A FONDO

La diversidad, también en las zonas rurales de Aragón

En este Día Internacional de las Personas Migrantes conviene recordar que casi todos hemos sido o somos migrantes. Nada más antiguo y viejo en el mundo que desplazarse del lugar habitual de residencia a otro en busca de una vida mejor. El fenómeno es tan viejo como el hombre

Un joven recoge fruta en un campo de Aragón, en una imagen de archivo.

Un joven recoge fruta en un campo de Aragón, en una imagen de archivo. / JAIME GALINDO

Raúl Lardiés Bosque / Profesor Titular de Geografía en la Universidad de Zaragoza

En Aragón, el 15,2% de la población ha nacido en el extranjero según datos de 2022 (202.187 personas), mientras que esa cifra era del 13,7% en 2019 con 181.644 personas (Padrón Municipal de Habitantes, INE). En España, este colectivo también representa el 15,8% de los más de 47 millones de habitantes en 2022. En proporción, se trata de una población más joven que la nacida en España (salvo entre las personas de 65 años y más años, ya que la población aragonesa está más envejecida), y también está más masculinizada.

Al igual que los nacidos en España, es una población que tiende a concentrarse en zonas urbanas, por lo que el 70,5% de los extranjeros en Aragón reside en municipios con más de 10.000 habitantes. Sin embargo, la presencia de esta población en las zonas rurales es, proporcionalmente, más importante en Aragón que en el conjunto del país. Por ejemplo, el 12,8% de la población es de origen extranjero en los municipios con menos de 2.000 habitantes en Aragón, mientras que esa cifra es del 3,4% en España. Tengamos también en cuenta que únicamente en tres de los 731 municipios que son capital de provincia en Aragón reside el 44,4% de todos los inmigrantes de origen extranjero de la región (y también el 58,1% de la población total de la región).

Esos inmigrantes, los que atraviesan fronteras, seguirán intentando salir de sus países y de sus infiernos antidemocráticos en los que no hay libertades consolidadas ni posibilidad de encontrar empleos para poder tener vidas dignas.

En este Día Internacional de las Personas Migrantes conviene recordar que casi todos hemos sido o somos migrantes. Nada más antiguo y viejo en el mundo que desplazarse del lugar habitual de residencia a otro, en busca de una vida mejor: gentes del Pirineo y de la provincia de Teruel que se ha instalado en la ciudad de Zaragoza; o cualquier persona de Cáceres, por citar un lugar de origen nacional, que haya venido a trabajar a una estación de esquí; o cualquier ejecutivo que su empresa lo desplace una temporada larga a otro país. Los límites administrativos y fronterizos son artificiales y dan lugar a distintas categorías de migrantes (intraprovinciales, nacionales, extranjeros, etc.), pero el fenómeno es tan viejo como el hombre. ¿Qué es lo que nos sorprende, entonces? Cuando nos referimos a inmigrantes ¿a quién o quiénes nos estamos refiriendo?, ¿ser inmigrante es una categoría con consecuencias sociales y económicas y políticas?, y ¿para qué nos marca, o les marca?.

Cuestionar los fenómenos migratorios es un tema bastante baladí a estas alturas de nuestra civilización y con nuestro nivel de desarrollo. Hay distintos tipos de migrantes, y posiblemente los más visibles son algunos con carácter internacional. Esos inmigrantes, los que atraviesan fronteras, seguirán intentando salir de sus países y de sus infiernos antidemocráticos en los que no hay libertades consolidadas ni posibilidad de encontrar empleos para poder tener vidas dignas; y cada vez lo harán más hacia nuestra zona de confort de nuestros países. Nada nuevo.

Se ha hablado mucho del asentamiento de inmigrantes de origen extranjero como una oportunidad para detener la despoblación y el declive de algunas áreas rurales. Sin embargo, no podemos generalizar el extender inmigrantes a las zonas despobladas.

