El Tour de Francia

La opinión de Ángel Giner. Trampas en el asfalto

Las rotondas, isletas centrales, los ralentizadores y una panoplia de dificultades de todo tipo se han convertido en grandes peligros para los ciclistas, que dejan más la carrera por ellas que por enfermedad o debilidad física

Dylan Groenewegen, a su entrada en la meta tras imponerse al esprint.

Dylan Groenewegen, a su entrada en la meta tras imponerse al esprint. / EFE / KIM LUDBROOK

En 1903 los franceses crearon el Tour. En 1910, para dificultar el trabajo de los ciclistas, se añadió la alta montaña con la presencia del Tourmalet. Por si esto fuera poco, en la década de los ochenta, para calvario de la integridad de los ciclistas, se popularizaron las rotondas, y unos años más tarde las isletas centrales, los ralentizadores y una panoplia de dificultades de todo tipo que se han convertido en problemas mortales para los ciclistas, hasta tal punto que dejan más ciclistas la carrera por caídas en las trampas del trazado que por enfermedad o debilidad física.

Esos peligros-sorpresa obligan a los líderes y a sus equipos a una tensión permanente y a un desgaste brutal. En ese estado de nervios pasan cosas extrañas como que Pogacar, este jueves, en un macrocorte se quedase delante al descubierto y sin un solo gregario. Y eso es muy peligroso y evidencia que el esloveno ha traído muchos corredores para la montaña, lo vimos en el Galibier, y escaso potencial para el llano o los abanicos, justamente lo contrario que el Visma de Vingegard. “Esto no se puede repetir”, advirtió el director de Pogacar. Hoy tenemos un mano a mano contra el crono que medirá fuerzas individuales entre las dos vedettes de la carrera y un posible asalto al escenario por parte de Evenepoel.