Municipal

El Arrabal, el ‘poblado de Astérix’ con el que la ciudad saltó el Ebro

El desarrollo de este barrio al otro lado del río le confiere una personalidad propia marcada por la ribera, aunque también por el tren y la industria que llegaron en los siglos XIX y XX

Entrada al Centro Cívico Estación del Norte, que aprovecha las instalaciones de la antigua infraestructura ferroviaria.

Entrada al Centro Cívico Estación del Norte, que aprovecha las instalaciones de la antigua infraestructura ferroviaria.

De rabad a arrabal hay siglos de evolución lingüística. Con el primer término se decía en árabe clásico a los núcleos extramuros. Y el segundo es, precisamente, el nombre que recibe el barrio con el que Zaragoza saltó el Ebro y se empezó a expandir en la margen izquierda. Algo que llegó, además, en época de dominio musulmán. Desde entonces hasta ahora han pasado unas cuantas centurias, aunque el desarrollo de la orilla zurda del río encontró su verdadero auge en el siglo XX. Sin embargo, mucho antes ya estaba ahí el Arrabal y, quizás por la impronta que confiere vivir separado por un potente cauce de agua, algún vecino se refiere al barrio como el poblado de Astérix.

Uno de ellos es Primitivo Yagüe Primi, pescatero en el mercado Altabás. «Estamos muy contentos de estar aquí, creo que el carácter del barrio es distinto. Somos como el poblado de Astérix», cuenta este vecino que, aunque nació en Las Fuentes, regenta un puesto que su padre abrió en 1949. «Hemos conocido de todo, desde las aceras de tierra», recuerda Yagüe sobre un barrio en el que «la gente mantiene su identidad», aunque haya evolucionado. «Yo creo que todos sacamos pecho cuando nos dicen arrabalero», destaca.

David y ‘Primi’, en la pescadería del Mercado Altabás.

David y ‘Primi’, en la pescadería del Mercado Altabás. / Miguel Ángel Gracia

Primi se pronuncia así en su puesto, que a primera hora ya empieza a recibir la visita de algunas vecinas. Lo hace acompañado de David, que atiende los recados, y como primera parada del recorrido que Ángel de Castro, fotógrafo de este diario jubilado recientemente y Premio Arrabal 2024, ha preparado por su barrio, donde hará de cicerone para este reportaje.

Del mercado lleva su camino hasta el casco histórico del Arrabal, que mantiene toda la esencia del siglo XVIII, con espacios tan castizos como la plaza de la Mesa o el callejón de Lucas, uno de los pocos cubiertos que quedan en Zaragoza. Algo más allá de esta vía vive De Castro desde hace tres décadas junto a su mujer Olvido, vecina de toda la vida.

«Vivir en el Arrabal es hacerlo al lado del centro, pero con la tranquilidad de un barrio», cuenta el fotógrafo sobre esta zona de la ciudad cercana y alejada, a la vez, del resto. «El río es una barrera, es un barrio que tiene mucha identidad», destaca. Mientras tanto, su camino llega a la calle García Arista, donde María Jesús atiende en su puesto de verdura del Mercado Arrabal. «Estoy muy contenta con la gente del barrio», dice esta profesional que ya suma 30 años en esta lonja. Enfrente, tiendas como Bordados Olga o Flores Torres son muestra de un pequeño comercio de toda la vida que se mantiene y que convive con nuevas propuestas.

Peirón donde se ubicaba el convento de Altabás, frente al puente de Piedra

Peirón donde se ubicaba el convento de Altabás, frente al puente de Piedra / Miguel Ángel Gracia

Entre ellas, la de La Fleur de L’Homme, ya en el paseo de la Ribera. Este taller floral lo regenta desde hace un mes Nacho Carbonel. «Los vecinos, majísimos todos», dice este profesional cuyo establecimiento plasma en sus paredes y rincones su recorrido vital. «Cada cosa de la tienda es una oda a algo que he vivido», explica.