En paralelo, en nuestras sociedades desarrolladas vivimos fenómenos de polarización y segmentación laboral. Eso significa que ya no deseamos ciertos empleos ni aspiramos a ellos. No sé si es triste, o sorprendente, ver cómo casi ningún joven actualmente aspira a ser frutero/a, barrendero, basurero, repartidor, peluquero, a dedicarse al mundo de los cuidados personales o a la limpieza, a ser carnicero/despiezador, a trabajar en mataderos, o como pastor o camarero, por citar algunos ejemplos. Todas estas son profesiones muy dignas, pero la mano de obra española se ha visto desplazada en dichos segmentos. En su lugar, los inmigrantes de origen extranjero están dispuestos a ocupar muchas de estas tareas. Especialmente en las zonas rurales, los inmigrantes contribuyen al mantenimiento de muchos servicios como pequeños comercios, por no citar el papel de las mujeres -porque son mayoría- en tareas de cuidados y limpieza.

Y tampoco hay que olvidar la contribución demográfica de los inmigrantes de origen extranjero. Las cifras de más arriba muestran su importante contribución, sobre todo en los municipios de menor tamaño, donde cada persona cuenta, y mucho. Es cierto que se ha hablado mucho del asentamiento de inmigrantes de origen extranjero como una oportunidad para detener la despoblación y el declive de algunas áreas rurales. Sin embargo, no podemos generalizar ni pretender plantar y extender inmigrantes en nuestras zonas despobladas. El éxito de ese asentamiento depende de muchos factores y cada territorio es como un enfermo distinto: no vale la misma píldora para curarlos a todos. La capacidad del medio rural para retener población depende tanto de las características de los núcleos rurales como de los nuevos residentes.

No nos engañemos, porque estamos hablando de personas, y lo que la población extranjera persigue es lo mismo que cualquier otra persona: básicamente, empleo y poder llevar una vida digna. Claro que ellos están dispuestos a aceptar empleos en peores condiciones, pero tampoco tienen mucho donde elegir. Las trabas e impedimentos administrativos y de tipo profesional -entre otros- existentes en nuestras sociedades avanzadas son numerosos, por ejemplo, para que una maestra guatemalteca termine trabajando de maestra en España; y he puesto un ejemplo en el que esa persona tiene la suerte de poder hablar el mismo idioma que nosotros.

Este año, el gobierno nacional ha modificado la ley de extranjería para mejorar y hacer más útil el Catálogo de ocupaciones de difícil cobertura, para que se puedan ocupar aquellos empleos que quedan sin cubrir. Sí, está bien, pero seguimos teniendo esta visión utilitarista, funcional y pragmática de la inmigración: que vengan, pero para cubrir los empleos que no queremos. Sin embargo, y como ejemplo, en el mundo académico es bastante habitual la movilidad internacional de talento, y eso no genera ningún problema social o laboral.

Seguimos teniendo esta visión utilitarista, funcional y pragmática de la inmigración: que vengan, pero para cubrir los empleos que no queremos. Sin embargo, en el mundo académico es habitual la movilidad internacional de talento. Eso no genera problemas.

Por supuesto que hemos avanzado y que han cambiado cosas respecto a la inmigración, aunque vivimos tiempos complicados por los populismos, por la propagación de bulos y la falta de información veraz. Mucha población entiende que vivimos en un mundo global, interconectado y diverso, para lo bueno y lo malo, aunque no todos lo asumen. Luchar contra la diversidad es inútil, porque todos somos diversos (rubios, calvos, flacos, altos, etc.). Pero como sociedades, debemos seguir avanzando para normalizar, para tender puentes, y para aceptar lo que es obvio.

Debemos recordar, de vez en cuando, la suerte que tenemos que vivir en el lado afortunado del planeta y lo duro que tiene que ser vivir dependiendo de un papel o permiso para poder residir y trabajar. Cuando la sociedad lo entienda, los gobiernos irán cambiando las reglas del juego para ir hacia un mundo más inclusivo y sostenible para todos. Sin embargo, lo de salvar la situación demográfica del mundo rural únicamente con la llegada de inmigrantes es harina de otro costal.

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