Opinión | IR DE PROPIO

Once taxistas argentinos

En Zaragoza somos once taxistas argentinos.

Me lo contó uno de ellos una noche en la que el cierzo soplaba fuerte, de regreso a casa. En Aragón el cierzo sopla de media ciento cincuenta días al año. El Bad-i-sad-o-bist-roz es un viento caliente y seco del norte o noroeste que sopla de junio a septiembre en Irán y Afganistán, que se conoce popularmente como el viento de los ciento veinte días.

Al subir me preguntó la dirección, y enseguida identifiqué su acento. Pensé en cómo soplarían los vientos en Argentina. En que desconocía cómo se llamaban, y en que, a pesar de tener un amigo nacido en Lobería, sigo no sabiendo nombrar muchas de las cosas de un país que parece inagotable. Pensé en cómo me había gustado a película La estrella azul y antes de poder evitarlo, se lo estaba contando al taxista.

También le pregunté cuánto tiempo llevaba siendo taxista, porque me dijo que todavía no controlaba algunas calles. Dos meses. Le pregunté cuánto tiempo llevaba en España. Por alguna absurda razón, pensé que llevaría aquí poco tiempo. Quince años, pero al cierzo todavía no me acostumbro, me dijo.

Me contó que en Zaragoza son once taxistas argentinos. Y yo le dije que me parecía un porcentaje notable, y entonces me contó que eran novecientos aproximadamente los ciudadanos argentinos en Zaragoza.

También pensé en que hacía unos días había leído un estupendo artículo en un periódico digital acerca de la sobrecualificación de mucha de la población inmigrante en España. El artículo me hizo acordarme de Caridad, una de las personas que realizaba la limpieza en mi antigua biblioteca. Había llegado hacía años desde Cuba y era muy culta, mucho más que algunos de los alumnos que me cruzaba por las aulas. Era una enamorada de las matemáticas y del sistema de enseñanza de su país. Fidelista hasta la médula. Pensé en que tampoco conocía cómo se llamaban los vientos de esa tierra que añoraba.

Sergio del Molino abre su última novela, Los alemanes, con una cita maravillosa. «Nadie comprende el dolor del otro, y nadie comprende la alegría del otro. Siempre pensamos ir hacia el otro, pero lo único que hacemos es pasar al lado de otros. Qué padecimiento para quien se da cuenta de esto». Franz Schubert, Diarios.

Me bajo del taxi y camino hacia casa, pensando en que el cierzo, la chacarera, la cadencia argentina, me rozan, pero no me atraviesan. En la tristeza de entender esa cita, que con los años olvidaré como olvidaré ese artículo devastador de ese periódico, barrido por el viento del tiempo.

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