La saga de los Samper de Calanda y la Semana Santa: una pasión multiplicada

Miguel Franco fue durante 25 años el presidente de la Ruta del Tambor y el Bombo. Su hija Esmeralda y su nieta Alexandra siguen sus pasos en una tradición familiar que viene de lejos

De izquierda a derecha, Esmeralda, su hija Alexandra y Miguel, padre de la primera y abuelo de la segunda. | EL PERIÓDICO

De izquierda a derecha, Esmeralda, su hija Alexandra y Miguel, padre de la primera y abuelo de la segunda. | EL PERIÓDICO / judit macarro

Judit Macarro

Judit Macarro

Samper de Calanda es sinónimo de tambor y a la familia Franco, natural de esta localidad del Bajo Aragón, la tradición de tocar en Semana Santa le viene «de muy lejos». Esmeralda Franco empezó a tocar el tambor con tan solo dos años, cuando se introduce a los pequeños en el retumbar del instrumento sobre su cuerpo. «Siempre empezamos a tocar a esa edad. Lo hizo mi bisabuelo, después mi padre y mi hija Alexandra no ha sido menos», cuenta con cariño. «Los de Samper nacemos con un tambor debajo del brazo», presume.

Todo comenzó cuando su bisabuelo llevó a Miguel Franco, padre de Esmeralda, a las procesiones «¡con una lata de sardinas como tambor!», cuenta esta cofrade de la Entrada de Jesús en Jerusalén, a la que pertenece desde hace siete años. Dice que su padre «ya le rogaba al abuelo poder salir la noche del Jueves Santo desde bien pequeño», una pasión que llevó a Miguel Franco a ser presidente de la Ruta del Tambor y el Bombo durante 25 años. La Semana Santa es «la mejor fiesta del año, incluso mejor que la Navidad», asegura Esmeralda, para quien estos días son una ocasión para disfrutar con sus seres queridos. Aunque también hay malos recuerdos. «Mi madre falleció hace unos años en Jueves Santo», recuerda.

Nunca por obligación

La siguiente en coger el testigo de la tradición de la familia Franco ha sido Alexandra, la hija de Esmeralda. Y lo ha hecho «por voluntad, no por obligación», recalca su madre. «Mi padre es un hombre muy tradicional y cabezón, pero tenía claro que si a mi hija no le gustaba esto, yo no quería que se viera obligada a hacerlo», añade. «Cuando nació Alexandra le pedí varias veces por favor que no se pusiera pesado con ella», recuerda. Pero lejos de toda duda, Alexandra, al igual que sus predecesores, «nació con el percutir en la sangre».

Una de las mejores anécdotas que ha vivido junto a su hija fue durante sus primeras salidas. «La procesión hasta el Calvario la hago todos los años con mis amigos y ella solía quedarse con su abuela hasta que un año dijo que ella se iba con mamá», recuerda con una sonrisa. La historia se volvió una odisea para la pequeña Alexandra cuando «al pasar el cementerio vio que muchas personas se quedaban ya a descansar, porque a partir de este tramo ya no hay público. Yo no quería que ella se parara, tenía que terminarla. Sí o sí», rememora. Fue entonces cuando, con mucha exasperación, Alexandra iba gritando ‘mamá eres sorda’, porque ella me hablaba pero yo hacía como que no la escuchaba y así terminar el recorrido», explica riendo por el recuerdo.

Su padre, un referente

Esmeralda siente admiración por su padre, quien en 2011 recibió el Tambor de Oro en Calanda y es un referente para toda la comarca del Bajo Aragón. Si hay algo que no falta en la familia Franco son anécdotas.

«Para él han sido muchos años, pero siempre cuenta que sus primeros recuerdos de esta afición los tiene gracias a su abuelo», afirma. Explica que Miguel se quedó huérfano desde muy pequeño, «y fueron mis bisabuelos los que se encargaron de educarle y es de ellos de donde viene toda nuestra pasión por el tambor y el bombo», afirma. No duda que «de haber seguido con vida, mi abuelo también hubiera vivido con el tambor debajo del brazo», apunta.

Esmeralda, que empezó a tocar el tambor con uno heredado de su padre y que todavía conserva en la casa del pueblo junto a otros, señala que uno de los recuerdos más bonitos que tiene fue cuando a sus 18 años salió con un grupo exclusivamente de doce mujeres. «Íbamos solas por primera vez», cuenta. «Aquello supuso un antes y un después en las procesiones de Samper» porque desde ese momento «son las chicas las que mejor tocan», bromea.