"Vine con la meta de darles una casa a mis cinco hijos y todavía no he podido". Alexandra es ecuatoriana. Llegó hace siete años a Aragón y los dos primeros los pasó cuidando a ancianos en Teruel. Después, se quedó en paro.

"Llegué a España en patera embarazada de tres meses, me dijeron que venía a trabajar de peluquera, luego amenazaron a mi familia para que les pagara 45.000 euros". Elisabeth es nigeriana. Tiene 35 años y dos hijos que viven con su madre en África.

Alexandra y Elisabeth son prostitutas, al igual que Josefina, Luci, Maribel, Emi y Mercedes. Sus historias son reales; sus nombres, no. A diario luchan por sobrevivir en un mundo que no las ha tratado demasiado bien y ejercen una profesión con la que ninguna se siente cómoda. Son todas inmigrantes, con hijos, y acuden de manera habitual al centro de acogida para prostitutas y transexuales Fogaral. Allí pueden hablar de sus problemas abiertamente porque se sienten "seguras y apoyadas" por las demás.

Los problemas de la prostitución callejera en Zaragoza, que en las últimas semanas ha ocupado páginas en los medios, han despertado una vez más una polémica en la que ellas son parte, pero en la que su voz no se escucha. Lo que sí recae sobre ellas es la parte negativa (menosprecio, insultos, lacra social...). La coordinadora de Fogaral insiste en la necesidad de que la sociedad vea que "sin el cliente no habría negocio".

Los vecinos de la calle Escosura se han manifestado los viernes del último mes para protestar por la nueva situación de prostitución que viven en sus calles. El problema principal es el comportamiento agresivo de las chicas con los clientes y el clima de inseguridad que se vive en el barrio. Emi trabaja en un club de la zona, llegó a España con la intención de estudiar, pero no le fue bien. "Las quejas son comprensibles. Veo a las chicas en la puerta del club, se echan encima de los coches, dejan preservativos por todas partes. Aunque lo peor son las peleas que hay entre los dos bandos de chicas y los robos a los clientes, que hacen que ya no vuelvan", relata. Josefina lleva once años en Zaragoza y defiende ante todo el respeto que ellas han de tener y que se les debe como personas. "Somos putas, pero hay que ser decentes también y respetar a los demás, porque si no, pasa que nos tratan mal; por ser putas se creen con derecho a todo", recalca.

Una de las consecuencias que las mujeres destacan de los problemas de Escosura es que las redadas policiales han aumentado considerablemente en los clubes. "Van en busca de chicas sin papeles para acallar el tema y se olvidan de otros problemas", afirma Luci, dominicana, que llegó a España para continuar sus estudios de hostelería. Los problemas a los que se refería Luci pertenecen a la zona que ella frecuenta. "Entre las calles Cerezo y Boggiero hay mucha delincuencia porque algunas chicas --rumanas o marroquís-- llevan a sus novios y cuando salen de estar con un cliente les avisan si tiene dinero y el hombre le da una paliza y le roba", narra. Luci afirma que la prostitución es una realidad muy fácil de juzgar, pero que solo cada una conoce; con diferentes razones para estar ahí, pero donde la mayoría no quiere. Elisabeth mostraba su indignación por el trato discriminatorio que sufren. "El cliente pega, roba y encima la policía me lleva a mí al calabozo por no tener papeles", aseguró.

Solo dos de las mujeres tienen los papeles en regla. Alexandra y Josefina dicen que incluso en situación regular no consiguen trabajo. Las dos han tenido empleos que las han mantenido apartadas de la calle el tiempo que les ha durado. "Pero luego hemos tenido que volver para pagar todo". Las familias que permanecen en los países de origen son uno de los motivos por los que el dinero es esencial. Dicen sentirse frustradas porque hay otras chicas que llegan a sus países con mucho dinero --procedente del tráfico de drogas-- en muy poco tiempo y reconocen que es porque no solo se dedican a la prostitución. A Luci no le gusta lo que hace. "Pero no me voy a jugar mi libertad para ganar más dinero haciendo algo ilegal", dice.

Entre las posibles soluciones, las mujeres aportaron varias ideas, y todas pasaban por la regularización de su trabajo. Para algunas, los polígonos industriales no son una solución por la inseguridad que generan. Para otras, habilitar zonas como el Madrazo y crear un sitio específico donde hubiera clubes podría ser un comienzo, pero también coinciden en que no habría trabajo suficiente para todas por las distancias. Por todo esto, conscientes de los peligros de su trabajo, su objetivo es dejar la calle.