (consciente) de cineastas como Lars von Trier o David Lynch, Yorgos Lanthimos es en estos momentos el profeta más templado en usar el bisturí ante el ojo de quien osa sentarse en la butaca. Amante de Luis Buñuel –«es muy inspirador», destacó en Cannes–, huye de intelectualizar la mirada, y se parte el pescuezo por salvar las continuas diferencias de la percepción.

Para el cineasta griego, sus largos son como una espoleta, término que también le encantaba a nuestro realizador calandino. Una chispa para poner en valor el proceso instintivo con el que ofrecer «películas que estén abiertas para que la gente entre, participe y tenga su propia visión sobre las cosas». Una invitación a abrir las miradas interna y externa, para poner de manifiesto que «el mundo anda peor que las películas que hacemos», asevera Lanthimos.

Por mucho Disney+ que las contenga, entre la pasividad, la pereza o el miedo a lo incómodo, los espectadores distraídos apenas entran en el juego o a la reflexión moral de su cine. A veces uno cree que controla las cosas, y no es así. En cartel todavía tenemos su maravillosa Kinds of Kindness, una lúcida fábula y pórtico grotesque sobre la autoridad y la vulnerabilidad, la posesión, sus ataduras y el libre albedrío, un film que rodó mientras realizaba la postproducción de Poor Things.

Para su productor Andrew Lowe, sus trabajos «exploran cómo las personas viven de acuerdo con sus propias reglas, las de la sociedad o las de una autoridad superior». Mejorando la propuesta metrada de icónicos trabajos en serie como Pulp Fiction, Lanthimos acumula en cada historia todo lo anteriormente sentido, e invita a su entregado público a participar mucho más activamente ante el cambio de energía que ofrece cada pieza, construyendo un discurso ajeno a las trampas, con una inquietante continuidad subconsciente, serena y eficaz.

Para terminar, hagamos un flashback. Hace seis años, tuve la suerte de disfrutar en el Teatro Real de Die Soldaten, ópera en cuatro actos con música y libreto de Bernd Alois Zimmermann, bajo el montaje y estremecimiento de Calixto Bieito: «Yo siempre pido honestidad y autenticidad, es la base de todo trabajo artístico». Su violencia era el grito de todo el siglo XX ante la Segunda Guerra Mundial, la bomba atómica y el horror a cualquier agresión. «Uno no llega a imaginar el grado de brutalidad que puede alcanzar la Humanidad», apuntaba entonces Bieito. «Conocer el horror en el escenario ayuda a reflexionar sobre ello».

«Es ser concreto pero a la vez ser abstracto, y ser general», donde una violación ya es el horror del mundo. Ahora, bien entrado el XXI, Lanthimos actualiza los postulados del desasosiego de Benjamin, y ni nos damos por aludidos. El espectador parece el personaje impasible de sus películas. ¿Podrá ser que, de una vez por todas, reaccionemos ante tantos shocks de una humanidad en peligro?

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