De allí, la ruta sigue por la calle Sixto Celorrio, pasando por la plaza del Rosario y hasta la calle Sobrarbe. En esta vía, una de las más importantes del entorno, espera el presidente de la Asociación de Vecinos Tío Jorge-Arrabal, Rafael Tejedor. El bar JM es la siguiente parada y, allí, el representante vecinal hará un repaso a la historia y la actualidad del barrio. Sobre ella, y al preguntarle por la tranquilidad que desprende la parte más antigua, vuelve a aparecer la metáfora de los irreductibles galos: «Toda la parte del casco histórico se quedó como la aldea de Astérix, totalmente aislada y manteniendo el sabor y el color tradicional que tenía», relata sobre un desarrollo urbano que se centró en otras zonas conforme avanzaban los años.

Sobre el origen del barrio, Tejedor se remonta a la época de dominación musulmana, cuando la ciudad se queda pequeña y se crean los arrabales de Cinegia, del Huerva y del Rabal. En este último matiza que se instalaron los curtidores, en un entorno agrícola con poca población todavía.

Una persona camina por el callejón de Lucas, en el barrio del Arrabal.

Una persona camina por el callejón de Lucas, en el barrio del Arrabal. / Miguel Ángel Gracia

Tras ello llegaría la dominación cristiana y el impulso que tuvo la zona con la instalación de nada menos que tres monasterios: el convento de San Lázaro, el de las Madres Concepcionistas y el convento de Altabás, originalmente, pegado al puente de Piedra. Infraestructura esta, por cierto, ligada por completo a la historia del Arrabal y por la que había que pagar para cruzar el río con «lo que se llamaban las tasas de Puerto y Fielato», puntualiza. Su repaso histórico sigue con hitos como el nacimiento de la infanta Isabel de Aragón, luego canonizada como Santa Isabel, en el convento de San Lázaro. Por allí, además, pasó el rey Felipe IV para probar las aguas del pozo, que se decía que eran curativas.

Primera del mundo

Ya entre los siglos XVI y XVII es cuando empieza a haber «asentamientos estables con forma de barrio» en ese casco histórico donde se encuentra la plaza de la Mesa. Este enclave, dice Tejedor, «fue la primera oficina del paro que hubo en el mundo», en referencia a que era el lugar donde se colocaba una mesa para pagar y contratar a los jornaleros que trabajaban en una zona muy adecuada para la agricultura, con campos y torres cerca.

De ahí llega al siglo XIX, donde comienza en su último tercio «la primera expansión». La clave, como en muchos otros espacios de la ciudad, es el ferrocarril. «Fue un cambio absoluto», asevera sobre la llegada de la estación del Norte, aparejada también a una industria como la de la Azucarera, otro símbolo del barrio. Ya en los años 60, con Zaragoza como polo de desarrollo y la migración de las zonas, llegó una nueva expansión que supuso la creación «de todo tipo de asentamientos». Por último, el desmantelamiento de la estación del Norte es la última evolución de un barrio que encuentra en esa zona un área de nuevas viviendas que contrastan con las de su casco histórico o las sindicales de Balsas de Ebro Viejo.

La Azucarera, un icono industrial del barrio

La Azucarera, un icono industrial del barrio / Miguel Ángel Gracia

Ahora, Tejedor observa «un barrio asentado», que en el plano de los servicios «está bien atendido». «Pero necesita una actualización de las dotaciones y mejoras», apostilla. Entre ellas, nombra el desarrollo de la explanada de la estación del Norte. «Tiene prácticamente las mismas dimensiones que la plaza del Pilar y lo que queremos es un equipamiento potente, de ciudad, que invite a cruzar el puente de Piedra», explica.

El «grave problema» de aparcamiento en el entorno, la necesidad de replantar el parque del Tío Jorge, el mantenimiento de la ribera, la reforma de las calles cercanas a la plaza San Gregorio, el desarrollo de vivienda pública y la mejora de la frecuencia de la línea 50 del bus son también otras de sus reivindicaciones. 

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