Opinión | EL TRIÁNGULO

El placer de la Nocilla

Los que se escandalizan por esta nueva sociedad no lo hacían cuando el anuncio iba dirigido a «la merienda de los hombres fuertes»

Nací el año en que la crema de cacao llegó a España. En parvulitos nos repartían unas monodosis de publicidad en el recreo que nos hacía sentirnos como suizas. Ya en EGB las meriendas eran monotemáticas, pan de molde y Nocilla, con un poco de queso para equilibrar con grasa los kilos de azúcar que consumíamos. No era un placer adulto como otros chocolates, ni nada extraordinario como las tartas heladas, acabó siendo un alimento cotidiano durante generaciones, la revisión del pan con chocolate de nuestros padres. La empresa que la comercializa está buscando un nuevo target, el de aquellos niños que ya no fueron alimentados con su producto, los que se criaron a base de yogures, cereales y jamón. Para llegar a esa generación de jóvenes adultos han lanzado una campaña comercial que ha conseguido el objetivo de relanzar la marca por lo menos en las conversaciones, y escandalizar a los de siempre porque en unos de los anuncios sale un satisfayer.

Hay incontables diferencias entre 1980 y ahora, aunque los que se escandalizan por esta nueva sociedad no lo hacían cuando el anuncio iba dirigido a «la merienda de los hombres fuertes» mientras unos niños de no más de 10 años jugaban al fútbol. Eso no era sexualizar desde la publicidad, o cuando en el jingle del producto, la parte de cacao la cantaba una niña negra y la leche, avellanas y azúcar tres niños de aspecto caucásico. Normalizábamos todo lo que en ese momento era lo habitual, en un mundo en que las niñas no jugaban al fútbol, la fortaleza no era una cualidad deseable en ellas y la niña negrita le daba un aspecto simpático nada invasivo a un país sin casi inmigración. No éramos atractivos al resto del mundo, estábamos saliendo de nuestra propia crisis económica, del déficit democrático porque solo estábamos empezando a dar los primeros pasos y de integración en la modernidad europea, que ahora torna en esos movimientos nostálgicos de la gente que no fue torturada a merendar sándwiches de crema de cacao diariamente.

En ese anuncio en que una joven adulta le va tener que explicar al abuelo que es un satisfayer, que él cree un termómetro de frente, se reúnen los valores tradicionales de la importancia de la familia, del cuidado de los mayores o de la importancia de la comunicación intergeneracional. Pero hay quién solo se fija en lo que le molesta, el tabú del placer femenino además sobre una mesa de cocina. No existían vibradores en mi época, sólo revistas de mujeres desnudas que se mantenían escondidas. Es difícil entender que alguien prefiera la opacidad de esos años que la naturalidad y la libertad de estos.

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