Opinión | IR DE PROPIO
La croqueta perfecta
Se llama Sofía, y es menuda, pero fuerte. Desde hace un tiempo nos acompaña en mi edificio como parte del personal de limpieza. Hace unos días le pregunté a qué hora comenzaba su jornada. Las 6.00. Se levanta todos los días a las 4.30 de la madrugada. Me cuenta que ya se ha acostumbrado, que a las 14.00 ha terminado y se puede marchar a su casa y tiene toda la tarde libre, para vivir.
Sofía me hizo volver sobre el debate acerca de los horarios laborales y el valor del tiempo. Leía hace unos días que la magia de la cocina de nuestras abuelas no era tanto el amor, como el trabajo. En la cocina, trabajo equivale también a tiempo. De hecho, muchas de esas abuelas no eran seres de luz sino personas de carne y hueso que a veces estaban hartas de cocinar, precisamente porque mucho de su tiempo, sin excusas, lo tenían que ocupar en cocinar para extensas familias. Hoy en día, cocinar para muchas personas ya no es un imperativo. Ha cambiado el modelo de familia, han cambiado las cargas, han cambiado los hábitos y las opciones.
Pensé en la maravilla de hacerlo cuando dispones de ese tesoro de valor incalculable, el tiempo, para comprar todos esos ingredientes que a veces faltan, cuando puedes planificar un menú pensando en los detalles, y cuando puedes meterte a trajinar y poner todo a fuego lento, también el ritmo. La cocina es práctica. A casi nadie le sale bien a la primera la tortilla de patata. Hay que probar con distintos tipos de patata, con diferentes cocciones, hasta con diferentes sartenes.
Conozco a muchos progenitores que no comen como les gustaría porque el tiempo que logran arrebatarle al trabajo y a las obligaciones lo destinan, como es natural, a sus hijos, a veces mucho menos del que les gustaría, a todas las otras cosas que el día a día nos impone. Hablo de casos con horarios que a mí se me antojan poco vivibles, jornadas partidas, turnos nocturnos que te dejan agotado, sábados frente al ordenador.
Seguramente las abuelas de antes, esas a las que se les atribuye la magia de su mano en bordar las croquetas o las empanadillas, estaban a veces hartas. O al menos, aburridas de tanta perfección. Seguramente hubieran disfrutado de algo más de tiempo para sí mismas. Porque todo se disfruta más cuando se es libre para elegir, esto no hay que olvidarlo nunca. Para que nosotros podamos elegir si cenamos en un restaurante a las 21.00 o a las 23.00 hay una persona que no puede hacerlo, porque tiene que atender los dos turnos de cenas. Y eso tiene poco de magia.
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